DESTINOS/Catamarca/Fiambalá

Sencillo y espectacularmente bello

El pueblo conserva modos y arquitectura de tiempos idos, rodeado de unos hermosos paisajes andinos. La llamada de sus termas, viñedos, dunas de arena, construcciones de adobe y el impresionante Paso de San Francisco

Escribe Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO

 

Se siente pleno el visitante. Pleno, en la noche entrada con las figuras montañosas que se intuyen, envuelto en agua de dioses que llega a los 40° grados de temperatura y que le encienden el alma. Por  las termas de Fiambalá anda el dichoso andariego. Allí, en las afueras de ese precioso poblado del occidente catamarqueño, a orillas de la Cordillera de los Andes.

En ese punto exacto comienza la recorrida. El complejo termal es simple, pero un lujo para los sentidos. Popular y accesible, es disfrutable de día y de noche, cuando el calor muta en frío y la combinación con el sumergirse se antoja a paraíso.

El sitio descansa estacionado a unos 18 kilómetros del municipio. Para llegar a las termas, nomás hace falta sortear un camino asfaltado que sube tierno, mostrando a cada recodo todo lo precioso de la región. Primero relucen dunas y aridez general, de película. Y luego las montañas per se, sólidas e indiscutibles.

 

Encanto de aldea

En cambio, el centro y sus callecitas de tierra (la mayoría), acogen más movimiento a 1.600 metros de altura sobre el nivel del mar. Tenue igual, tan interior de Catamarca, una provincia bella y desconocida para buena parte de los radares. La plaza, la Iglesia de San Pedro (nacida en 1770, y declarada Monumento Histórico Nacional), varias casas con muros de adobe. La alegría de haber venido. 

Curioso resulta, en medio de la urbanidad (es un decir, un decir: si hasta pareciera que el siglo XXI y sus apuros todavía no pisaron estos pagos), contemplar los patios que dan a la calle, y en ellos viñedos, que dan uvas y pasas de uva (hasta las regalan, a modo de obsequio, en el centro de informes turísticos). Los dueños son paisanos buenazos, que hasta invitan a recorrer el suelo de sus chacras de vereda sin compromisos comerciales de ningún tipo. 

Muchos viven de eso, del producto de la tierra. La vid va a parar fundamentalmente a las bodegas locales, algunas renombradas y con medallas internacionales al cuello. Los emprendimientos se pueden visitar todo el año, merced a recorridos diurnos y nocturnos. Forman parte de una Ruta del Vino que no será como la de Mendoza, pero que crece.

 

Otras propuestas

También es recomendable conocer las Termas de las Grutas (menos notables que las de Fiambalá), el Museo del Hombre (para conocer las raíces nativas) e incursionar por la Ruta del Adobe (ruta nacional 60), que conecta con templos y demás construcciones históricas (hechas en adobe, claro) de otras localidades del Departamento Tinogasta, como el municipio homónimo, El Puesto o Anillaco (no confundir con el pueblo riojano, cuna de un tal Carlos Saúl).

 

Volcanes de casi  7.000 metros

Ya mucho más alejado, pero parte del patrimonio local, surge pletórico el Paso de San Francisco (a 180 kilómetros del centro). El sitio, paso fronterizo con Chile instalado a unos 4.500 metros sobre el nivel del mar, es realmente impresionante. Igual que el camino para llegar a él. Ruta asfaltada, aridez a los costados y las montañas, semejantes a colosales puñados de arena, violetas, rojas, grises, marrones… un delirio. Y algún ranchito perdido. Y un puñado de guanacos. Y nada. Y todo.

En el devenir, emergen Los Seismiles. Soberbia cadena montañosa con catorce picos que superan, justamente, los seis mil metros de altura. Entre ellos, el Ojos del Salado. Sus casi 6.900 metros lo convierten en el volcán más alto del mundo, y la segunda montaña más alta de América, después de la montaña Aconcagua. Intrépidos escaladores de los cinco continentes intentan dominarlo en una empresa terrible. El viajero de a pie se conforma con hacerlo suyo con los ojos, y elevar plegarias.

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