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El corazón de los Pirineos

La atractiva y dinámica capital del principado, se luce con un luminoso cuadro urbano abrazado por las montañas. Paseos en el centro y los rededores, entre caminatas por la célebre cadena montañosa (en verano) y esquí del bueno (en invierno)

Escribe Pepo Garay

ESPECIAL PARA EL DIARIO

Relucen las montañas, colosales, inexpugnables, hermosas con sus picos nevados casi todo el año. Se arrojan sobre el cemento, calles, avenidas, edificios e intenso movimiento, logrando una postal armónica y encantadora. Son los Pirineos, cadena que separa a España y Francia y, en el medio, bendice a Andorra. El pequeño principado cuya capital es corazón de unas de las zonas más atractivas de Europa.

Estamos en Andorra la Vieja. O para hablar con propiedad, Andorra la Vella. Ello, dicho en catalán, el idioma oficial de este país fuertemente emparentado con Cataluña (la región del noroeste español que busca su independencia), y que, sin embargo, muestra un perfil propio muy marcado.

Una ciudad de 60 mil y pocos habitantes (contando a la “siamesa” Escaldes-Engordany), asentada en un verde y profundo valle (1.000 metros sobre el nivel del mar), que sirve de base de operaciones para recorrer a piacere las múltiples virtudes de la Nación.

Esa que en verano ofrece caminatas, circuitos de bicicleta y otras aventuras por impresionantes cerros y valles, y que en invierno cambia su fisonomía para convertirse en una de las mecas del esquí y las actividades en la nieve del Viejo Continente.

 

Inspección urbana con historia

La inspección inicial es bien urbana. Con las montañas de vigías, el foráneo deambula por las arterias disfrutando un completo amalgama de centros comerciales (con precios marcadamente más bajos que en España o Francia, toda vez que Andorra es una especie de “paraíso fiscal” dentro de Europa); cafés, bares, restaurantes, hoteles y tiendas de diversos rubros.

Buen parte del menú reside en la luminosa peatonal de Meritxell, que luego se convierte en avenida Carlemany (“Carlomagno”, en catalán). La denominación es un homenaje al considerado como “Padre de Europa”, quien allá por el siglo VIII habría concedido la independencia a Andorra a cambio del apoyo de sus habitantes en la guerra entre el Sacro Imperio Romano Germánico y los árabes de Al- Andalus (a posteriori España). 

Allí, lo que se palpa es desarrollo y buen pasar, escenario que atrae a inmigrantes deseosos de una vida mejor (sobresale la cantidad de argentinos, quienes llegan atraídos por las fuentes de trabajo ofrecidas fundamentalmente en las temporadas altas de invierno y verano). Con todo, Andorra la Vella no es precisamente un lugar “exclusivo”: a la capital, arriban turistas de los más diversos estratos sociales.

Imbuido en aquellos pareceres, el viajero se relame con el paseo por el centro, que mezcla  modernidad y pinceladas del románico y prerománico. En el devenir, visita sitios de interés como la iglesia de San Esteve (o “San Esteban”, siglo XI), Santa Coloma, el Castillo e iglesia de Sant Vicenç d'Enclar, el Pont (puente) de la Margineda (que une ambos lados del río Valira, furioso torrente que también es protagonista de las pinturas céntricas), la Casa de la Vall (o “Casa del Valle” otrora sede del Consell General, o Parlamento andorrano), el espectacular centro de aguas termales (su aguja espejada es otro emblema local) y hasta la escultura “Noblesse du temps” (Nobleza de los tiempos) de un tal Salvador Dalí.

 

En las afueras, senderismo, esquí y más

Ya en las afueras, la galaxia Andorra se expande solidaria, regalando unos paisajes inolvidables donde los Pirineos son amos y señores. Decenas de opciones se presentan para el senderismo (con muchos refugios de montaña gratuitos), incluyendo una ruta circular de 120 kilómetros que en una semana de andares recorre la circunferencia del principado (el GRP o “La Volta a Tot un País”).

Menos extensas y acaso más célebres, son las caminatas que llevan al Comapedrosa (el pico más alto de Andorra, casi 3.000 metros sobre el nivel del mar, unas 5 horas de subida desde Arinsal) y las que viborean por el delicioso Valle de Madriu-Perafita-Claror (declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco), por solo nombrar algunas opciones. 

También se puede hacer cicloturismo (carreteras como billares), descenso en rutas de bicicleta BTT (Andorra es referente de la disciplina a nivel mundial) y un surtido de otros deportes de montaña. Ello incluye, obviamente, la amplia oferta ofrecida por varias estaciones de primer nivel, favoritas de buena parte de la población europea.

Aguarda en el tintero el tour por pueblos vecinos de aires medievales como La Massana, Ordino, Canillo o el Pas de la Casa (en la frontera con Francia), entre muchos otros. 

En cualquier caso, todo ello quedará para próximos inventarios de Andorra. Habrá varios. El corazón de los Pirineos así lo merece.    

 

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