EL PAPEL DE LAS ADAPTACIONES EN TELA DE JUICIO

Obras clásicas adaptadas para niños: ¿son recomendables?

El recorte, las mixturas y el “monitero” adulto tal vez generen ideas falaces de algo que se presume exacto. El primer contacto con “la buena literatura”, tal vez no lo sea

Escribe Daniel Rodríguez
De nuestra Redacción

Siempre es bueno querer formar lectores desde pequeños. En esta misma vía, muchos adultos deciden aportar a los más chicos de la familia “buena literatura”, tomado esto como término canónico. Pero, en ese deseo se entregan adaptaciones de clásicos que fueron fragmentados y empobrecidos. Entonces, pensar que tal acercamiento es un primer contacto con lo mejor del género, es falso.

Obras monumentales de múltiples interpretaciones como La Odisea, La Iliada La Divina Comedia o El Quijote fueron releídas y readaptadas para el “consumo” infantil con uno que otro agregado intencionado.

En un primer momento la literatura infantil, lejos de hoy, era tomada como un género menor y tal vez se optaba por poner entre sus páginas algun contenido didáctico y moral a los fines de que la enseñanza fuera la obediencia, por así decirlo.

Lejos de establecer un juicio de valor sobre las imágenes que ilustran la nota, que fueron elegidas a modo ilustrativo, tomaremos  ejemplos y opiniones.

 

Pinocho

Marcela Carranza, de la revista literaria bonaerense “Imaginaria” toma como ejemplo la obra Pinocho de Carlo Collodi y explica:  “Si a un grupo de personas adultas de diversas edades se les pregunta si conocen al Pinocho, posiblemente dirán que sí; podrán incluso afirmar que la trama versa acerca de un muñeco que miente y que debido a eso le crece la nariz, un muñeco que luego de toda clase de aventuras, hacia el final del relato, es transformado por un hada en un niño de verdad”.

“Ante la pregunta de si han leído el libro, la respuesta de la mayoría volverá a ser afirmativa, dirán que lo han leído de niños, o bien de adultos a sus hijos o alumnos. Si se les interroga sobre la extensión del libro que leyeron, posiblemente las personas entrevistadas hablarán de unas pocas páginas, y quizá algunos dirán que se trata de una novela de más de treinta capítulos. Pero este último grupo, será el de una minoría”.

“Puede que muchas de estas personas manifiesten su decepción al descubrir que lo que ellos habían tomado por Pinocho, un pequeño libro de una docena de páginas, no era sino una de las muchas adaptaciones que serruchan, podan y encastran fragmentos”.

Con la sugerencia de que se elija para los niños literatura creada para ese fin, es que la propuesta es no “caer” en tales creaciones pensando que pueden ser mejores. Inclusive, en algunos casos, placas emblemáticas como La Caperucita Roja han ido cambiando y no hay, por así decirlo, una original (ver aparte). De igual manera eso también tiene que ver con la recolección de relatos orales, y esa es otra historia.

 

Experimentar

Apoyado en el trabajo de Jaime García Padrino, de la Universidad Complutense de Madrid, otra idea aceptable sería la de generar una especie de independencia de los lectores (incluso en el ámbito académico).  Es que siempre el mundo adulto  ha tenido su deseo de “monitorear” lo que leen los menores: por eso también emerge la literatura juvenil donde se presume que a un adolescente podría absorverlo cualquier escrito valorado por los grandes conocedores de la materia.

Padrino agrega el riesgo que posee  “el carácter de parcial, reductor, empobrecedor, sustituyente o mixtificador que podemos achacar a un texto que no sea el original. Es cierto y no cabe negarlo, siempre que se presente bajo el mismo título y la firma del propio autor versionado o adaptado. Se trataría, además, de un claro engaño, de una auténtica estafa...”.

“Por otra parte, la obra literaria es un todo que no admite alteración alguna sin convertirse en algo distinto a lo que su autor creó. Y se corre el peligro que el receptor de tales cambios o reducciones crea haber llegado a un conocimiento real de la obra adaptada o versionada”.

En fin, podemos afirmar entonces que toda adaptación tiene que ver con el concepto de Niñez que tenga su autor. Sabiendo que el momento histórico y cultural, también forma parte.

 

El caso de La Caperucita Roja

Afianzando la idea del concepto de niñez que tenga un sociedad, podemos poner como ejemplo La Caperucita Roja.

Tomado desde la mención de Marcela Carranza, quien cita a la especialista  israelí, Zohar Shavit: “La investigadora escoge este cuento debido a que sus numerosas versiones, escritas en los siglos XVII, XIX y XX,  permiten revelar con claridad los modos en que la sociedad ha percibido a los niños tanto en sus suposiciones acerca de lo que éstos pueden entender, como de lo que se considera adecuado para transmitirles.

Así por ejemplo, desde la versión de Charles Perrault (1697) a la de los hermanos  Grimm (1812) pasaron más de cien años, y en ese período el concepto de niñez incorporó algo de suma importancia para los siglos venideros: la educación del niño. Podemos decir que es en el siglo XIX cuando la función formativa comienza a cumplir un rol central dentro del concepto de niñez. Este cambio en el concepto de niñez explica según Shavit las diferencias operadas entre la versión de Perrault y la de los hermanos Grimm de “La Caperucita Roja”.

Diferencias que residen tanto en el tono de los textos (irónico en el primero e ingenuo en el segundo) como en el cambio más drástico: el del final (trágico en Perrault y feliz en los Grimm). Shavit señala cómo en el texto de los autores alemanes se produce una simplificación estilística, focalizando la narración desde el punto de vista de la niña. Pero sin duda el gran cambio es el del final.

Mientras para Perrault la historia termina con la niña devorada por el lobo, los Grimm ofrecen dos finales. En el primer final, el que suele perdurar, la niña recibe su castigo a la desobediencia cuando es devorada por el lobo, pero luego tanto la niña como su abuela son rescatadas. En el segundo final, el lobo es ahogado sin que hubiera llegado a lastimar a la niña.

 

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