NOTA Nº 675, escribe Jesús Chirino

El fuego que mata: quema del monte

Las fértiles tierras de la zona de Villa María, con la llegada del ferrocarril, eran territorio de monte. La llegada del “progreso”, con un nuevo sistema de producción, fue avanzando el desmonte. En ese trabajo para ganar tierras para el cultivo se desarrollaron diferentes estrategias. Cayetano Gaspar Orioli, en su libro “Luminarias del ocaso, miscelánea”, editado en 1967, narra “La quema del Monte Solito” que ocurrió en la primera década del siglo XX. Si bien el propio autor señala que lo suyo no es ajustarse al rigor de la ciencia histórica, también dice atenerse “a la realidad”. Por otra parte, los sucesos que refiere pueden ser corroborados mediante otras fuentes.

 

Zona de Ballesteros Sud y La Herradura

Según Orioli, los hechos narrados sucedieron “en lo que restaba del que fue un monte valioso situado entre La Herradura y Ballesteros Viejo, allá por el año 1908; un acontecimiento memorable tanto para Villa Nueva como para Villa María, por la gran cantidad de alimañas dañinas que tenían su guarida en los tupidos charcales, sunchos, espinillos y duraznillos que, aunque no muy altos, formaban una ensortijada maraña intransitable, buena únicamente para servir de refugio a las bestias salvajes...”. Por otra parte, el autor refiere su propio registro de la fauna en ese lugar, es así que nombra un “par de yuntas de pumas”, piaras de carpinchos y de “cerdos trompudos cruzados con jabalíes” junto a comadrejas, zorros y zorrinos. También señala que en el monte vivían “muchos perros cimarrones, algún yegüarizo mostrenco y orejano, una gran cantidad de reptiles: iguanas hueveras, víboras venenosas y lampalaguas y muchas aves de rapiña: aguiluchos, halcones, buitres, chimangos y caranchos -que- incursionaban por los gallineros de las dos bandas del río en todo tiempo”.

Por entonces el desmonte ya había avanzado mucho, pero aún quedaban zonas que resistían a la agresión del hacha y del fuego. Los vecinos “tanto de una banda del río como de la otra” resolvieron acelerar los preparativos para “quemar lo que restaba del antiguo monte, ayudados también por los nuevos propietarios, después de que las tierras fueran loteadas”. La cuestión fue planificada para que el fuego no avanzara más allá de lo considerado necesario. Orioli narra que se rodeó “con una barrera de fuego todo el monte para que no se escapara ninguno de los bichos, tratando al mismo tiempo de alejar del peligro de incendio algún rancho y los alambrados de las chacras vecinas, alejando, por los menos, 100 metros la barrera de fuego de todos los lugares donde pudiera causar daño”.

 

Un invierno preparando el incendio

Durante el invierno de 1908, cuadrillas de trabajadores “formaron varios campamentos alrededor del monte con carpas, taperas de emergencia, carros volcados y carretas de cuatro ruedas con toldo... En las horas hábiles trabajaban hasta los chicos amontonando ramazones y yerbajos que cortaban los grandes a una distancia de 100 metros”.

A la llegada de la primavera terminó la construcción de la barrera que sería incendiada alrededor del monte, “a fin de que no se escapara ninguna sabandija”. Por los peligros que implicaba un incendio como el que se había preparado, “las personas juiciosas se retiraron con sus familiares y pertrechos, pero la gente joven se prometía un gran espectáculo con el incendio del monte, y los sucesos no defraudaron la expectativa; apenas encendida la barrera de ramas, en su mayor parte seca comenzó a crepitar el fuego con explosiones cada vez más fuerte. El espectáculo comenzó con el aleteo de los pájaros arrastrando partículas de fuego en sus plumas, luego el explotar de los reptiles ahítos de humo”.

 

La quema de fauna, flora y humanos

A poco de iniciarse el incendio, al crepitar del fuego devorando el monte, se sumó el ensordecedor sonido de los animales que literalmente se quemaban vivos. A esos lamentos, según el relato, se agregó el grito desesperado de algunos hombres que, estando fuera de la ley, habían encontrado refugio en el lugar. Pedían que don José María Altamira, antiguo jefe político, los salvara. Este les recomendó que, junto a los caballos, encararan por el río. Orioli recrea un diálogo entre Altamira y alguien perseguido por la ley que dice ser inocente. A eso la autoridad le respondió que intentara cruzar el río y, de salvarse, no lo dejaría libre. El hombre intentó salir de entre las llamas, pero no lo logró y su cuerpo fue devorado por el fuego.

Lo quemado fueron alrededor de mil hectáreas de monte. Esas tierras quedaron disponibles para un sistema productivo intensivo. Tanto el hecho del incendio como la narración que lo rescata permiten advertir una forma de relación con el medio natural de la región por parte de los habitantes de la zona. Actualmente son escasos los manchones de monte autóctono que resisten en la geografía cercana a Villa María y Villa Nueva.

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