Perdemos mucho

El pasado martes 30 de abril no fue un día más para la literatura. Se apagó la llama de Paul Auster, escritor, guionista, director de cine y, sobre todas las cosas, un gran portavoz generacional de la literatura norteamericana. Auster se animó a hablar de la portación de armas en Estados Unidos; de la Guerra de Vietnam y de cómo la muerte, en un segundo, puede eliminar todas las agendas que escribamos.

El absurdo, lo existencial y la influencia del azar en todas las cosas fueron algunas de las banderas que enarboló Auster, quien no pudo superar un cáncer que lo derrotó, a pesar de que nunca dejó de escribir.

Sus obras, muchas de las cuales se pueden conseguir en la Medioteca Mariano Moreno, traerán consigo hoy -espero- una revalorización de lo inquietante que son para un lector ávido de acción. Es que las mismas no daban respiro y abrieron un enorme abanico para los enamorados de leer historias.

Si bien la “Trilogía de Nueva York” (1985) o “La Música del azar” (1991) invadieron lo cotidiano y supieron poner en el tapete a los espías, los escritores y el amor, con “Leviatán” (1992) o “La Noche del Oráculo” (2003) también se creó una atmósfera introspectiva que lo modificó todo.

“4 3 2 1”, publicada en 2017, abre un abanico de “qué hubiera pasado si…”. Allí se narra la vida de Archie Fergusson, un joven con varias vidas (o una sola).

Sin dudas, ingresar a Auster es sentir cobijo y sentirse comprendido. Tal como sufrimos en nuestra vida, los reveces y los sinsabores, allá, en Nueva York, alguien piensa lo mismo mientras toma un café mirando el horizonte.

Lo mismo sucede con el hombre invisible de “La invención de la soledad” (1982);  los traumas del profesor David Zimmer en “El libro de las ilusiones” (1980) o el padecimiento de Fogg, sufriendo en las calles de “El palacio de la Luna” (1989).

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