DÍA DE VILLA MARÍA - 157 años
Lobo del Riachuelo
Por los viejos galpones del Ferrocarril solían aparecer personajes descolgados del tren de la vida. Viajaban como polizones hacia ninguna parte, escondido en los bajos de los vagones. A veces, el convoy se ponía en marcha cuando ellos todavía se estaban abrochando los pantalones, después de orinar en los yuyales aledaños a la Estación. Y allí quedaban, varados a la espera del siguiente, o del siguiente, o de lo que venga.
Podía suceder que despertaran de un sueño profundo rodeado de chiquilines de miradas tan curiosas como temerosas, como le pasó al Lobo, un excelente contador de cuentos y/o de verdades, tal vez de verdades hechas cuentos, que cautivaron por semanas a los niños de la Sabattini.
Probablemente, su tonada porteña o bonaerense, extraña a los oídos de los imberbes, fuese un aderezo extra para las historias que invitaban a recorrer las avenidas más largas del mundo, los pasadizos tan oscuros de los barrios humildes o las aguas aceitosas de los cuadros de Quinquela. Probablemente. Pero pasaban los días y el Lobo permanecía en su guarida, junto a las chapas de los galpones del Transporte Mar Rojo, más escondido que agazapado, a la espera de que sonaran las últimas campanadas de las escuelas, para que los niños llegasen al rato con un bizcocho en el bolsillo, con una rebanada de pan con vino y azúcar o con una disculpa, pero dispuestos a escuchar su siguiente aventura.
“Un día llegamos a las afueras de la cancha de Boca con mi viejo… (cuando hacía silencio y los ojos se le llenaban de lágrimas era porque se avecinaba un remate fuerte y al medio) entonces abrieron las puertas para que la gente saliera y nosotros entramos. Subíamos las escaleras mientras todos empezaban a bajar. Pero…, ustedes nunca sabrán lo que es el verde hasta que no vean el pasto de la Bombonera; con esas luces que encandilan”.
El Lobo necesitaba de ese momento del día. Era evidente. Su vuelta a la edad de la inocencia, vaya uno a saber de qué ciénaga lo rescataba.
“Porque la clase de los trajes con los que se entra a la iglesia Catedral marca la hilera de bancos que tiene que ocupar la persona”. “Y te lo digo yo”. La última frase, remarcada de tonada porteña o bonaerense, despejaba cualquier duda posible. “Nosotros íbamos a ver una urna que está colgada en la entrada, como una lámpara de Aladino de la que flamea una llama. Ahí se guardan las cenizas del General San Martín, el Santo de la Espada. Mi viejo decía que a él sí había que rezarle y que todo iba a estar bien... Ahora hicieron una película y todo, con Alfredo Alcón y Evangelina Salazar. Mirá si será importante. Y te lo digo yo, que estuve ahí”.
Cierto día, el Lobo abandonó su guarida.
El piberío corrió por entre los yuyos, por las vías… Y sus ojos nadaron en el Riachuelo.
S.V.