santa victoria - La historia de un poblado pujante que hoy no tiene habitantes

Un pueblo que florece cada año

“Tengo un privilegio que no se lo deseo a nadie: el de haber perdido mi pueblo”, afirma el escritor Osvaldo Martino, quien narró la historia de una localidad que tuvo escuela, hotel, iglesia, almacenes de Ramos Generales y una traza de 60 cuadras, pero que hoy permanece abandonada y sin habitantes
domingo, 14 de noviembre de 2021 · 08:03

Si uno pasa hoy por la ruta no ve absolutamente nada. Los matorrales y la creciente vegetación esconden algo que fue un sueño y terminó siendo ausencia.
 Sobre ruta provincial 4, a dos kilómetros de Chazón -con dirección a Etruria- se avizoraba Santa Victoria, un poblado repleto de comercios, escuela, correo, un hotel - algo novedoso para el 1800 - y siete bulevares. 
Ahora, solo queda en pie una pequeña capilla que es visitada cada 30 de agosto, cuando se venera a Santa Rosa de Lima, la Santa Patrona del lugar. 
“Tengo un privilegio que no se lo deseo a nadie: el de haber perdido mi pueblo”, decía el escritor Osvaldo Martino (hoy afincado en Chazón) cuando hacía referencia a su libro “Santa Victoria... y las casuarinas quedaron solas” publicado en 2013, y reeditado por estos días. Es que lo que era una localidad pujante a fines de 1890 terminó siendo un caserío abandonado. 
En cuanto a esto, el artista acotaba también en su obra que cuando la década iba llegando a su fin, todos aguardaban de la definitiva instalación de la formación del ferrocarril. Algo que -presuntamente- traía progreso para la región. 
La localidad había sido fundada en 1893 sobre los terrenos de Estancia Las Estacas. La Capilla llegó más tarde (en 1913). Con una enorme traza y proyección, todo parecía indicar que el crecimiento seguiría mientras estuviese ubicada a la vera del Ferrocarril Pacífico (línea conocida también por traer progreso a Villa Nueva, es el mismo ramal).
Sucedió que los ramales de línea Rufino, que comprendían al poblado, fueron cerrados y el Central Argentino, que se posaría, jamás llegó.
Si bien la estación Villa María -que formaba parte de la travesía- continúa funcionando, ahora lo hace solo para el servicio de pasajeros y no de carga. 
El ramal concluyó su construcción a finales 1981, pero en el año 1960 las cosas cambiaron.

Con la vista al pasado 
A mediados de 1890, Santa Victoria se destacaba entre las rutas. Conjuntamente a Villa Nueva y La Carlota, el pueblo iba trazando un mapa cada vez más imponente. Con cuatro almacenes de Ramos Generales, empresas lácteas, una actividad ganadera creciente para los colonos, herrerías, fábricas de herramientas rurales, correo, su escuela primaria y el Club Social Belisario Ortiz (con su salón de fiestas que vivió festejos que duraban días enteros), la localidad respiraba vida. 
Ya en 1900, aparecería una herrería donde carros, camionetas y demás vehículos eran acondicionados bajo el sonido de la fragua. 
En 1934 la electricidad llegaba también y todos los avances parecían imparables. Con partidos de fútbol y cuadreras que aún persisten en la memoria de los inmigrantes que iban dejando su germen en una Patria naciente. 
Hoy, solo persiste una pequeña capilla. Allí, sola, totalmente inmaculada, desafiando a sus enemigos latentes: tiempo y al abandono. 
No quedan más vestigios que un edificio derrumbándose acompañando el paisaje. 
En otras palabras de algunos antiguos pobladores, el nacimiento de esta locación apunta a 1882, cuando nacía la vieja Estancia Las Estacas (ya nombrada) que era propiedad de Belisario Ortiz, quien donó las tierras y eligió el nombre en honor a su hija (Victoria). 

Cuando el pueblo vuelve a vivir 
Cada 30 de agosto las calles vuelven a invadirse, el reloj parece volver sobre sus minutos (aunque sea por un rato). Es que los vecinos convocados por la feligresía de la región asisten a la festividad patronal. Es el día de Santa Rosa de Lima, y allí están limpiando el terreno, repintando el templo, barriendo la enorme polvareda que cubre cada piso que hoy son historia, que antes lo eran todo. 
Todo es alegría. El polvo de los guadales comienza a levantarse y los “nacidos y criados” vuelven a encontrarse con viejas historias. 

No hablamos de un hecho aislado, ni de un pueblo fantasma, sino más bien de personas que no se han olvidado de sus raíces y aman la tierra que los cobijó y los vio crecer.
De igual modo, la caída del sol es inevitable. Ahí es cuando la soledad vuelve a azotar la localidad. En sus autos, grandes y niños dan media vuelta rumbo a Chazón, Pascanas, Etruria, Laborde, Santa Eufemia o Villa María -localidades a las que fueron migrando para reconstruir su destino-. 
El periodista oriundo de Ucacha, Gustavo Perusia comentó que 2006, cuando se cumplía el centenario de la localidad, la parroquia había quedado chica y tuvieron que poner parlantes para los que no podían ingresar. “Habían convocado a más nostálgicos que lo previsto”. Allí, sobre cuadras imaginarias, iban todos, recorriendo en una procesión el abandonado y gris mapa trazado por algunos que hoy ya no están. 
Referido a la “fiesta grande” que se desarrolló este año - en 2020 no se pudo por pandemia-, el portal de la Radio FM VOX de Ucacha, dimensionó: “Más de 50 vehículos, y entre 150 y 200 vecinos participaron de las celebraciones”. Respecto a la iglesia, una placa ubicada en homenaje a su centenario reza: “Este vestigio de la fe nos permite recordar que existíamos. Que estamos aquí”.
“Hay quienes dicen que no queda nada. Para mí el pueblo está. Está en mi corazón”, afianzó Martino, quien asegura que reconoce claramente lo que había en cada lugar.
En diálogo con este medio, el autor de “Las Casuarinas...” se sincera: “Muchas fotos no quedan, pero yo pinté muchos cuadros que pueden venir a visitarlos cuando quieran”.
“Sorprende la cantidad de personas que hay cada año y esta es una lucha constante contra el olvido. Ahora, donde solamente se ve yuyo y desierto, también podemos notar que hay algo, y yo creo que es un sentimiento”.

La visita de Gardel 
En 1917, dicen los que saben, Carlos Gardel, El Zorzal Criollo, se encontraba recorriendo Córdoba y, en medio de su viaje, se detuvo a descansar en el Hotel La Paz, pegado a la escuela primaria. Sí. Es que la cuestión referencial del pueblo, que superaba a todos los demás en su región, generaban una atracción para todos. 
Cuando se diagramaba el plano, se podían observar precisamente 67 cuadras, una plaza de dos manzanas y siete bulevares. El campo, el tambo y la hacienda eran las actividades destacadas. La escuela primaria tenía 80 alumnos y, años más tarde, Santa Victoria tuvo el primer taller de reparaciones de una empresa de transportes que luego sería Coata. Todo podría imaginarse, pero hoy solo queda la Capilla en pie y alguna casita familiar (la escuela, no resistió).

Las casas desaparecidas 
Según palabras de Osvaldo Martino (autor antes nombrado) “en el pueblo está la iglesia y una sola casa que se está derrumbando. El otro día se le había caído el techo de la cocina”, afirmó. 
Al no existir un municipio que estableciera ordenanzas, cuando las personas decidían mudarse lo hacían llevándose todo lo que fuera de su interés. Cuando nos referimos a todo... es todo. ¡Hasta los cimientos! Es que, tras derrumbar las edificaciones, se llevaban los muebles y los ladrillos que podían reutilizarse de alguna manera en su nuevo rumbo. Por esta misma cuestión, a la hora de recorrer las callecitas uno puede encontrar sitios baldíos donde solo quedan viejos aljibes de donde extraían agua por aquellos momentos (claro, era lo único que no podrían transportar). 

¿Por qué?
Recapitulemos. La formación del Pacífico -con pasajeros y cargas- ya pasaba por allí.
Y decíamos que todo el pueblo aguardaba con alegría la llegada de una nueva locomotora. Con sus humos y sus vagones llegarían nuevos emprendimientos. 
Pero eso jamás pasó. Es que cuando se esperaba el arribo de la formación Central Argentino la misma fue suspendida ya que la afectó directamente la profundidad de una laguna ubicada en uno de los ingresos: la conocida laguna Las Tunitas. Más tarde, también paró el Pacífico.
 A esta versión se le suman hechos que tienen que ver con lagunas del sector y la falta de comodidad. El pueblo, así, se quedó sin el transporte, la columna vertebral del crecimiento. 
El destino quiso que los durmientes y los rieles reposaran en cercanías de Chazón. Tan cerquita que hasta comparten el cementerio (que era originalmente de los “victorianos”). Respecto a esta versión también dialogamos con Martino y él mencionó que no todo tiene que ver con ello, ya que muchos habían decidido migrar antes de que el tren no llegara... el éxodo había comenzado mucho antes.
De este modo, los calendarios fueron apilándose unos sobre otros y el pueblo jamás volvió a tener los mismos colores. 
Solo queda el sonido del viento entre los árboles y algunas ventanas vacías que supieron conservar miradas hacia horizontes por los que ya nadie se aproxima con noticias frescas.

“No todo ha caído”
Darío Manero es quien hace dos años está al frente de la Parroquia La Anunciación de Etruria. Su labor eclesiástica también comprende las localidades aledañas de Chazón y Santa Victoria, donde cada 30 de agosto se desarrollan los oficios en homenaje a la Santa Patrona (incluyendo una procesión).
En diálogo con El Diario, Manero lamentó que en 2020 - por motivo de la pandemia - no pudo hacerse nada, pero que este año sí hubo actividades y fueron más que concurridas.
“Solamente vamos para el día de la fiesta de Santa Rosa de Lima. Es un espacio que está cerrado habitualmente”, inició el sacerdote, quien agregó que el lugar no posee electricidad y solamente se activa durante las fiestas patronales.
“El clima de ese tiempo es de mucha alegría, porque en realidad las personas que van ahí son aquellas que vivieron en Santa Victoria no hace mucho tiempo”.
“Hablamos de gente que ha estudiado en la escuela, se ha casado, ha tomado la Comunión o se ha bautizado”, completó.
Reflexionando un poco acerca de tal fenómeno, dimensionó que es necesario comprender que las raíces siguen latentes a pesar de que es un pueblo que ha desaparecido.
“Hay que ponerse en el lugar de la gente porque ésta tal vez sea una cuestión triste. Esto no solamente ha pasado con Santa Victoria, sino también en lugares como Estación Cayuqueo (en el Departamento Unión) o en Estación Flora, un lugar que existía entre Saira y Noetinger”. 
“Son personas que tenían su casa, su terreno, su vida, todo allí y en un momento - por razones de desarrollo - todo se desarma. En ese instante comienza la problemática donde tenés que irte a otro lado a vivir porque en el pueblo ya no queda nada”.
Finalmente, celebrando el mantenimiento de la Parroquia, ilustró: “Me llamó la atención que lo único que quede en pie es la iglesia, como un signo de que no todo ha caído... y eso habla de la eternidad, de algo que no pasa”, finalizó.
 

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