Kreo que soñábamos

domingo, 11 de agosto de 2019 · 20:02

Era la época de pelo corto y de llevar sí o sí el documento en el bolsillo, cuando te paraban los que andaban de civil entremezclados (todavía andan por ahí…). No había casi extraños de pelo largo. Década que amanecía colorida de tanto flower power y promediaba oscura, para terminar sombría de colores grises y verde oliva interminables, pero nosotros éramos adolescentes en una sociedad que se hacía la que ignoraba casi todo.

Y entonces te preparabas para estar subiendo esas interminables escaleras alrededor de las cero horas, no antes, porque no había nadie y entonces te “quemabas” solo, allí al doblar e ingresar después que Gómez o Almada te cobraban la entrada. 

Cuando apenas ingresabas a la inolvidable “boite” setentosa, te recibía un poster gigante de Beatriz Bixio, que parecía decirte sensualmente: “Hola…”

Seguro habíamos cenado hacía un rato alguna hamburguesa o lomito en Cristal, La Madrileña, Chamaco o Mónaco, contando cuáles eran nuestras expectativas de esa noche: que a “fulana” la habíamos cruzado hacía tres días en no sé dónde y a “mengana” que parecía que te había mirado cuando pasabas la plaza. 

Allí ya era la hora que se llenaba gradualmente, mientras sonaba la mejor música de ese momento y la de todos los tiempos. Su pista chiquita ya era ocupada y ya podías verlo al “Cucaracha” Mellano chamuyar a esa chica que antes te había marcado, mientras ensayaba un pasito que había practicado en su casa frente al espejo; al “Checho” Rodríguez aparecer desde los balcones con una paloma al hombro para sorprender y cautivar a alguien, o al “Tutuca” Cerutti relojear qué vinilo desenfundaba el “Negro Treke”. Mucho tiempo después, supimos que había una avanzada de inteligencia musical de alguna confitería cercana que llegaba para espiar qué música había traído nueva.

Su repertorio musical era exquisito, escuchábamos por primera vez a un montón de grandes: una noche supimos que había un disco que se llamaba The Wall y que lo interpretaban unos tal Pink Floyd.

Hora de acercarse a la barra y pedir una Hesperidina con “sevená” y/o un vodka con jugo de durazno. 

Cuando la noche indicaba que andaba por la mitad, se producía el quiebre: aparecía tronando el aire “Samba pa ti”, de Carlos Santana, y ésa era la señal de que inconfundiblemente aparecían los lentos.

Hora en que algunas parejas elegían el descanso de tanto agite y otras, en cambio, más oportunistas, el momento de ir a la pista a “apretar” y volar. También era el tiempo apropiado para relojear cuál era la chica que se moría de ganas para dejarse llevar por el vaivén acompasado de algún lento que seguro salía en inglés. Ahí justo cuando aparecían un montón de mariposas en la panza.

Y en los reservados, probar aquellos labios más sabrosos que te indicaban a soñar que los romances eternos también podían llegar a ser posibles.

Raúl Olcelli

 

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