DESTINOS/Córdoba / Pampa de Olaén

Mandarse e ir

Una región tan aislada como atrapante, de paisajes de pampa de altura, sierras grandes al fondo y gusto campero. Las inspiradoras sensaciones del periplo, con partida en La Falda y visita a la Capilla Santa Bárbara y a la Cascada de Olaén

Escribe: Pepo Garay (Especial para El Diario)

La cosa está en mandarse e ir, con el puro instinto afilado, calibrándole las dimensiones a la pampa de altura que surge alrededor. De frente y a lo lejos hay las Sierras Grandes, los techos de Córdoba que como una sombra, un deseo intangible, se hacen omnipresentes. A la espalda, queda La Falda, y sirve doblar el cuello para contemplar lo bonito del cuadro, con la ciudad y su avenida Edén que huyen de la postal, lo mismo que el dique y el follaje circundante. Unos kilómetros más, y el viajero se queda solo y a gusto, errante, con el camino de único guía, y con La Pampa de Olaén en el todo.

Desde La Falda y con rumbo oeste (también se puede llegar desde Molinari, en las inmediaciones de Cosquín), son unos 6 kilómetros hasta adentrarse completamente en el nuevo escenario. Hay unos tonos ocres que predominan, una tierra de nadie pero que en los papeles es de alguien, lo dicen los alambrados. Más pistas arrojan las plantaciones de maíz que empiezan a aparecer, y unas vacas, poquitas, somnolientas entre el pasto y las piedras. El camino, de ripio crudo y duro (y sin embargo, en condiciones para transitarlo tranquilo, sin tener que pensar en los amortiguadores), sube y baja, apenas, mientras que de algún lugar sale un rancho, y un gaucho que ve pasar la vida en cuentagotas. Una danza que se antoja a aventura, fantásticos paisajes y la experiencia del ostracismo de pareja.

Al kilómetro 20 de andar despacito y sin prisas (de vuelta con los amortiguadores: así no se sufren), sorteando alguna que otra bifurcación (gracias a los carteles) e incluso teniendo que abrir tranqueras (todo permitido), se encuentra la travesía con la Capilla Santa Bárbara. Minúscula y con cierto aire de sapiencia gaucha, la iglesia data de mediados del siglo XVIII, y debe la autoría intelectual al Obispo Salguero y Cabrera. Con todo lo chica que es, brilla de carácter. Será por lo valiente que se luce de cara a una naturaleza salvaje e inmensa. El campanario, la azotea a dos aguas y tejas, el interior sencillo y angosto, en mosaicos y con la imagen de la Virgen de Santa Bárbara (Patrona de los mineros, lo sabían los que se jugaban el pellejo dentro de la roca, en parajes de la zona), y hasta ese arbolito que le duerme en el frente y le acicala la fachada; son fundamentales para conquistar. 

Muy cerca anda una escuelita rural, y la famosa Cascada de Olaén. Lástima que forme parte de un predio privado, y que corte un poco la inspiración aquello de tener que andar pagando entrada en un espacio que debería ser de la tierra y de nadie más que ella. En fin, que igual lo vale: se trata de un piletón natural rodeado de laderas y rocas, como moldeado por la creación para que este allí, metáfora de frescura, bendecido por tres cascadas que en línea se unen para dar agua y espectáculo. Con el extra de una planicie que se extiende al costado, en la continuación del arroyo, la sola panorámica alcanza. Pero si el clima ayuda a la zambullida, cartón lleno pues.

El regreso al camino convida con las pinturas y los pensamientos de antes, y está la idea de continuar y llegar a la costa del río Pintos, al fantasmal Characato (20 kilómetros más), y a la estancia Jesuítica La Candelaria (a 40). Una vieja baqueana advierte: “Pero no pasa nadie por allá, tenga cuidado que si tiene algún problema con el auto la va a tener complicada”. No importa, será cuestión de animarse. De mandarse e ir.

 

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