Maximiliano Hairadebián – El fiscal general federal de Córdoba dio una charla en Villa María y elDiario le realizó una entrevista a fondo

“Los tiempos de la Justicia tienen que ser más rápidos”

Habló de varios temas, incluido de su papá, el exjuez, periodista y abogado Carlos Hairadebián, con quien, además de compartir el mundo de las leyes -pero desde otro lugar-, comparten el don para la comunicación y la docencia sobre la temática
lunes, 25 de noviembre de 2024 · 07:00

Podría la gente imaginar que un fiscal federal no tiene tiempo para nada, salvo para su trabajo. Porque en este país, donde las causas judiciales se multiplican por segundo, no solo le sobra laburo, sino que es tan importante el rol que cumple, y tanto el tiempo que le tiene que dedicar, que se podría pensarse que no existe posibilidad de hacer nada más. Sin embargo, Maximiliano Hairadebián (56), fiscal general federal de Córdoba, se da tiempo para hacer otras cosas, como disfrutar de su familia, su esposa y sus cuatro hijos varones, pescar, andar en bici, ver series, pasar tiempo con sus amigos, comer dulce de leche (lo ama), escribir libros sobre Derecho, aparecer en los medios hablando sobre causas o dar charlas y capacitaciones como la que dio el jueves pasado en el Colegio de Abogados de Villa María, donde abordó la prueba testimonial y pericial  dentro del nuevo Código de Proceso Penal Federal, un nuevo paradigma del derecho.

Además, se da tiempo de atender a los medios. Y en esta ocasión, ofreciendo a este diario una amplia entrevista sobre su quehacer como fiscal federal, su trayectoria, la realidad de la Justicia en la actualidad y su padre. Y así nos regaló varias definiciones al respecto

-¿Cómo influyo tu papá para que estudiaras Abogacía y luego convertirte en fiscal?

-Para estudiar Abogacía fue determinante. Yo estudié la carrera pensando que tenía una salida laboral asegurada, porque me imaginaba trabajando en su estudio jurídico. Ahora, lo de ser fiscal es una historia diferente y más larga. Yo comencé muy joven, con 19 años, de ordenanza. Entré gracias a gestiones de él, porque así era el sistema en aquella época. Pero luego, al hacer la carrera judicial, fui por un camino diferente al de mi papá. De hecho, nunca trabajé con él en el estudio. Son esas cosas que uno propone y Dios dispone, y la vida te lleva por otros caminos. Y todos los ascensos que tuve como judicial los logré por concurso. Fui primero fiscal de instrucción en la Justicia provincial, y luego concursé para la federal, y ahí estoy, como fiscal general federal, que es el equivalente al fiscal de Cámara de la Justicia de la provincia.

-Supongo que lo que vivió tu papá cuando, siendo juez, fue preso por la dictadura también jugó un papel determinante en tu decisión de ser abogado y fiscal.

-Sí, claro. Y lo recuerdo perfecto, porque yo tenía entre 7 y 11 años en  esa situación. Me acuerdo cuando mi madre me avisó que mi papá estaba preso. El primer año no lo vi porque estuvo incomunicado, era el 76. Después, en el 77, lo trasladaron a la cárcel de La Plata, y ahí permitían algunas visitas cada varios meses y me acuerdo de todo. Tengo también guardadas las cartas que él me escribía desde el encierro, algunas de las cuales doné al Archivo de la Memoria. Y sí, son cosas en la vida que te influyen.  Pero claro, a mi papá nunca le gustó acusar, sino que como abogado le gustaba defender. Y yo he trabajado toda mi vida del lado acusatorio de la Justicia. Muchas veces pienso cómo él y su trabajo, y sobre todo el tiempo que estuvo preso en dictadura, influyeron en mí, y creo que tiene que ver con no ser arbitrario o injusto en mi labor, o el hecho de no tener sesgo ideológico. O en algún caso cuando una resolución -por las pruebas y demás- no es del agrado del Gobierno de turno, hago lo que sé que tengo que hacer, independientemente de lo que quiere o premia el Gobierno que está en el poder, y generando anticuerpos para evitar este tipo de desviaciones del Sistema Penal.

-¿Cómo definís a tu papá?

-Es provocador, confrontativo, inteligente, con un gran don para la oratoria, innato, es culto y, sobre todo, conmigo ha sido un muy buen padre.

-¿Y qué te movió para ser fiscal y estar en el ámbito de la investigación?

-Una mezcla. Cuando se me terminó el contrato de ordenanza pasé a ser pinche en la Justicia Penal, con el cargo más bajo, y luego fui ascendiendo. En esa época eran los juzgados de Instrucción, que no existen más, y eso me gustaba. Desde chico me habían atraído los temas policiales, leía novelas policiacas, veía las series, las películas. Así que la temática me agradaba de por sí, y después, estar en la trinchera del sistema penal. Luego fui ayudante de fiscal, que es un trabajo de la Fiscalía que se trabaja en la Policía, donde trabajé años en la parte de investigación. Todo este trabajo me perfiló al cargo de fiscal.

-¿Qué tan distinto es lo que se ve en la ficción de los policiales y la realidad?

-Eso depende del realismo que tenga una película o una novela. Si uno ve CSI, te digo que no es así la realidad. Sin embargo, algunas ficciones tienen bastante realismo, donde uno las ve y se da cuenta de que han tenido el asesoramiento de gente que conoce bien el sistema penal. Te podría poner de ejemplo: “El secreto de sus ojos”, una película que me gustó mucho porque tiene, de alguna manera, un reflejo  fiel de la antigua Justicia de Instrucción, que es en la que yo me formé, y que hoy es distinta. Pero esa película muestra fielmente una idiosincrasia y una radiografía de toda una época de la Justicia Penal.

-¿En qué se diferencia aquella Justicia en la que te formaste y la que existe hoy?

-Cambió mucho. Primero, que el mundo de hoy es mucho más complejo. Imaginate que en ese entonces trabajábamos con máquina de escribir. No existía ni la computadora ni Internet, y hoy, por ejemplo, una prueba estrella en los procesos, y muy común, es el teléfono celular. Algunas cosas cambiaron para bien y otras para mal. Antes era una Justicia más prejuiciosa, clasista, e incluso era como que estaba bien utilizar términos denigrantes o discriminatorios, como decir a los presos “morochos”, y sus familiares, las “chanchas”. Estaba lleno de estereotipos, y no era por maldad, sino porque así era la idiosincrasia de la época. O por ejemplo, en denuncia de violencia familiar, si era algo leve, no muy grave, no se le daba tanta importancia y se le llamaba “chusmerío”. Hoy ya no es así, y es un cambio para bien. Inclusive, en ese tiempo se buscaba la confesión por medio de la violencia, y hoy no se busca eso, sino que se busca el celular.

-¿Y para mal, qué cambio?

-Hoy, la Justicia es más burocrática. Las resoluciones y los tiempos son mucho más largos.  Ahora hay menos sentido común que antes. Los jueces de aquellos tiempos generalmente trataban de bajarle el tono al conflicto, no buscaban de una causa hacer tres. En la actualidad hay una tendencia a inflar, agrandar o profundizar los conflictos, en lugar de solucionarlos. Pero bueno, como en todo, mejoraron algunas cosas, y otras, no.

-Y hablando de lo que dijiste antes, siendo fiscal federal, ¿has sufrido la presión del poder de turno en la resolución de algún caso?

-Este trabajo, al igual que el de juez, está sujeto a algún margen de presiones de la opinión pública, la prensa, las ONG o manifestaciones que se hacen por una causa afuera de Tribunales. Pero no he tenido intentos burdos, digamos, de que me quieran influenciar, por ejemplo, de que me llame un funcionario y que me diga lo que tengo que hacer, porque, obviamente, está muy mal visto. Las formas de querer influenciar son más sutiles, más larvadas del sistema las que podemos sufrir, como cuando te dicen, a través de un rumor o chisme, que, de tomar tal o cual decisión, corrés el riesgo de que te denuncien, o que en la prensa salga una nota que te cuestione por esa decisión.

-¿Y cuáles son los casos más emblemáticos que has tenido y te sentís más orgulloso?

-Tengo varios.  Quizás el más importante que tuve fue llevar la acusación en el juicio contra el expresidente Videla, que fue después del Juicio a las Juntas. Este juicio se hizo años después, en Córdoba, por los crímenes de lesa humanidad realizados en la cárcel de San Martín, que ya no existe más. Era un juicio por los presos que estaban en posición del Poder Ejecutivo, es decir, de Videla, quienes fueron asesinados y/o víctimas de múltiples tormentos. Por eso, llevar la acusación contra un expresidente por crímenes horrendos contra tanta gente, un juicio con un público marcado por el odio del pasado y las heridas abiertas, con tanta atención mediática, fue trascendental en mi carrera, el más importante.

-¿Y cuál otro caso?

-Un caso que no tuvo tanta atención en los medios, donde se logró una fuerte condena alta, la más alta  en su tiempo, por un tema de narcotráfico realizado por una banda de Córdoba, que llevó 1.000 kilos de cocaína a España. La otra pata era un grupo de españoles y serbios, los compradores del cargamento. La carga estaba disimulada en maniobras de exportación de molinos de viento fabricados acá, en la provincia, con destino a Algeciras. Fue una operación en conjunto entre la Aduana argentina y la Policía española. Y se juzgó allá y acá. No tiene la dimensión de la causa a Videla, pero es uno de los casos que a mí me dieron más satisfacciones.

-Sin embargo, que suena como una serie de Netflix.

-Sí, tal cual. Con decirte que uno de los acusados allá, en España, tenía tal la fortuna, por el dinero que había amasado y lavado, que había comprado un club de fútbol. Y también un caso importante fue el de un profesor de Odontología en la UNC que durante 20 años hizo que los alumnos le pagaran para aprobar su materia, y toda la facultad lo sabía y nadie hacía nada, pero pudimos terminar con ese quiosco, donde también fue condenada la decana. Fue  un  caso que me satisfizo porque me permitió cambiar la realidad de estos estudiantes. O el de un tipo que violó a más de 100 personas, que lo hacía de una forma tremenda y que causó pánico colectivo. Finalmente, tras varios fracasos, me designaron junto con otros dos fiscales y logramos identificarlo con una prueba de ADN, y cuando la Policía estaba a punto de detenerlo, se suicidó.

-Entiendo estás ahora con un caso de fraude del sindicato de Surrbac.

-Sí, es un juicio que está pendiente de realizarse. Iba a empezar  hace un mes, pero se suspendió, en parte por una maniobra, para mí, dilatoria de la defensa. Es sobre corrupción sindical de Surrbac, uno de los principales gremios de la provincia, relacionado a los empleados de la recolección de basura. La acusación señala que el sindicato, en complicidad con contadores, se habría enriquecido con diferentes maniobras en prejuicio del gremio, los trabajadores y mutual, y a las ganancias las lavaron comprando propiedades. Es un juicio complejo.

-Además de tu trabajo, escribís, sos docente y opinas sobre Derecho en los medios...

-Sí, me gusta el trabajo académico, la docencia y escribir, sobre todo, de derecho. Y también la parte de difusión y capacitación, como la que vine a hacer a Villa María sobre el cambio de sistema procesal que se avecina a nivel federal y que se empieza a implementar, donde no solo enseño, porque uno aprende de los alumnos o de quienes escuchan las charlas que doy. Se da un ida y vuelta muy positivo. Y te obliga a estar actualizado y a estudiar siempre. Este trabajo, que combina teoría con práctica, tiene muy buenos resultados. 

-¿Cómo está hoy la Justicia a nivel federal, en el marco, además, de la crisis económica?

-Por un lado, reconozco que integro una institución que, según los estudios y encuestas, es la más desprestigiada de todas, y eso, de alguna manera, te toca, y aunque uno haga las cosas como corresponde, soy parte de ese sistema. Por otro lado, es cierto que los deterioros económicos repercuten en la actividad judicial porque son más los asuntos que se llevan por el aumento del delito, la conflictividad laboral y comercial, reclamos por vía de los amparos.  Sobre este Gobierno, creo que ha sido respetuoso por lo que se advierte del Poder Judicial, por lo menos yo no he vivido presiones ni atropellos. El tema es en ciertas áreas de la Justicia Federal que están muy cuestionados, como lo es Comodoro Py, que se piensa que es toda la Justicia Federal, pero lo es de la capital del país, aunque lleva casos muy importantes, mediáticos y puntuales, y eso irradia y afecta a toda la Justicia Federal del país. Además, creo que el gran problema de la Justicia en general es el asunto de la lentitud, pienso que los tiempos de la Justicia deben ser más rápidos.

-Por último, ¿qué sigue en tu carrera y qué es para vos la Justicia?

-Me gustaría ser juez de la Cámara de Casación Penal, pero es muy difícil llegar ahí, es el máximo cargo que puedo aspirar por concurso. Sin embargo, es tan difícil, porque depende de innumerables factores, en un ámbito muy competitivo, con gente de un nivel muy alto, que creo que llegué al techo de mi carrera. Pero bueno, dicen que soñar no cuesta nada. Y la Justicia, para mí, está conformada por personas individualmente consideradas, en su mayoría, muy valiosas. Un cuerpo del Estado calificado y capacitado, con la mayor parte de la gente honesta y responsable. Sin embargo, es una paradoja que los buenos resultados no reflejan un lado tan positivo en la opinión pública, y es digno de estudio que gente valiosa tenga un desprestigio tan importante. De cada juez y un fiscal hay un equipo, y el resultado es de todo él, y en este, una parte vital es el secretario, un funcionario del sistema de Justicia que carga con el estrés de todo y todos. Una figura muy importante que no se ve, y solo se percibe la del juez y el fiscal, pero quiero recalcarla, porque lo merece. E insisto, se debe modernizar la Justicia, sacarle lo burocrático, hacerla mucho más rápida. Y esto, sin duda, mejoría la imagen de la misma.

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