A 190 años de su muerte
A Facundo Quiroga
Un 16 de febrero, pero de 1835, en Barranca Yaco, tras sufrir una traicionera emboscada, moría asesinado uno de los caudillos federales más importantes que tuvimos, Facundo Quiroga.
A fines de 1834, recibió indicaciones de Juan Manuel de Rosas, por entonces principal referente de la Confederación Argentina, y de Manuel Vicente Maza, gobernador de la provincia de Buenos Aires, para viajar al norte a solucionar un conflicto político desatado entre los gobernadores de Tucumán y Salta. Era el hombre indicado para ello, ya maduro, avezado, experimentado y de mucho predicamento político; muy respetado.
El asunto es que los traslados demoraban mucho tiempo. Él partió en misión política a mediados de diciembre, en carreta; en enero pasó por la ciudad de Córdoba, donde recibió la advertencia de que le estarían preparando una emboscada para matarlo. Quiroga desoyó el consejo de tener más cuidado o recibir una escolta extra y siguió viaje.
A principios de febrero, al llegar a Santiago del Estero, se enteró de que el conflicto ya había sido zanjado: Heredia, gobernador de Tucumán, se había impuesto a Latorre, gobernador de Salta, y entonces, al menos por el momento, su mediación en el norte ya carecía de sentido.
Es así que, luego de unos días de descanso en la casa del gobernador santiagueño Felipe Ibarra, decidió emprender el largo regreso a Buenos Aires, el que, además, ya era penoso, por cuanto Quiroga estaba enfermo, sufría de reuma, y eso, sumado al agobiante calor reinante por esos días, le hizo decidir retornar de manera urgente, desoyendo, una vez más, los consejos, en este caso del propio Ibarra, que le advirtió que era un secreto a voces que al pasar por la provincia de Córdoba iban a atentar contra su vida.
Él no hizo caso, nuevamente. “No ha nacido el hombre capaz de matarme, amigo”, dijo. No le temía a nada ni a nadie. El caso es que el 16 de febrero de 1835, ya en pleno retorno, por los polvorientos caminos cordobeses, al pasar por la posta de Barranca Yaco, a pocos kilómetros de la ciudad de Córdoba, es emboscado por un grupo armado, encabezado por Santos Pérez, quienes interceptaron el convoy a los tiros.
Quiroga se asomó por la ventana del carruaje para responder el tiroteo y recibió un balazo en el ojo izquierdo y otro, de gracia, inmediatamente después, que acabaron con su vida.
Moría así uno de los caudillos federales más importantes que tuvo nuestra historia. Es más, todos quienes lo acompañaban, que eran apenas un puñado, fueron asesinados. Incluso, un menor de 10 años, que iba como ayudante. No había que dejar testigos.
Su crimen aún hoy despierta suspicacias. Del autor material nunca hubo dudas, pero detrás de él estaban los hermanos Reynafé, uno de los cuales era gobernador de Córdoba, según se confirmó más tarde, y detrás de ellos, probablemente, hayan estado Estanislao López, a quien los Reynafé respondían políticamente, y el propio Rosas, que sería el principal beneficiado con la muerte de Quiroga, ya que quedó prácticamente amo y señor de su sector y de la Confederación toda.
Nuestra historia está llena de muertes absurdas, injustas, evitables, como la de Facundo Quiroga. Sin juicio previo, sin posibilidad de defensa, arteramente. Es que la violencia y la crueldad imperante tras el inicio de la guerra civil no tenían parangón. La vida no valía nada.
El riojano tenía 47 años al momento de su asesinato.
Caudillo respetado, líder nato, defensor a ultranza de las autonomías provinciales, había madurado políticamente, estaba en su mejor momento para dar todo de sí a la Patria. Sarmiento, años después, intentó denigrarlo a través del “Facundo”, pintando al gaucho como ignorante, como representante de la “barbarie”, en contraposición a la “civilización”. En realidad, no hizo más que elevarlo, sobre todo en la consideración popular.
*Exconcejal de la ciudad, exlegislador provincial