Por Puqui Charras

Una historia que deseo contar

Por Puqui Charras

Hay días luminosos en que uno se siente alegre, como si dentro de nuestra intimidad hubiera estallado una lluvia de emociones, algo como el color de la felicidad.

Aquel momento mágico, tras meses de gestión, lo viví gracias a la solución favorable del Fondo Nacional de las Artes al otorgar el subsidio para que la Dirección de Cultura y la SADE local pudiera editar el libro “Villa María y sus jóvenes poetas”. Dos instituciones que honrarían con su representación este pedido.

Aquí estaría la presencia de una nueva generación de autores, un período importante de la cultura villamariense.

Al lograr el apoyo del prestigioso organismo nacional se procedió a llamar a concurso.

Participarían en la selección de los poemas recibidos Aracilde Sobral, Marta Casabona y Gladys Gotti. Tres escritoras singularmente señaladas por sus trabajos literarios.

El libro se hizo. La directora de Cultura de aquel entonces, Olga Dominici, decía en una vibrante introducción que reconstruyo: “‘Villa María y sus jóvenes poetas’ es el resultado de un concurso que nació inspirado en el deseo de recoger el eco de voces que cantan en silencio, de voces que vibran en el viento. Este libro es una prueba de confianza, es una manifestación de estímulo, es simplemente un camino abierto”.

Y bajo el título de “La poesía joven”, la presidenta en aquellos días de la SADE, Dolly Pagani, agregaba, bordando la palabra como es su costumbre: “Por sobre todo este es un encuentro de inquietudes, un fermento de voces errantes, de acentos individuales, que de pronto se encuentran en un abrazo generacional en un solo y alto vuelo hacia la luz, hacia la libertad, hacia el amor”.

Integraban la antología: Horacio Norberto Bianciotto, Edgar Borri, Pierina Colombano de Pailler, Rubén Darío Chiappero, Nevi Lucía Chiappero de Guillen, Omar Antonio Dagatti, Bettina Edith Dematteis, María de los Angeles Fornero, Sandra Marcela Maestro, Mario Ricardo Moral, Norma Cristina Pérez, Tessie Ricci, Alejandro Alberto Schmidt, Sergio Stocchero, y Alicia Torra. Con la ilustración de Richard Borri.

Aquel poemario que se presentaría un 7 de mayo de 1982, era para mí la alegría, un muestrario con la belleza de las particularidades, dejándome el placer de un descubrimiento que se hizo extensivo a los lectores.

Hoy algunos de los participantes son ya nombres sonoros, cuyos ecos trascienden los límites territoriales y todos, con excepción de Tessie Ricci que partió de este mundo muy joven, siguen asumiendo el compromiso de andar por el camino de las letras, optando por la difícil comunicación poética.

La edición de la antología fue, para mí, como un premio; entendiendo que la vida nos reserva siempre compensaciones magníficas.

Realmente, un momento de felicidad por haber encontrado eco en ese organismo nacional (el Fondo Nacional de las Artes), que respaldara con un puñado de dinero la obra de 15 autores, algo que por razones fundamentalmente económicas hubiera sido difícil de realizar.

Para mí, esa antología que hoy ya tiene casi 40 años, fue una invitación a participar de una indescriptible alegría.

 

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