A propósito de la presentación del libro “El silbido de vientos lejanos”, que contiene la poesía reunida de la poeta

Edith Vera inventó las flores y los olores

jueves, 2 de junio de 2022 · 08:59

Edith Vera inventó las flores y los olores de nuestro río.

¿Había poetas que hablaban de los aromas de acá antes de eso? Tal vez, pero Edith, perfumista genial, definió cómo debería olerse a estas tierras.

Edith Vera, para mí, inventó la infancia. Porque mi niñez está abrigada entre las dos enormes tapas de “Las dos naranjas”.

Me acuerdo de Edith vendiendo collages de hojas y pétalos pegados sobre las páginas de “Las dos naranjas”. Había pedido eso cuando finalmente logró que “Las dos naranjas” fuera publicado como ella quería, que le entregaran, además de los libros, esos papeles para pegotearlos y pincelarlos.

Edith siempre supo que una poeta merece vivir de lo que escribe. Y entonces cuando fue maestra y directora, cuando fue correctora de un diario, hizo brillar esos trabajos pasándolos por el tamiz de la poesía.

Edith siempre se dijo poeta y renegó de poetisa.

Edith trabajó en al menos una película en Europa.

Edith juntaba florcitas en el camino. En el camino al trabajo, en el camino a la escuela de Bellas Artes, en los caminos que ella abría. Si no había florcitas, supongo que Edith las haría aparecer con su magia.

Edith no tuvo hijas ni hijos.

Edith tenía en su casa  muchos artefactos para proyectar imágenes. Uno, me lo regaló a mí.

Edith escribió sobre política mal que les pese a unos cuantos.

Edith tenía en el patio (pero nunca lo encendía) un horno chino para quemar cerámica.

Edith me presentó a muchos de mis mejores amigos. Me llevó a un recital de Monky, me dijo: “Tenés que hacerte amigo de Toul. Y de Richard Borri”.

Edith, castigada, olvidada, perseguida, te miraba con una sonrisa grande como su corazón y  apostaba para que vos creyeras en vos mismo. Creo hoy que exageraba, pero entonces, en aquellos tiempos, le creí a rajatabla cuando me decía que las tonterías que yo hacía valían la pena.

Edith cocinaba como nadie. En todos los sentidos.

Le gustaban los picantes. Y en un cuaderno que se habrá perdido escribía poemas eróticos.

Edith hacía chistes de doble sentido.

Edith estaba orgullosa de su papá ferroviario y socialista.

Edith se definía como peronista.

Y escribió los mejores poemas políticos que yo modestamente conozca.

Edith tenía paciencia, y cuando la perdía, dios nos libre y guarde, terminabas de entender las cosas, era una tormenta de rayos y centellas.

Edith Vera, rescatada (creo que le hubiera gustado la palabra) por tantas y tantos en los últimos años, comenzando por el trébol de Marta Casabona, siguiendo por tantos libros, y estudios y ensayos, de Normand Argarate, y el Jardín de los Astronautas de Silvina Mercadal, y Beatriz Vottero que tanto hizo y hace, esa Edith,  dicen que vuelve, y dicen que vuelve en un libro, y ya lo estamos soñando.

Dicen que Silvia Giambroni  próloga, dicen que Caballo Negro y Mariano Medina, dicen que Eduvim, dicen que  Normand Argarate, dicen que sin ellos no habría libro, ni tapas entre las que cobijarnos.

Dicen que vuelve Edith. Lo dice el viento dulce que sopla en los sauces del río, el sol reflejado en las gotas de rocío de algún trébol.

Uno se pone cursi, cuando sabe que Edith vuelve, porque ¿quién puede escribir sobre la espuma del mar y la crin de los caballos con la elegancia de ella? Quién puede volver a pensar en espuma y crin sin que suene su voz.

Edith Vera era poeta, nuestra poeta, cómo no va a estar volviendo, si nunca se fue. Si siempre la tenemos a mano para pedirle que nos hable de las cosas que siempre habló.

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