Opinión desde el radicalismo

Don Amadeo, democracia social y futuro…

sábado, 29 de febrero de 2020 · 08:32

Escribe Alfredo Nigro
Militante de la UCR

Se cumplen 60 años de la muerte de don Amadeo Sabattini y el aniversario resulta propicio para la reflexión. Lejos en el tiempo quedaron aquellos grandes actos del radicalismo en los que la primera línea de la dirigencia partidaria nacional se daba cita en nuestra ciudad para evocar al Peludo Chico, a veces desafiando dictaduras.

Claro está que las formas de hacer política han cambiado, pero lo cierto es que perdura el 29 de febrero en esa suerte de liturgia cívica como una de las fechas más relevantes, por lo menos para los radicales de Villa María y la región. Este año, al igual que aquel 1960 es bisiesto y se conmemora el mismo 29, recurso discursivo que más de una vez nutrió a quienes lo recordaban con expresiones del tipo: “Era tan humilde que se fue en un día que no tuvieran que recordarlo todos los años…”.

¿Quién era don Amadeo? Hijo de inmigrantes italianos, nació en 1892 en Capital Federal y se radicó más tarde en Rosario. Se instaló en Córdoba a principio de la década 10 para estudiar farmacia y luego medicina, graduándose en 1916, el mismo año en que Yrigoyen llegaba al gobierno por voluntad popular,  primera vez libremente expresada, y la Docta comenzaba a desafiar a la Córdoba de las campanas, con punto de ebullición en 1918 con la Reforma Universitaria.

Ese “matrimonio ideológico”, al decir de Nilo Neder, entre los principios reformistas y la doctrina del radicalismo, configuraron el clima de época en el que Sabattini se lanzó de lleno a la política y que lo signó para siempre. Se radicó luego en La Laguna para establecerse en 1920 Villa María, donde, descontando los exilios y los años de su gobierno, vivió hasta aquel febrero de hace 60 años.

Yrigoyenista, y también amigo de Alvear, sostuvo su yrigoyenismo. “No en el sentido de sumisión incondicional a la voluntad de un hombre, sino porque siempre he interpretado a Yrigoyen como un pensamiento en marcha, en pro de la redención de las clases trabajadoras y necesitadas y de la lucha eterna contra el privilegio”, dijo él mismo.

En 1935 y luego de presidir el radicalismo cordobés fue electo gobernador -hasta hoy el único villamariense- para el período 1936-1940. Mucho se ha escrito  acerca de su monumental obra de gobierno y que aún hoy es un emblema, la que significó la concreción del ideario de la democracia social, basada en dos aspectos esenciales: uno, político-institucional referido al resguardo de los derechos de la ciudadanía y el respeto a la ley; el otro, económico-social, que al decir de Arturo Illia podría sintetizarse en “mejor empleo del dinero, mayor creación de riqueza y una distribución más equitativa de la riqueza creada”.

En consecuencia, su gobierno transformó a Córdoba, cumpliendo aquello que hoy se definiría como eslogan de campaña: “Agua para el norte, caminos para el sur y escuelas en todas partes”.

Y ahí están los diques, el nuevo San Roque, el de Cruz del Eje, La Viña y los Alazanes; las rutas, para transportar la producción hacia puertos alternativos y no depender del cuello de botella que era el de Buenos Aires. Sembró la provincia de cientos de escuelas a la vez que se mejoraron los salarios docentes y se sancionó una Ley de Educación de avanzada para la época, además de una moderada reforma agraria sin precedentes como así también la consagración del carácter progresivo de los impuestos con aquello de “quien más tiene, más paga”.

En definitiva, se sentaron las bases de la justicia social de la mano del respeto por las instituciones y las diferencias políticas sin persecuciones ni presos políticos, en el marco de una venerada honestidad en el manejo de la cosa pública. Pero podría decirse que Córdoba fue en oasis de la libertad y el derecho en aquella Argentina del fraude y el autoritarismo conservador.

Concluido su gobierno en 1940 se volvió a su casa, a atender a sus pacientes. Resignó todo tipo de candidaturas y más aún propuestas que no se consustanciaban con sus convicciones democráticas. Combatió todo tipo de autoritarismos. Fue un hombre de partido, intransigente, pero racional y tolerante con una gran vocación de construir mayorías. Creció como dirigente y adquirió trascendencia nacional; por su casa de calle Mariano Moreno, hoy Museo, pasaron las principales figuras de la política del país.

Podríamos preguntarnos ¿por qué recordar a Sabattini tantos años después? Por varios motivos y no precisamente porque no tengamos ejemplos más recientes, sino que don Amadeo sigue siendo inspiración para el futuro,  porque en esta sociedad actual en la que tal vez no abunden los ejemplos y que para algunos políticos todo pareciera tener precio, se pretende entregar el patrimonio público en nombre del progreso. Parecieran creer que el mandato popular es relativo y de libre interpretación, o que los triunfos electorales constituyen fallos absolutorios, por eso de que ya los juzgó la historia.

En ese estado de cosas, los valores, las ideas y la conducta de Sabattini tienen vigencia y actualidad. A la luz de su historia podemos afirmar que no estaría Don Amadeo con los corruptos, con los autoritarios ni los fanáticos. Y también, por qué no destacarlo,  porque es villamariense y nos demuestra que es posible desde el interior del interior. 

Para concluir, una expresión de deseo. No un viva Sabattini porque hay que seguir ideas y no a hombres, sino que si como decía Norberto Bobbio, “somos también lo que elegimos recordar”. Ojalá quienes tienen la responsabilidad de gobernar lo recuerden no solo los 29 de febrero…

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