Entrevista con Normand Argarate

"Edith fue para mí un modo de vivir a través de la poesía"

Escribe: Juan Ramón Seia
DE NUESTRA REDACCION

Fue, es y será faro, contraseña, referente. Siempre niña y leyenda, maestra y hechicera, mujer y misterio, profundo dolor y fuego de palabras.  

Edith Vera, la gran escritora local que el jueves pasado hubiese cumplido 95 años, se erigió como fuente de inspiración de varias generaciones de poetas que trataron con ella y que la conocieron también a través de sus obras, tanto las premiadas y conocidas por el público literario, como las inéditas que legó en una variedad de papeles sueltos.

Uno de aquellos escritores que la frecuentaron e intercambiaron añoradas charlas fue Normand Argarate, quien se embarcó en un proyecto ensayístico sobre el legado de Vera que venía postergando desde hace tiempo: "El libro de Edith"

 

 

¿Cuánto hacía que rondaba por tu cabeza embarcarte en un ensayo sobre Edith?

-Cuando leí “El libro de las dos versiones” en 1998 fue una revelación para mí. Desde ese momento comprendí la singularidad y potencia de la poesía de Edith.  Escribí ese año una nota para el suplemento cultural de este mismo diario. La capacidad de crear a partir de una transparencia luminosa, y capturar el sentido de lo inefable en la sencillez cotidiana, fue el inicio de una lectura muy atenta de su obra. El germen de una gratitud lectora que maduró hasta el sentimiento de una deuda espiritual.

 

-Más allá de que habías establecido una amistad con ella, ¿significó un desafío mayor al enfrentarte ante la obra de un ícono cultural de la ciudad?

-El desafío no es tanto por el lugar de ícono cultural, si entendemos por esa definición el lugar social de prestigio, sino por lo que representa la propia poesía de Edith. Ensayar un acercamiento a su obra, lograr escuchar su palpitación interna, retener la fidelidad a percepciones tan personales, interpretar el ritmo y la respiración de construcciones tan diáfanas fueron mis mayores preocupaciones. Seguir el movimiento sutil que hilvana imágenes delicadas sin fosilizarlas era mi mayor cautela, registrar la sensación física del descubrimiento que cada poema produce con nuevas lecturas. En todo momento intenté de algún modo estar en contacto espiritual con Edith, era mi forma de sortilegio interior. Estar en contacto con su espíritu para poder leer con mayor precisión su maravilloso universo.  En definitiva, la poesía es una de las formas de la magia.

 

-Planteaste una comparación entre el aislamiento por la cuarentena con la decisión de "ovillarse" de Edith en su auto-encierro. ¿Te pusiste en su lugar en medio de esta situación atípica o te empezó a disparar escenas sobre cómo fue la "vida poética" en el encierro?

-En primer lugar, el aislamiento me enfrentó a la procrastinación de aquello que sentía como deuda espiritual y a la vez la aparición de indicios anímicos, como soñar con ella o encontrar algunos recuerdos, pequeños fenómenos que me ocurren en relación a ella durante el mes de abril fueron determinantes para el inicio del trabajo.  En cuanto al aislamiento y la decisión de ovillarse en una interioridad que construye sus propias leyes, que despliega desde la soledad un friso de naturaleza fantástica y mientras el trance sucede, la vida acontece, como digo en el libro, favoreció de algún modo un vínculo casi mediúmnico, ya que prácticamente durante todo el tiempo de escritura no hacía otra cosa que tratar de comunicarme de algún modo con la poesía de Edith. Digamos que las condiciones de reclusión estimularon un mecanismo de compenetración para pensar esa poética nacida precisamente desde el repliegue de una interioridad.  

 

-En buena parte de su poesía sobrevuela un cierto halo de tristeza y melancolía. Y a la vez reactiva y valora una mirada profunda de la infancia. ¿Creés que se refugió allí, que buscó conscientemente aquella época de su vida para crear o que en realidad utilizó la curiosidad y afán lúdico de la infancia para volcarlos en su producción?

-Leer a Edith es tocar su alma. Todo está allí. Y como dice María Negroni, el poema es la prolongación de la infancia por otros medios. En el caso de Edith, la infancia es el territorio del descubrimiento, del asombro, una colección de pequeños milagros. Su poesía no es evasiva, sino que intenta el reencantamiento de lo cotidiano, precisamente lo que hacen los niños con su propia realidad. “Todo jardín tiene caminos secretos” escribe y nos invita a la exploración de nuevos sentidos, es decir trae el nuevo mundo al espacio simbólico.  En la mirada infantil encontró el poder salvador, la señal secreta de lo venidero que se expresa en el gesto de la infancia, como sostenía Walter Benjamin. “atraparé la forma / en que veo el caballo” dice uno de sus poemas. Recuperar la mirada infantil sin mancillarla de falsa ingenuidad, es quizás el mérito mayor de nuestra poeta. Las representaciones adquieren entonces la recreación vital de aquello en permanente nacimiento, y el dibujo de un caballo es algo más que solo un dibujo, son las líneas de sus movimientos, las huellas de sus cascos, y finalmente una figura que se eleva por el aire. Todo está vivo en las páginas de su poesía.

 

"Efecto polinizador de sus palabras"

-El singular sistema de mensajes que le dejaban escrito en su auto a modo de correspondencia, ¿era también un guiño a cierta candidez e ingenuidad de los tempranos años?

-Hay algo del orden de la materialidad del mensaje, su propia impronta en la precariedad de su sistema. En esos papelitos escritos en letra de imprenta, pequeños manuscritos que diseminaba como un efecto polinizador de sus palabras. Alguna vez hablamos sobre las señales de migas de pan, en el cuento de Hansel y Gretel o como Li Po arrojaba sus poemas al río y en el gesto de diseminar huellas frágiles, apenas rastros invisibles de letras endebles. Sin embargo, sus cartitas se expandían en el desprendido ademán. Notas, poemas o algunas frases sueltas decían, desde un lugar provisorio mucho más que las formas usuales de comunicación. En la levedad del soporte llegaban más lejos.  

 

-También notás ciertos vínculos con la literatura oriental. ¿Era lectora asidua de autores de otras geografías o compartía sus abordajes filosóficos?

-Hubo un tiempo donde conversamos mucho sobre hinduismo. A ella le interesaba particularmente las ceremonias y los ritos embebidos de sensualidad oriental. Me comentó por esos días que estaba trabajando sobre un texto que consistía en el arte de tender la cama, de preparar el lecho para el descanso o el amor, donde cada movimiento o gesto implicara una ritualidad amorosa. Pero supongo que todo aquello se ha perdido. Alguna que otra vez también conversábamos sobre la grafía arábiga pero como hecho estético, el dibujo de la letra. En esos tiempos yo estaba muy enfrascado en esas lecturas y en cada encuentro me interrogaba. Encontró unas recetas hindúes y las copió para que yo pudiera saborear el irresistible aroma del cardamomo. 

 

-Descubrís similitudes de Edith con Emily Dickinson en sus historias literarias de vida. Y recordás la anécdota de Violeta Parra leyéndole Las dos naranjas de Vera a sus nietos. ¿La universalidad que podría tener la obra de Edith hace mucho más grande su legado?

-Hay muchas similitudes con Dickinson; el repliegue sobre sí, la postergación del amor como una espera infinita, el mundo vegetal y por supuesto la secreta poesía. En el libro intento que ambas poéticas se rocen, o reflejen mutuamente. En cuanto a la anécdota que ilustra que una gran artista como Parra haya advertido inmediatamente la belleza de los poemas de “Las dos naranjas”, y su textura musical, es una clara evidencia del enorme talento de Edith. Y a medida que pasan los años, nuevos lectores se suman, por lo tanto, hasta donde podrían llegar esos poemas es un misterio. Papelitos que siguen volando. En la poesía de Edith todo es misterioso, fíjate que estamos hablando de ella, en las vísperas de su cumpleaños. Así funcionan los ensalmos (Nota de Redacción: conjunto de oraciones y prácticas curativas que los curanderos realizan para sanar a los enfermos), de esta gran hechicera. 

 

-En varios pasajes hablás de los duros golpes que recibió en su vida, como la separación de su esposo, los allanamientos a su casa durante la última dictadura, el rechazo de las autoridades educativas en el regreso de la democracia y hasta los incendios que sufrió su morada. Salvo sus piezas donde desliza penurias por el amor perdido, son sutiles los pasajes poéticos que refieren a sus grandes dramas. ¿No quiso exorcizarlos en papel o su poesía era justamente su vía de escape?

-Pienso que transmutó alquímicamente sus dolores, como ella misma dice “el corazón me ardieron/ y mi sangre fue savia,/ y mi piel sin defensa/ para ser lastimada./ Después vestí de verde/ de blanco y rojo grana/ y elegí aquel poema/ que tanto me gustaba.”. La sombra de la pérdida, el desconsuelo que le produjo toda la violencia de los allanamientos y la aflicción de la soledad, si bien eran parte de su alma, logró conjurar la pena a través de la poesía. En la delicadeza de sus palabras hay un sentimiento de reparación, cierta felicidad nostálgica y juguetona en el ofrecimiento del puro ser. Un respeto reverencial por todo aquello pequeño y frágil. Edith no se evadía, sino que trascendía la tristeza hacia la reinvención de reinos fantásticos para recuperar la niña que fue, para no perder la inocencia de la mirada infantil y hacer del mundo un lugar más amable. 

 

 

"Es indudable que significa una referente ineludible" 

-Más allá del recordado libro de Marta Parodi, las ediciones de Schmidt en Radamanto y las reciente reedición de “Las dos naranjas”, ¿se reconoce en su verdadera dimensión a la obra de Edith en nuestra ciudad?

-Creo que en el ambiente literario de nuestra ciudad hay un reconocimiento y es indudable que significa una referente ineludible; tal vez no se la termine de valorar en toda su magnitud por el resto de la sociedad. Es una pena que no se haya cumplido su último deseo de transformar su casa en un espacio cultural. Probablemente las características personales de Edith, y su reticencia a la publicación contribuyeron a invisibilizar su figura; sin embargo, su obra crece en el tiempo y será tarea de todos aquellos que la amamos, sostener la difusión y convocar a nuevos lectores.

 

-En cuanto a la publicación, ¿cómo llegó la propuesta de editar el libro por Apócrifa? ¿Habrá alguna presentación al menos virtual del libro?

-Antes que nada, mi agradecimiento a Virginia Ventura y Darío Falconi por su gran generosidad. Cuando comencé a escribir el texto mi propósito simplemente era realizar una edición digital, y le envié el material a Darío, quien inmediatamente me propuso hacer una edición en papel. Luego Virginia trabajó con el texto. Es una maravilla que exista una editorial con esta capacidad en la ciudad de Villa María. En cuanto a la presentación todavía no hemos decidido nada al respecto.

 

-¿Hubo otras miradas previas además de Silvia Giambroni y de Silvina Mercadal (autora de la contratapa), antes de enviar a imprenta?

-Tanto Silvia como Silvina me acompañaron durante el proceso de escritura, y sus aportes resultaron fundamentales para avanzar. Entre los que leyeron el texto, las sugerencias del escritor y periodista Gustavo Pablos tiene una honda significación personal. Nos conocemos desde adolescentes, hemos hecho revistas juntos y siempre lo he admirado.

 

-Finalmente, ¿en qué fue lo que más te marcó Edith, tanto en lo personal como en la faz literaria?

-Un modo de vivir a través de la poesía; de toda esa poesía que nos rodea y se eleva de la página escrita. El sentido inefable y de belleza que anida en el corazón de la existencia, porque “Estamos aquí acurrucados, para dejar espacio al vuelo de los pájaros".

 

Por Apócrifa

"El libro de Edith" ha sido editado por el sello local Apócrifa, de Darío Falconi y Virginia Ventura.

Desde la editorial habían lanzado una promoción de preventa, para los primeros 50 compradores, quienes recibirían una lámina con la acuarela que realizara la artista visual Carolina Martínez, que terminaría siendo la imagen de portada de la obra.

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