Se inaugura la sexta muestra en el SUM virtual de El Diario

Lolo Amengual regresa a la Villa

El artista que recibió consejos de su vecino, Fernando Bonfiglioli, expone desde hoy su muestra Cábala criolla. Las obras vienen a la ciudad procedentes del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, de Rosario, y del Museo de la Ilustración Gráfica
domingo, 22 de noviembre de 2020 · 08:54

Lorenzo Lolo Amengual dice “en el hall de ingreso” a su muestra que le importa mucho “el registro: que alguien en algún momento pueda decir ‘uy, mirá cómo pensaban estos tipos’”.

Cábala criolla, que hoy se “cuelga” en el SUM virtual de El Diario, reúne 30 imágenes para interpretar los sueños, vencer el azar, alcanzar la fortuna, cantar y silbar...

Cuando Página/12 lo entrevistó hace algún tiempo por sus Cartas a Goya, correspondencia ilustrada, el artista ya mostraba al cronista sus “cábalas” con evidente entusiasmo. La técnica que utilizó se ubica “en un territorio ambiguo, entre el dibujo y el grabado”, aprovechado a partir de materiales que encontró durante su estancia en Alemania allá por los 90 (cartulina enyesada, que permite realizar “falsas xilografías”).

“Esa técnica le permitió imprimir al dibujo su aire particular, ya que la Cábala que propone Amengual cruza el imaginario quinielero que conoce cualquier habitué de las casas de apuestas locales con el tango de los años 30 y 40 y los antecedentes napolitanos de la ‘smorfia’”, dijeron en el diario porteño de tirada nacional.

 

Se dice de mí…

(Amengual, por Lolo)

“El 30 de agosto de 1939, día que empezó la segunda Guerra Mundial, la tormenta de Santa Rosa adelantó mi nacimiento en Marcos Juárez. Cuando cumplí los 8 nos mudamos a Villa María. Ya dibujaba, por entonces. La Academia de Bellas Artes del maestro Arborio y el Pichín Martínez me gustó enseguida. Allí conocí a dos chicos, mis amigos del alma hasta sus muertes: Jorge Bonino y Miguel Angel Cachoíto De Lorenzi.

Rina Actis, en la escuela, y mi vecino Bonfiglioli me dieron algunos consejos (siendo yo un niño tímido, cuando se trataba del dibujo, me gustaba preguntar). Seguro que a residentes, viejos como yo, esos nombres evocarán un rostro y algún recuerdo.

En Villa María crecí y pasé mi adolescencia. A quienes me preguntan hoy de donde soy, contesto sin dudarlo: de Villa María, de la que me fui a los 18 años y mantengo intacta en mi memoria. Jamás regresé... No tengo respuesta para explicar este exilio.

Mientras estudiaba arquitectura en Córdoba trabajé en el Departamento de Arte de Canal 10, Junto a De Lorenzi. Esa fue nuestra escuela de diseño; nos formábamos entre nosotros, en el trabajo diario.

Años después el talento de Cachoíto, lo proyectó a la Dirección de Arte de La voz del Interior y a la consolidación de su sólida obra gráfica y pictórica.

Emigré a Buenos Aires en los 70, como director de Arte de la revista Confirmado. Cícero publicidad, agencia paradigmática, fue otra de mis escuelas; y repito, entonces se aprendía a hacer, haciendo.

Dibujé humor en Adán y otras revistas. Sobresalí durante un tiempo como humorista gráfico de cierto renombre. Se me acabó el humor en los 80, cuando la realidad se puso fea. Publiqué mis dibujos en Nueva York, en Milán y en Fráncfort.

Hasta que me jubilé en el 2010 trabajé de día como Diseñador Gráfico y de noche como dibujante amateur. Realicé comunicaciones institucionales y de gestión de alta gerencia. Hice cursos sobre identidad corporativa en Nueva York. Y me enamoré de un instrumento nuevo, que me resultó imprescindible: la computadora.

Formé parte del equipo editor de Fundación Antorchas. Diseñé y diagramé libros, estrategias de comunicación para los museos: de la Colonia San José, en el Palacio San José, Entre Ríos; Etnográfico Ambrosetti, de La Plata; Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires; Castagnino, de Rosario; Benito Quinquela Martín, de La Boca, Buenos Aires, y Caraffa, de Córdoba.

En 2008 concluí mi investigación sobre el ilustrador Alejandro Sirio, publiqué un libro sobre su obra y logré organizar una muestra en el Museo Nacional De Bellas Artes, en Buenos Aires.

A partir de ese momento la práctica del dibujo y la ilustración copó mi vida. Y mi larga relación con la imprenta me inclinó hacia el grabado, la litografía me cambió la mirada.

Los libros ilustrados Cábala criolla (2014), Cartas a Goya (2018) y ABC de las microfábulas (2019, con texto de Luisa Valenzuela), llenaron mi existencia.

Entonces arribó “el bicho”, el COVID-19, un virus desconocido que empezó a matarnos; el mundo sucumbió en pandemia.

Para enfrentar el desaliento con contenidos digitales, el Museo de la Ilustración Grafica desarrolló con 30 ilustraciones de la Cábala criolla un documental, musicalizado con letras de tangos. Resultó un material amable, que rescata aspectos de la cultura popular, con acceso libre por Internet”.

Ese material es el que Lolo viene a poner a disposición de los lectores El Diario.  

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