Chupina

Por Normand Argarate

 

Hacia finales de la primavera durante los años 80 y mientras cursábamos el tercer año de nuestra secundaria, era frecuente que nos hiciéramos la chupina y fuéramos de excursión al río. Solíamos ir hasta la zona del Gaucho, en un grupo de cuatro o cinco. Nos arrojábamos al agua bajo el puente y nadábamos corriente abajo hasta la ribera opuesta.

En una oportunidad, mientras descansábamos sobre un tronco de sauce que sobresalía al ras del caudal, conversábamos sobre el sentido de la vida y esas preocupaciones propias de adolescentes.

Estábamos tan abstraídos y compenetrados en nuestro diálogo, tan apacibles en el aire vernal bajo la luz intensa de los primeros días de calor, que de repente algo salió de entre los árboles que nos sobresaltó. Una figura oscura y vegetal, chorreando sangre por su boca, corriendo hacia nosotros con un grito espeluznante. Fue tal el susto que cruzamos el río de un par de brazadas. Al llegar a la orilla, desde el otro lado, Ronald se desternillaba de risa. Era el bromista del grupo. En un momento de distracción se había alejado del grupo, embardunado todo el cuerpo de barro, adherido hojas y ramas, y con un puñado de moras que masticó y dejó chorrear desde su boca hasta su pecho completó el disfraz. Su talento histriónico, sumado a nuestro diálogo ensimismado produjo el efecto de tremendo susto.

Aún puedo verlo reír desde el otro lado, una siesta radiante de primavera.  

 

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