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Las normas, el orden y el saber vivir con otros y entre nosotros

viernes, 28 de agosto de 2020 · 08:08

Si algo ha puesto de manifiesto esta pandemia es que uno de los problemas más estructuralmente graves que tenemos como país, y como sociedad occidental en general (no ocurre solo en Argentina), es el incumplimiento de las normas. Y me incluyo como parte de este problema, y en todo lo que diré a continuación.

Las normas hacen factible nuestra existencia como sociedad. Cuando no las cumplimos, nos destruimos como sociedad, porque resulta imposible convivir con los otros y entre nosotros.

Las normas se transgreden cuando cada uno antepone sus intereses individuales a los intereses de los demás, su libertad a la libertad de los demás, su realidad a la realidad de los demás, es decir, cuando se antepone la individualidad a la sociedad y el egoísmo a la solidaridad.

Es ahí cuando encontramos razones para transgredir las normas. Razonamos más o menos de la siguiente manera: YO soy especial, MI caso es urgente, MIS seres queridos son lo primero, y para MI, sus urgencias, sus vidas, tienen prioridad por sobre las urgencias y vidas de los demás.

Algo así como que cada quien cuide de lo suyo y de los suyos; el razonamiento es más o menos ese, y afirmar que no lo es, es hipocresía para sentirnos bien con nosotros mismos.

Pero no es así. ¡No debería ser así! Quien aquí escribe tiene amistades y familiares, y los quiere tanto como cualquiera quiere a los suyos. Pero velar por sus intereses, por su felicidad, por su bienestar, y por su salud, no me habilita a violar las normas poniendo en riesgo los intereses, la felicidad, el bienestar y la salud de los demás, es decir, de los familiares y amigos de otros, de la sociedad. No es deshumanizar una situación; al contrario, es extender la humanización hacia todas las situaciones existentes y no reducirla solo a la mía, o la de mis allegados.

De nuevo: ¡no-es-así! No es válido poner en riesgo la vida de quienes no conozco para darme felicidad o para dar felicidad a las personas cercanas que a mí me interesen. Y por mucho que duela (porque sé que duele), tampoco es válido anteponer una situación que en lo personal considero límite, cuando eso implica el riesgo inminente de colocar a quienes no conozco en la misma situación que a mí me angustia.

El problema es que no nos gusta, pero por mucho que así sea, pienso que lo que digo es lo correcto. Y el motivo por el cual no lo comprendemos, es que somos inmaduros como sociedad. No sabemos vivir en sociedad. Pensamos individualmente, nos enceguecemos e increíblemente no registramos al otro. Vivimos en una lógica donde lo de uno y sus afectos siempre es lo primero, y en cuanto al resto que cada quien se las arregle como pueda. Y no nos damos cuenta que así es imposible vivir. ¿Acaso no se dan cuenta lo mal que vivimos?

El SARS-Cov2, es trágico en el aspecto sanitario. Pero es un llamado a la conciencia colectiva en su aspecto socio-cultural. Este virus se propaga por la inconducta social. De no existir la inconducta social, es decir, el egoísmo de las personas, este virus sería algo anecdótico, sin importancia, porque no habría cadena de contagios tan extensas, ni circulación comunitaria, ni posibilidad de colapso sanitario.

Las curvas de contagios y muertes más se aceleran cuando más pensamos en nosotros mismos y olvidamos al resto, es decir, a la sociedad. Se provocan más muertes y contagios en la medida que más pensamos en lo que me puede suceder a mí sí me contagian y en la medida en que menos pensamos en lo que puede sucederle al otro si yo lo contagio, en ese otro que no conozco, y que se puede morir si ocasionalmente lo contagio en un supermercado, en una clínica u hospital, o en donde sea, porque es paciente de riesgo o porque tiene una edad mayor. O también, si contagio a alguien que después contagia a ese otro.

No nos dimos cuenta, pero llegamos a esta situación horrible por esa creencia de que si contraigo el virus es un problema mío y solo mío sin tener en cuenta el daño que le puedo ocasionar a las otras personas. El riesgo nunca fue contraer el virus: el verdadero riesgo es contraerlo, contagiar a otros, y ser partícipe de un dominó de contagios que a la larga deja muertes en el camino. 

Respetar y cumplir con las normas es respetar al otro, es ser solidario con el otro, es querernos como sociedad, es constituirnos como comunidad, es dejar de pensarnos como individuos para pensarnos en colectivo, como nación y como patria. Las normas y el orden existen (o deberían existir) porque cuando transgredimos y caemos en el desorden, en el vale todo individual, estamos vulnerando a otros.

Estoy convencido de que saldremos adelante como país. Que algún día sentiremos el orgullo de vivir en un país industrial, desarrollado, autosuficiente, seguro, sano, socialmente justo y equitativo, sin desempleo, sin pobreza y sin hambre. Pero ese día llegara solo cuando sepamos vivir y convivir solidariamente como sociedad. De ahí la necesidad de un Estado sólido y fuerte que, imponiendo normas justas y siendo inflexible con quienes no las cumplan, nos permita realizarnos como comunidad nacional.

Ernesto Bertoglio
DNI 36.793.900

 

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