DESTINOS /Córdoba/Villa de Tulumba

Un museo al aire libre

Emblema del norte cordobés y del antiguo Camino Real, este precioso pueblo sorprende con su Patrimonio Histórico. El trazado colonial y las joyas del caso

Escribe Pepo Garay
Especial para El Diario

Desconocido para muchos, Villa de Tulumba es sin embargo un destino que merece atención y visitas varias ¿por qué? Pues por su abundante hechizo, evidente en un cuadro compuesto de reliquias arquitectónicas que colocan al viajero en escenarios remotos.

Resulta que este pueblo -emblema del norte cordobés (290 kilómetros desde Villa María), supo ser epicentro de la región a partir de mediados del siglo XVI, cuando los españoles le pusieron pie encima convirtiéndolo en uno de los primeros asentamientos coloniales de la provincia y referente del antiguo Camino Real del Alto Perú. De ahí sus aires de grandeza perdida. Perdida, porque con los siglos el municipio fue quedando fuera del circuito de rutas principales.

El resultado de ese capricho de los tiempos se aprecia hoy, nostálgico e irresistible. 

 

El inventario

Villa de Tulumba (apenas 1.500 habitantes) se presenta como una especie de museo al aire libre, insospechadamente monumental, norteño al mil por cien en sus tintes. Las calles son empedradas, muchas casas hechas de adobe, muchos paisanos de rictus serio, que aquí la gente es reservada y respetuosa, acaso contagiada de los inmuebles circundantes.

A la hora del inventario, el forastero descubrirá  apenas un manojo de manzanas, cada una bendecida de construcciones históricas (no en la fama, pero sí en la esencia). La médula del asunto radica en la plaza principal, que a diferencia de otros pueblos tiene a la iglesia no al lado, sino adentro. Nuestra Señora del Rosario se llama el templo, y es majestuoso y anciano (la piedra fundacional fue colocada por Fray Mamerto Esquiú, en 1881). En su interior, guarda varias joyas del arte religioso (una figura de la Virgen del Rosario que data de 1592 y un hermoso Cristo tallado en madera por los sanavirones, entre ellas). En el exterior, surgen las ruinas de la Capilla Vieja.

Después, el recorrido marca farolas y muros fornidos, azulejos con inscripciones reales (como la del edicto firmado por el rey Carlos IV de España declarando oficialmente el nacimiento de la Villa de Tulumba) y casas de varios siglos de trayectoria.

Entre ellas, destacan las viviendas de la familias Reynafé, Galeano, Vázquez y De León, y la actual Oficina de Turismo y Cultura (todas del siglo XVIII); y por lo menos una veintena de moradas más que trazan la línea de vida del pueblo, de inmigrantes españoles, franceses y sirio-libaneses; de las ayer posadas y tabernas, de la mística.

 

Legendaria vía

El arroyo El Suncho habla bajito (si es que aparece, porque tampoco es que sobra el agua en el norte de Córdoba), y cuenta algunas anécdotas del Camino Real. Y es que la aldea fue durante décadas un punto estratégico de la legendaria vía, que durante la época de la colonia unía el puerto de Buenos Aires con el Alto Perú.

En la actualidad, se puede recorrer el famoso camino (con sus postas e iglesias) desde Jesús María (90 kilómetros al sur) hasta las adyacencias de San Francisco del Chañar (60 kilómetros al noroeste). Orgullosa de su papel histórico, Villa de Tulumba se autodefine como ícono en tales menesteres. Por eso, junto a la iglesia, plantó el Centro de Interpretación del Camino Real.  Area informativa de muy buena factura, que honra al antiguo trazado y al viajero embelesado con la propuesta. 

 

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