El cuarteto, un género nacional y de multitudes

Historia de la Madre Baile

El músico local José Berardi encabezó -hace semanas- una disertación donde narró la historia del ritmo cordobés. Desde allí se toman fragmentos para esta entrega que narra la historia de Leonor Marzano, creadora del Tunga Tunga y también de la formación del Cuarteto Característico Leo

Escribe José Berardi Gentileza para El Diario

 

Cuarteto, música indiscutiblemente nacida por y para los pies del bailarín. Lo bailan sueltos, lo bailan tomados de la mano, girando en sentido antihorario por la pista de baile, pero ¿qué tanto sabemos de su historia? ¿Es cordobés? ¿Nace de un hombre o de una mujer? ¿Por qué se llama al ritmo y al género con un término que habla de cantidad y no de musicalidad? ¿Qué tendrá que ver el número cuatro?

A modo de reseña, y según narró en una apostilla Mario Pregoni: “Las fiestas danzantes, con su característica euforia, sirven a la gente de nuestras provincias para dar rienda suelta a su contenida pasión durante la larga semana de trabajo. La cosecha, el ganado, si lloverá o no, son los temas obligados de los hombres que ven ese momento la ocasión para reunirse; mientras las niñas esperan a su predestinado, las madres no pierden de vista ningún detalle”. Tal texto forma parte de la contratapa del disco “Del brazo con la suerte” del Cuarteto Leo en 1973.

 

El inicio

Si tuviéramos que poner un punto de partida, diríamos que allá por 1943, cuando Don Augusto Marzano crea el Cuarteto Característico Leo (en homenaje a Leonor, su hija… la pianista); había dejado atrás su antigua orquesta Los Bohemios.

El cuarteto tiene su debut propiamente dicho durante la mañana del 4 de junio de 1943 en la Radio LV3. Tal fecha es significativa porque por ella se instaura como Día del Cuarteto. Además, esto coincide con el 4 de junio de 2000, Día del Paso a la Inmortalidad de Manolito Cánovas, fundador de Trulalá (o digamos más bien mentor). Y, como otro hecho casual a esta querida fecha, en 2018 también se fue de gira el querido Don Oscar.

Volviendo a la figura de Don Augusto Marzano, él fue un ferroviario oriundo de Santa Fe capital, músico (contrabajista) y quedó viudo con su pequeña hija de 9 años (Leonor). En ese marco, fue trasladado por su trabajo en el ferrocarril a la provincia de Córdoba, más precisamente a Cruz del Eje. Por aquellos momentos la pequeña Leonor dejó sus estudios de la primaria con tan solo segundo grado.

La Leo, dueña de los dedos mágicos que aún hacen bailar

Cruz del Eje cobijó a Augusto y a Leonor por dos años. Leo, de tanta tristeza y aburrimiento, le pidió a su papá marcharse, cuestión por la cual Augusto pidió su traslado a Córdoba Capital.

Ya instalados en Córdoba (en una casa ubicada sobre calle Jujuy), Augusto pasó a integrar el conjunto característico Los Bohemios y (por inquietud de la propia Leonor), la hija comenzó a estudiar piano en el conservatorio Del Carril en la calle Hipólito Yrigoyen.

Así transcurrieron los años de niñez de Leonor y su papá, ya desde sus primeros años de estudio Leonor se pasaba el día dedicada a las lecciones del conservatorio, y a la vez jugaba a ser desde el piano el acompañamiento completo de un instrumento solista o de un cantor, algo a lo que se suele llamar “hacer ritmo”. Desde ese momento, ya hubo “tunga tunga”, de momento que para acompañar un paso doble, por ejemplo, con su mano izquierda marcaba las notas del contrabajo (tónica y quinta justa), y hacía respuesta con la mano derecha en el acorde completo; a lo que le agregó usar la octava en la mano izquierda cuando hacía la tónica, por decirlo didácticamente a la hora de hacer “tun” usaba notas dobles, y el “ga” eran notas triples.

Esta particularidad en sus prácticas de piano en la casa, incesantes, despertaron siempre la curiosidad y el interés de su papá Augusto, ya que, de esta forma, él podía tocar la flauta haciendo melodía (en vez del contrabajo) y su hija acompañarlo haciendo ritmo con el piano.

Cuando Leonor cumplió sus 18, Don Augusto le propuso formar un conjunto musical. Esto sucedió, no solo porque veía cualidades musicales en ella, sino que era una manera de que Leonor dejara de juntarse con sus amigas a jugar a las cartas alguna que otra noche (situación que era muy común dado el pensamiento social de la remota década del 40). La propuesta inicial era hacerlo con cuatro músicos, y decide ponerle Leo, justamente por Leonor. Así, el nombre fue “Cuarteto Leo”.

Con el correr de los días y en la búsqueda de músicos, Don Augusto cambió de parecer y decidió ampliar el número de integrantes, para asemejarse a las orquestas características de moda en la época (Enrique Rodríguez y Feliciano Brunelli). Por esto, el conjunto sumó piano, contrabajo, violín, acordeón, batería y bandoneón.

Allí el nombre mutó nuevamente a “Cuarteto Característico Leo” (algo así como “nos llamemos Cuarteto, pero somos más músicos”).

La orquesta estaba casi completa, pero faltaba una acordeonista y no había forma de encontrarlo.

Aun así, el universo conspiraría para encontrar uno. Don Augusto era propietario de un Ford 36, el cual le venía fallando y optó por llevarlo a probarlo a la concesionaria Ford de Córdoba, por aquel momento Feigin.

La empresa contaba con un empleado abocado directamente a hacer las pruebas y peritajes, quien atendió a Don Augusto. Salieron a dar una vuelta y en ese trayecto surgió como tema de conversación la música... casualmente el empleado tocaba el acordeón y le dijo a Don Augusto: “Hágame una pruebita”.  Se trataba de Miguel Gelfo.  Luego de aquella prueba, Miguel quedó.

El momento del debut –como se dijo en LV3 un 4 de junio de 1943 a la mañana-, el Cuarteto Característico Leo contaba con el piano de Leonor, el acordeón de Miguel, Don Augusto en contrabajo, Luis Cabero en violín, Brizuela en bandoneón (un riojano radicado en Córdoba) y la voz de Fernando Achaval.

Tanta fue la difusión de la orquesta que tenía “una mujer” en el piano (con sus 21 años cumplidos), que ese auditorio se colmó de oyentes, a la vez que inmediatamente después de tan exitosa actuación llegaron las primeras contrataciones para salir a hacer los primeros bailes.

Pasada las tres semanas debutó el Cuarteto Leo en Colonia Las Pichanas (cerca de Arroyito) en un típico salón de campo donde nunca “se ve un alma”, pero que a la hora del baile se colmó de gente que llegaba a caballo, en sulky y muy poquitos en auto.

Los músicos aquel día viajaron en tren y hasta el campo fueron llevados por gente de la comisión organizadora del baile en un Ford T. Después de cenar en una casa particular, se dieron cita en el salón y así fue el primer baile de “La Leo”.

Allí, comenzó un camino que los llevaría al éxito. Arribaría más tarde Carlitos Rolán, José Sosa Mendieta, el amor entre Leo y Miguel y una enorme cantidad de discos y bailes, pero esa ya es otra historia.

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