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A la vera del coloso

En los alrededores del mismísimo volcán Lanín, en el sector centro del espacio protegido, se abre un mundo de posibilidades para el viajero. Días de playa y camping en los múltiples lagos del área y caminata rumbo a la base del gigante
domingo, 17 de noviembre de 2019 · 10:30

Escribe: Pepo Garay
Especial para El Diario

Donde la Patagonia parlotea de lo lindo con los Andes, allá en el suroeste de Neuquén, danza feliz el Parque Nacional Lanín. Un rincón privilegiado de la región, pletórico de bosques, cerros de múltiples figuras, cantidad de lagos y cursos de agua, y postales para guardar en el corazón.

Es tan grande el espacio (más de 400 mil hectáreas acusan las guías turísticas), que convendrá elegir apenas una de sus áreas para poder desarrollarla en mayor profundidad. De ahí que dejemos para otra oportunidad el ala norte (Aluminé y compañía) y el sur (San Martín de los Andes, y vecinos del caso) para meterle ojos, narices, pies y manos en la zona centro.

 Allí es donde habita el Huechulafquen, lago portentoso cercano a la localidad de Junín de Los Andes (uno de los ingresos está a menos de 30 kilómetros al oeste del municipio con aires gauchescos), en cuyos alrededores habita buena parte de la esencia del Parque. El mismísimo volcán Lanín, al que llegaremos a besarle los pies, por caso.

 

Por el agua

Pero empecemos por el agua. Por el Huechulafquen, ya citado. Costeándolo sabios entre verdores que se potencian mientas más nos internamos con rumbo occidente. Prístina el agua, la inmensidad, y el trasfondo montañoso como un sueño de las siestas. Si el paseo se da en verano, picará el sol con intensidad, llamando al chapuzón. Helada será la experiencia (el contraste afuera-adentro es casi un sacrilegio), y agradecida.

En el deambular (con auto propio, caminando o en uno de los buses que realizan el recorrido), el viajero arribará a puerto Canoa. Los campings y poco más (naturaleza en flor) invitan a llegar hasta Bahía Cañicul y treparle los lomos al cerro Chivo. O tomar el catamarán que conecta con el lago Epulafquen, hogar de un célebre centro termal.

Pero no. Mejor nos iremos al lago Pimún, para encandilarnos con la vida al aire libre (el camping tiene todo lo que necesita el ser humano y simple: duchas, baños, mesitas de madera al lado de la parcela, un almacén apenas armado, la libertad). Los días y noches se pasan en compañía de otros intrépidos (hay de todo: jóvenes mochileros, ancianos en plan inspiración, familias enteras con sus bebés y toda la cosa), de las montañas, de las playas del lago (deliciosa la arena), del amor por lo creado (sea Dios o el Big Bang o vayan a saber los astros qué). 

 

Bestia dulce vestida de blanco

Ya encandilados con la propuesta (nunca hartos, jamás), vale la pena animarse a la caminata que conecta con la base del volcán Lanín. Una bestia dulce vestida de blanco (las nieves eternas, siempre y cuando el calentamiento global no acabe con el hechizo), y casi 3.800 metros de altura, que se divisa desde distintos puntos de esta parte del Parque Nacional.

Para llegar (a la base, ya se dijo que para besarle la cima hacen faltan otros valores, equipos y pulmones) se necesitan entre tres y cinco horas de caminar. En un inicio, con bosques frondosos y río de piedras blancas y grises casi guiando el norte.

Luego, el asunto viene con ascenso (bastante demandante en sectores), con más bosque para repartir, hasta que los arboles inmensos y las ramas milenarias se van. Quedan peladas las alturas, y agotado pero cantante el cuerpo, al contemplarlo de frente a él. Es el Lanín, que ofrece una estampa majestuosa. Atrás, se abre el Parque, con sus lagos, sus pehuenes (árbol estelar), sus huemules (ciervos andinos y escurridizos), su aura mapuche y sus múltiples y milagrosos etcéteras.

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