conversatorio sobre la entrañable mujer de las letras

“Edith vivía imantada por la poesía, y donde iba dejaba esa impronta”

Silvia Giambroni y Normand Argarate hablarán sobre la vida y obra de la escritora villamariense. El conversatorio se inscribe en el ciclo “Poetas cordobeses al rescate”. Será el jueves próximo, 30 de marzo, a las 18.30, en la Sociedad Educativa Argentina (José Ingenieros 235)

Hay libros que son algo más que un hecho editorial, y no solo se inscriben en el “copyright” de un país, sino en el imaginario de un pueblo. A esta segunda categoría pertenece “El silbido de vientos lejanos” (Eduvim-Caballo Negro, 2022), que reúne la poesía completa de Edith Vera. A 20 años de su fallecimiento, el libro es la primera antología total de una obra que, de no mediar el trabajo de algunos entusiastas, acaso se hubiera perdido en allanamientos, incendios y olvidos.

 “La idea de reunir la poesía completa de Edith nació hace algunos años -comenta Silvia Giambroni, una de las difusoras incansables de la escritura de Edith y colaboradora fundamental de la antología-. Yo me estaba jubilando de la docencia cuando, un día, hablando con la profe Beatriz Vottero, de la UNVM, pensamos proponer ese libro a Eduvim. Al principio no se pudo porque los herederos y familiares de Edith no cedían sus derechos. Pero más tarde, el director de la editorial, Carlos Gazzera, lo consiguió. Y entonces, empezamos. Lo primero que se hizo fue la edición facsimilar de “Las dos naranjas”, en 2018; y luego empezamos a pensar en un libro que reuniera toda la obra editada. Y entonces pasó algo maravilloso que nos dio un gran empujón…”

-¿Qué fue?

-Que en 2020, Normand Argarate presentó “El libro de Edith Vera” en la Feria del Libro de Córdoba. Ahí se encuentra con Alejo Carbonell, editor de “Caballo Negro”, que se siente muy entusiasmado por Edith. Y entonces nace esta edición conjunta en la que yo colaboré; primero, escaneando todos los libros de Edith; y luego, recuperando material que creíamos perdido.

 

Originales hallados en un container

“En la Biblioteca Mariano Moreno -continúa Silvia- aparecieron muchos originales. Eran textos y cuadernos que Anabella Gill, su directora, había ayudado a recuperar cuando se incendió la casa de Edith y todas sus pertenencias fueron a parar a un container. Había cuadernos tiznados y escritos quemados, pero encontramos un tesoro. Era el original de “La casa azul”, el libro que ella publicó en 2001, poco antes de morir. Había versiones distintas de algunos poemas y otros que no incluyó nunca. A estos últimos los publicamos también. Luego, Mariano Medina del Cedilij, junto a la bibliotecaria cordobesa Soledad Rebelles, aportaron material de las redes que nunca habían sido impresos”.

-¿Cuál es, para vos, la importancia de “El silbido…”?

-Tiene un gran valor para todos los que un día, ya ni me acuerdo cómo, empezamos a difundir la obra de Edith desde las aulas, cafés o en las redes. Nosotros teníamos mucho miedo de que su obra se perdiera; sobre todo porque había muy poco material suyo circulando en papel. Estaba “Con trébol en los ojos”, el maravilloso libro de Marta Parodi, que durante mucho tiempo nos sirvió de referencia; algunas plaquetas, algunos ejemplares de “Las dos naranjas” y muy poco más. Y pensábamos que cuando empezara a desaparecer la gente que la había conocido a Edith, algo se iba a perder.

-¿Este libro ha sido una suerte de salvaguarda?

-Claro, pero además ha permitido que la obra de Edith llegue a otras partes. Porque lo están pidiendo de varias provincias. Por ejemplo, la escritora Florencia Abate, que es de Buenos Aires, ya nos encargó uno. O sea que el libro está recorriendo otros círculos más amplios de la literatura nacional. Ahora falta la obra en prosa de Edith, que no es mucha, pero es importantísima también.

Poemas desde el jardín

Además de poeta, gestor cultural y editor, Normand Argarate frecuentó en vida a la autora de “La casa azul”. Y así explica la génesis de “El Libro de Edith”, que, según su testimonio, “surgió a partir de mis recuerdos personales con ella, de mi amistad con ella, de transitar de manera vital situaciones y experiencias comunes”. Y explicó que el libro “era una deuda que tenía para con ella. Entendí que había que seguir insistiendo con Edith porque su obra era fragmentaria y estaba dispersa. Ella había ido dejando como miguitas y pequeñas señales. Y había que empezar con la tarea de ir recogiendo esos papelitos. La vida y la obra de Edith eran como un gran rompecabezas que se iba armando a partir de esas pequeñas anécdotas. Y esas personas fueron muy importantes, porque Edith les dejó una marca poética. Y eso fue ella. Edith vivía imantada por la poesía, y donde iba dejaba esa impronta”.

-¿Qué significó Edith Vera para vos?

-Edith fue una figura poderosa en mi vida y siempre sentí que su espíritu me rondaba. De hecho, ella falleció en abril del 2003, y siempre para esa fecha me encontraba con alguna carta suya, algún poema, alguna señal. Fue durante la pandemia que sentí que debía hacer una devolución de lo que yo sabía y conocía de ella; mi “versión de primera mano”. Y eso fue mi libro, un modo de seguir instalando la presencia de Edith entre nosotros.

-Fuera del rechazo inicial, hoy Villa María acepta a Edith…

-Sí, y mucho tuvo que ver el reconocimiento que vino desde el exterior. Edith empezó a hacerse conocida en varios países de América. Hay una anécdota que cuenta Marta Parodi en su libro. Dice que, en un barco, alguien escuchó a una mujer leyendo los poemas de Edith a una niña. Y esa mujer era Violeta Parra… Lo curioso es que Edith nunca buscó esa trascendencia. Ella siempre construyó su poesía desde su lugar más íntimo, es decir, desde el jardín de su casa. Y desde ese patio saltó al mundo.

Y acaso este conversatorio del jueves no sea otra cosa que la expansión de ese patio; una puerta abierta para salir a jugar a ese “jardín primitivo”. Y también para encontrarnos con el alma de una autora que se ha quedado en sus libros y no se fue con la muerte. Como ese poema que ella misma compusiera tras el fallecimiento de un amigo, el doctor Walter Frutos; pero que, en el fondo, también era para ella.

“No crean que aquí descansa/ mi corazón entero./ Hace tiempo que dejé/ atado con hilo azul/ en una playa/ la mitad de mi corazón./ Por eso, no crean/ que aquí descansa/ mi corazón entero”.

 

Iván Wielikosielek

-Para SEA y El Diario-

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