NOTA Nº 626, escribe Jesús Chirino

Gesto libertario en el San Martín

Recién concluidos los actos por la celebración del cumpleaños de esta querida ciudad de Villa María, sabiendo que todos quienes aquí vivimos tenemos una fuerte vinculación afectiva con la misma, narro un aspecto de la propia aprovechando para recordar algunos de los muchos vecinos que habitan el barrio.

Nuestra “Venecia” alambrada

De la ciudad toda, aquello que tiene un resguardo especial en mi corazón es el barrio del cual soy. Si bien el mismo está alejado del río que tanto hermosea la ciudad, es un sector que posee sus encantos. Mucho más para quienes crecimos jugando en sus descampados y corriendo por esas calles de tierra. El barrio San Martín, de él es que hablo, fue fundado por un grupo de vecinos que compraron terrenos, en duras cuotas, a un pequeño terrateniente apellidado Acosta Olmos. El hombre, sin tener loteo aprobado, dividió su campo, trazó calles y puso a la venta terrenos que abarcaban un pequeño sector de lo que marcan los límites barriales en la actualidad. Al inicio todo el loteo estaba cercado por un alambrado perimetral. A este se ingresaba por una tranquera en una calle cruzada por un cartel con la leyenda “Villa Venecia”. Más allá del ideal europeo planteado en el nombre del loteo, lo único que relacionaba este lugar con la ciudad del mar Adriático eran las lagunas que, después de cada lluvia, se formaban en las depresiones del terreno generadas por la tierra extraída para la producción en los cortaderos de ladrillos. 

El vendedor, oriundo de la ciudad de Córdoba, cada tanto venía a cobrar las cuotas y a hacerle algunas mejoras a su campo. Así fue que arreglaba el cerco, plantaba  eucaliptos y pinos, pero nada decía de retirar el alambrado que delimitaba el gran potrero que ya estaba dividido en parcelas donde se erigían casas de familias trabajadoras.

 

Los verdaderos fundadores del barrio

Todo esto sucedió mucho antes de que yo naciera, si estoy enterado es porque supo contármelo Pedro Piedra, cantor y vecino del lugar. Me dijo que su padre, Manuel, quien fuera empleado municipal, le sabía narrar que por allá en los años 50 se produjeron estas situaciones. Pero un día los vecinos se cansaron de vivir en un sector cercado por alambres y le pidieron al dueño del campo que los sacara. La respuesta fue negativa. Las familias aguantaron un poco hasta que no pudieron más y decidieron ellos mismos hacer lo que debía hacerse y tiraron abajo el alambrado. No podían continuar viviendo en un campo cercado como si fueran ganado. Lo hicieron sabiendo que al dueño no le gustaría que sacaran su alambrado, pero con el mismo en el suelo ya nada tenía para hacer.

Ese pequeño, pero valiente ,gesto de rebeldía de parte de los vecinos quizás sea el acto más importante en el proceso fundacional del barrio San Martín. Siempre me resultó difícil entender un acto comercial como el acontecimiento que funda un barrio. Como tampoco el concepto de barrio puede pensarse solo desde la burocracia que fija sus límites políticos porque así queda reducido a un sector geográfico de la ciudad, perdiendo su sentido comunitario. Ni un acto comercial, ni el trazado de sus límites puede ser visto como el establecimiento de un barrio. Me parece que los vecinos del sector, al ponerse de acuerdo para derribar aquello que cercaba los terrenos donde vivían, realizaron un acto comunitario.

Es decir identificaron cuestiones que les eran comunes, acordaron intereses, objetivos y una manera de accionar. Visualizaron que eran integrantes de esa comunidad constituida a partir de la vecindad, que no solo es vivir uno cerca del otro.

 

Mujeres y hombres que construyeron vecindad

Estos hechos, también contados por mis padres, siempre me hicieron pensar en las hermosas historias que tienen nuestros barrios y, en especial el San Martín. Generalmente se rescatan poco las historias de los hombres y mujeres simples que hacen la realidad de los barrios, y también de la ciudad.

Pensando la historia que conocí del San Martín, no puedo disociarla del nombre de muchos vecinos y vecinas, algunos ya no están, que sumaron sus aportes a la construcción de lo barrial. Luciano con su almacén y bar en una esquina de la calle Tucumán, cerca del almacén de Oviedo; Goroso y su jardinera, tirada por un caballo, partiendo de su casa en la calle Mendoza para vender panes caseros; el gaucho Soria con sus corrales y la carreta que sabía llevar a los desfiles; el Lito Carriazo, con su guitarra y sus inmejorables punteos; María Chirino y sus compañeros viajando a caballo hasta Luján; la pista para carreras de motos a la vera de la Mendoza; los Maldonado; los Oviedo junto a los Lozano  del San Martín Norte; don Rioja con su negocio cerca del Hospital; el Bocha Mazzini por nombrar alguno de nuestros futbolistas; la querida Ema García por hablar de alguien con gran sensibilidad social; el pibito Arancibia con su andar tranquilo en la bicicleta; la quinta de los García; los Suárez; la querida Pirucha; la familia Delgado que vivía al lado de los Molina que, a su vez, estaban pegados a la placita que tiene un busto del Libertador; Arévalo que, montado en su bicicleta con canasto, recorría el barrio vendiendo pescados; la Guicha que vendía, a precio módico, la ropa que le regalaban; al Loro Guzmán, el agente de tránsito que enseñaba a manejar automóviles; Luis López en cuya casa poníamos la música a todo volumen para que toda la cuadra pudiera escuchar (cómo olvidar la paciencia de doña Hortensia y la Negrita); Bracamonte, el boxeador; la carnicería de Avaca, la verdulería de los Scarponi, las familias Reinoso, López, Britos, Mangano y tantas otras.

Todos ellos, junto a los que falta nombrar, de manera cotidiana fueron construyendo la vecindad de este barrio. Quizás algunos se destacaron más que otros en sus actividades particulares, pero eso no es lo más importante a la hora de entender que todos fueron, y son, hacedores de la vida del barrio.          

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