NOTA Nº 571

Margarita, el Cordobazo y la solidaridad de los estudiantes de Medicina

Escribe: Jesús Chirino

Los protagonistas de la historia que hoy contamos son un matrimonio de trabajadores. Ella una afiliada al gremio de los gastronómicos, en tanto que él un vendedor ambulante. Margarita Ramona Chirino nos cuenta cómo, juntos, vivieron una situación que refleja la solidaridad de los estudiantes de Medicina en el marco del Cordobazo.  

 

Una trabajadora y un trabajador

Margarita nació el 18 de julio de 1938. Es decir que ya pasaron casi 81 años desde que su llanto de recién nacida inundara la habitación de sus padres, en un hogar campesino de Villa Fiusa dentro de la Estancia de Yucat. Ahora, sentada en una casa del barrio San Martín de Villa María, donde actualmente vive, nos cuenta que nació “en el campo de los curas. En ese tiempo se llamaba a una mujer para que atendiera el parto en la casa”. Luego de su llegada a la vida vendría el trámite oficial para ser anotada en las oficinas de Arroyo Cabral. Su familia trabajaba una parcela de campo alquilado en la referida estancia. Con el tiempo se trasladó a Villa María, donde Margarita Ramona trabajó en la actividad gastronómica. Por muchos años, luego de que tuviera que remplazar al cocinero Fratondi, tuvo a su cargo la cocina del recordado restaurante La Churrasquita. 

Acerca de su relación con su marido dice: “A Salvador lo conocí a una cuadra del viejo Hospital Pasteur. Andaba vendiendo quesos en la calle. Los llevaba en una jardinera tirada por un caballo. Ibamos caminando con mi mamá, quien lo paró para comprarle y fue allí donde lo vi por primera vez. Después empezó a venir a casa (en el barrio San Martín)”. Salvador Mangano era un trabajador que nació el 18 de julio de 1929, en la ciudad capital de la provincia, la misma donde vivirían la historia que quiere contarnos. 

 

Internado en el Hospital Clínicas

Para mayo de 1969, cuando se produjo el Cordobazo, hacía 10 años que la pareja estaba casada y para entonces ya tenían dos hijos. En su trabajo cotidiano, un día Salvador fue a buscar quesos a la fábrica de hielo Lanza, aquí en Villa María, y resultó con quemaduras en sus brazos. Desde allí comenzó con un problema de salud que se inició con lesiones en la piel, pero luego con otros síntomas que lo llevaban a caerse y no poder caminar. Después que lo atendieran en esta ciudad, sin muchos avances, lo derivaron a la ciudad de Córdoba, donde varias veces quedó internado por orden del doctor Flores que lo atendía en el Hospital Clínicas. De manera regular Margarita concurría a visitarlo.

 

Rebeldía y amor al prójimo

Eduardo Galeano dice que la rebeldía proviene del amor, del amor a los demás y del amor a las cosas que valen la pena vivir y hasta morir por ellas. Qué otra cosa fue tan central en esa rebelión popular que conocemos como el Cordobazo. En aquel movimiento producido a final de ese mayo, por grupos de trabajadores y estudiantes, fue neurálgica la solidaridad y el amor al semejante. Todas las personas en rebeldía tenían en claro contra qué poder se alzaban y, a la vez, no perdían de vista la necesaria solidaridad con los compañeros de clase social. La historia que nos cuenta Margarita Ramona, pequeña anécdota en el marco del gran movimiento de esos días, alcanza para mostrar los gestos de solidaridad de clase producidos en la jornada del 29 de mayo de 1969.

Para las primeras horas de la tarde de ese día, con la rebelión en marcha, la Policía sólo controlaba la plaza San Martín, frente a su jefatura. En diferentes puntos de la ciudad existían barricadas y el barrio donde se situaba el Hospital de Clínicas de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional  de Córdoba era uno de los principales bastiones de la rebeldía.

 

Seguían atendiendo a los enfermos

En una de las internaciones de Salvador Mangano, en el Hospital de Clínicas, Margarita llegó a visitarlo: “Creo que era un día jueves. Los enfermeros me dijeron que lo tenían que llevar al Sanatorio Allende para hacerle un estudio en las piernas... ¿Usted quiere ir?”. Margarita subió a la ambulancia para acompañar a su marido. Cuenta: “Nos dejaron allá y cuando fue la hora nos fueron a buscar con la ambulancia para regresar al Clínicas, pero nos dejaron a dos cuadras del hospital diciéndonos que desde allí nos arregláramos nosotros para llegar, porque los estudiantes habían tomado el hospital”. Descendidos del vehículo “miramos la calle, había barricadas y el fuego llegaba a las nubes. Tiraban botellas, honderazos, todo para romper los foquitos y todo quedara a oscuras. Con mi marido comenzamos a caminar muy despacito por la vereda para llegar al frente del Clínicas”, pero cuando vieron el hospital notaron que “estaba todo cerrado. Con bancos, con mesas, con lo que habían encontrado cerraron las puertas. Nosotros seguimos caminando para el lado sur. Al doblar había un caminito a la orilla de la tapia del hospital. Estaba todo lleno de estudiantes, para donde miraras”. Entonces hablaron con algunos de ellos y le explicaron que Salvador estaba internado en el lugar, que debían pasar para que fuera a su cama. La respuesta fue inmediata: “Bueno, señora, espere que ya lo hacemos y rompieron un pedazo de tapia como para que entrara mi marido”. Margarita aclara que no era una tapia del hospital, sino de otro lugar, debieron pasar por el patio de una casa antes de llegar al nosocomio. Mientras ayudaban al enfermo a pasar por el hueco, Margarita fue alzada arriba de “un tambor de 200 litros y me fueron levantando y pasando para el otro lado y allí me agarró otro muchacho. Así pasamos”. Dentro del hospital continuaban atendiendo a los enfermos. Luego que dejó a Salvador en su cama, Margarita les dijo a los estudiantes que se “tenía que venir a Villa María” de nuevo, la respuesta fue rápida: “Bueno, señora, como sea necesario. Me volvieron a subir por encima de esa tapia, me agarró uno, me agarró otro y pasé para el otro lado. Todo estaba oscuro. Pasé por lugares donde había yuyos, basura y llegué donde estaba la puerta del hospital y luego doblé y seguí caminando, aún seguían los honderazos por encima de mi cabeza... seguí caminando y a las cuadras agarré un taxi y me fui a la terminal”. Allí tomó un colectivo para Villa María, había sido una larga jornada, no niega haber tenido miedo, pero rescata que “los muchachos y las chicas” fueron solidarios con nosotros y Salvador continuó siendo atendido. Quizás sea porque, como dice Galeano, el amor está en la rebeldía.

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