NOTA Nº 570, escribe Jesús Chirino

Nuestra tierra de sabrosos duraznos

La urbanización y el avance de ciertos modelos de agricultura, entre otros factores, no solo han modificado el paisaje sino que también afectaron la flora y la fauna natural de la zona. Queda poco de lo que antiguamente era propio de la región y por ello es bueno recordar qué especies vivían en estas tierras. Algunas de ellas aún puede encontrarse pero, de manera casi paradójica, no las sabemos identificar como autóctonas.  

 

Sabrosos duraznos silvestres

En su libro “La sexta república”, Miguel Angel Cárcano, editada por Araujo, 1966, realiza comentarios acerca de la flora y la fauna en la región. Según señala el abogado, historiador y diplomático, en la costa del río Ctalamochita no solo crecían gigantescos sauces sino que también podían encontrarse “sabrosos durazneros silvestres”. Este integrante de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, en la obra referida, escribió que la llegada del ferrocarril a la zona que significó avances, “trajo también el hacha que desmontó el monte (sic) y el arado que hace brotar el trigo y el maíz, el alambrado que cierra los campos abiertos”. Cárcano habla de una Villa Nueva que supo estar rodeada de “extensos islotes de algarrobos, talas, espinillos, ñandubays (sic), chañares y quebrachos blancos, que la voracidad de los pobladores convirtieron rápidamente en postes y carbón, prefiriendo los beneficios inmediatos a una explotación más razonable. Los campos eran excelentes, con corrientes de aguas naturales que convergían al Río Tercero; arroyos como las Mojarras y el Algodón, lagunas como las de Ochoa y Vera, propicias para los criadores de hacienda. También habla de las vizcachas, “el traicionero gato onza y la tímida corzuela”.

 

Los relevamientos de Mino y Furlani

Por su parte, Agustín Mino en su libro “Arqueología de la Laguna Honda” refiere características de la fauna y la flora de la zona en los años 40 del siglo próximo pasado, época en la que escribió su libro. Entre otras muchas cuestiones, de manera textual, señala que “a catorce kilómetros de la localidad de Tío Pujio -estación del FCCA, próxima a Villa María, Provincia de Córdoba- en dirección sud tiene su asiento el casco de la Estancia y Colonia de Yucat, sobre la margen izquierda del Río Tercero, actualmente Ctalamochita.   El trayecto entre la estación y la estancia está dedicado exclusivamente a la agricultura. La superficie de la tierra no tiene otras variantes que algunas depresiones que otrora fueron brazos de desborde para el río. Los antiguos montes que cubrían la región hoy han quedado reducidos a una pocas hectáreas que se cuidan como un tesoro”. Claro que esto fue escrito hace más de siete décadas, la realidad actual es que existe mucho menos monte. Aunque para la época que escribió Mino ya se había practicado, por largos años, el derribo de árboles para la producción de leña y carbón y ganar tierra para el cultivo.

Este autor, en relación a la Laguna Honda señala  que allí podían encontrarse “juncos, espadañas y totoras, cuyos tallos sirvieron a los indígenas de material para su industria textil y donde hoy como ayer, tienen albergue flamencos, gallaretas, biguás, palmípedos de diversas especies y una buena cantidad de nutrias”. Entre los árboles de la región destaca “el tala, el algarrobo blanco, chañar, espinillo y diversos arbustos”. Las mismas palabras que luego escribió Alberto Furlani -sin citar- en “Apuntes y reflexiones para una historia de Yucat”. Luego agrega a la descripción “vegetales menores… abrojo, cardo, cola de zorro, cactus de distintas variedades, cola de caballo”.

Furlani, en su libro editado el año 1996, a lo ya relevado por Mino le suma “catita, lechucita de las vizcacheras, perdiz chica y perdiz chica pálida, pato maicero y el biguá, benteveo, carpintero de penacho rojo, chingolo, halconcito común, monjita, pato picazo, tijereta, cotorra verde, gallareta, hornero, paloma cenicienta, pato silbón, ratonera, tordo, carpintero de penacho amarillo, cuervillo de la cañada, garcita blanca, martín pescador chico, paloma torcaza, pato sirirí, tero común, zorzal. Y los mamíferos: comadreja overa, laucha, cuis, ratón de campo, liebre europea, zorro gris, peludo”.

Mino realizó una búsqueda profunda y produce un detallado informe en su obra. Es así que deja anotado qué restos arqueológicos fueron encontrados en la Laguna Onda. En cuanto al hallazgo de restos de animales señala: “Cráneos de nutrias, cáscaras de huevos de avestruz -refiriendo ñandú o avestruz americana-  y distintos esqueletos y aletas de peces de variadas especies…”, que vivían en el lugar. Por su parte Furlani menciona peces como bagres grises, bagre águila, dientudos, mojarritas y viejas del agua. A todo esto agrega “entre los ofidios, la yarará grande; entre los saurios, la lagartija verde. Los anfibios se hacen presente con el sapo común, el escuerzo y la rana criolla”.

 

Aquellos duraznos

Un relevamiento más antiguo de la flora es el realizado por Alonso Carrió de la Vandera, en 1771. Se trata de quien fue comisionado para el correo y viajó desde Buenos Aires hasta Lima. Años después, tres años antes de la constitución del Virreinato del Río de la Plata, fechó en Gijón la edición de un libro a nombre de Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolocorvo, donde constan detalles del viaje como que el río “por una y otra banda está bordado de sauces, chañares y algarrobos. Los pastos no son tan finos como los de Buenos Aires, pero son de más fuerte alimento para los ganados”.  Otro dato que este viajero apunta acerca de la flora de la región es que “la fruta más común es el durazno”. Como podemos ver aquí coincide con lo señalado, muchos años después por Miguel Angel Cárcano.

Aunque existen los datos históricos, en el imaginario de quienes vivimos en la zona, no siempre tenemos incorporado a los durazneros como árboles autóctonos.

 

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