ENSAYO DESDE EL POTRERO

Todos tuvimos nuestro Mundial

Una reflexión acerca del potrero, la globalización y la comercialización de la diversión
domingo, 18 de diciembre de 2022 · 08:32

Hubo un tiempo en donde no había que pagar ni pedir turno para ir a jugar “el partido”.

Se trata de una época en la que no hacía falta formar un grupo de WhatsApp para llegar a la cantidad necesaria de jugadores y donde nuestro fútbol estaba más relacionado con el potrero donde el jugador disfrutaba, hacía amigos y rompía la siesta con el tipo de pelota que fuera.

Una oda al potrero, espacio donde iniciamos nuestros sueños y nuestro amor por el prójimo (foto, Enredados)

Hoy, lejos de todo eso, el “futbolista” -aunque existe un sentido amateur- ha pasado a ser no más que un consumidor: alguien que paga para jugar, alguien que abona sus zapatillas de fútbol cinco (o botines) y tiene un tiempo limitado para demostrar sus destrezas en un espacio regentado.

El hecho de que la magia del deporte haya migrado desde los potreros hasta la televisión también ha generado que todos los nuevos jugadores imiten y adquieran mañas mediáticas.

 Hace un tiempo atrás, en medio de un partido por la fase de grupos de la Liga Villamariense de Fútbol (LVF), un jugador -tras marcar un tanto en favor de su escuadra- corrió hacia el vértice del tiro de esquina y saltó girando en el aire para caer con sus brazos rígidos (al costado) y una mirada seria observando la nada. Sí. Emuló el festejo de Cristiano Ronaldo. Solo que había una pequeña diferencia: del otro lado no había nadie: la cancha estaba vacía ese domingo de invierno. Solamente sus compañeros vieron su celebración y alguno hasta se puso colorado por vergüenza ajena. ¿El sentido? No lo sabemos. Pero a esto hemos llegado.

Tal como algunos se teñían su flequillo rubio copiando al de Martín Palermo a finales de los 90, hoy otros bailan o hacen coreografías insólitas (Minecraft de por medio).

El puño cerrado o la mano en alto del matador Mario Alberto Kempes, en una época donde la TV no influenciaba tanto, demuestra que un gol en un Mundial es importante, pero que primero está la alegría o la irracionalidad de celebrar como salga, a flor de piel.

Pero este texto no apunta a la nostalgia o a la tristeza de haber sido y el dolor de ya no ser, como dice el conocido tango cantado por Carlos Gardel. Se trata de algo más profundo. Se trata del fútbol como generador de identidad, creador de lazos y solidaridad -a veces ignorada-. Allí está la cultura del pueblo: en el hecho de reunir perfectos extraños en pos de conseguir un triunfo colectivo. Aunque nunca estuvo mal que si hace falta uno pueda sumarse aquel que anda merodeando cerca.

 

Solidario

Promediando el año 2001, mientras argentina vivía una de sus mayores crisis, una familia de barrio Los Olmos de Villa Nueva se encontraba en una situación calamitosa. Tenían un pariente pequeño que padecía una grave enfermedad y, al no saber qué hacer, hicieron algo que iba a funcionar sí o sí: frente a su hogar se erigía una cancha de Baby Fútbol en desuso -debajo de la antena del multimedio SRT, repetidora de Canal 10-. Ese fue el lugar inmediato para organizar campeonatos relámpagos (esos que comienzan a las 12 del mediodía y no terminan hasta que haya un campeón). La convocatoria fue total y el éxito también. Se fue repitiendo con el paso de los tiempos y la organización tenía también su propio equipo: hombres vestidos con la camiseta del Milan de Italia.

Sí. Había que pagar una inscripción y también había árbitros. El premio para el campeón era un asado y el equipo vencedor arribaba al partido decisivo luego de haber jugado -al menos- cuatro partidos al hilo. Pero otra cosa era la que se palpitaba porque el origen era otro. Los jugadores venidos de potreros sentían que ese campeonato era importante solamente por dos cuestiones: había árbitros y los arcos tenían redes. Solo eso bastaba para pensar que la cosa “iba en serio”.

Lejano a eso, hoy el barro y las matas altas de pasto han mudado a un césped sintético y la privatización de la diversión -más el crecimiento de los núcleos urbanos- han borrado aquellos baldíos con arcos elaborados con ramas (aprovechando las orquetas para colgar el travesaño). 

Solo se trataba de eso, de jugar, pero hoy el espectáculo parece haber derrotado al juego. También el consumo. Es complicado sentir que sin dinero no se puede jugar. Y no solo eso, sino que también existe un circuito. El mismo que alquila la cancha ofrece comidas y gaseosas en el mismo sitio a un precio módico.

 Y referido a la espectacularización del deporte, también hay un mea culpa que deben hacer los grandes medios de comunicación con su demagogia de cartón. Se exige que el partido sea “bueno”, “vistoso” o que tenga muchos goles. Se habla de cotejos “entretenidos”, como si existiera un guionista detrás de aquello, cuando en realidad no es más que un partido de fútbol que no tiene por qué complacer a los espectadores… porque los que se divierten realmente son los que juegan, como pasa siempre en todos lados.

“El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar, sino para impedir que se juegue", escribió el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano en uno de sus textos del libro Fútbol a Sol y a Sombra. Y algo de verdad se esconde entre las líneas.

Antes, los terrenos que no eran de nadie, eran de todos. Y la TV no nos enseñaba qué era ser un futbolista. No existía un manual de buenas prácticas y reacciones esperadas de un deportista. Otro tema es la modernización que hace pensar que es necesaria más tecnología para ser mejor.

Un técnico de la región supo comentar una vez que, mientras observaban como el equipo rival (en un torneo provincial), se preparaba para la competencia, ellos no podían conseguir todavía quien les corte el pasto de su propio estadio.

¿Se puede volver al fútbol en estado puro? Claro que sí. Obvio que es imposible volver el tiempo atrás para “jugar por la coca” y sentarse con los amigos en la puerta del quiosco a beber una Coca-Cola de vidrio (porque en ese envase sabía más rica, dicen), pero si se puede hacer un viaje introspectivo respecto a las generaciones que vienen. Cambiar las exigencias, dejar de temerle a la socialización y entender que no es más que eso, un juego.

Con ese contexto, y recordando que alguna vez jugamos un partido decisivo con alguien que nos quería mirándonos, podemos decir que tuvimos nuestro momento de gloria y que lo vivimos como un mundial. La trascendencia es otra cosa, y responde a otros.

De igual manera, como en el truco, luego de la partida, todas las cartas vuelven al mismo mazo y a la misma caja.

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