DESTINOS/Chile/Reñaca

Beldades en la vecindad de Viña

Además de balnearios con mucha movida veraniega, la localidad lindera a Viña del Mar sobresale con agraciadas postales del Pacífico, escapadas a aldeas hermanas (con dunas de arena incluidas) y hasta lobos marinos

Escribe: Pepo Garay
Especial para El Diario

La Chile de las justas causas sigue ardiendo en los espíritus de sus habitantes, aun con las calles mucho más tranquilas que hace algunas semanas atrás. En tal contexto cuesta hablar de viajes y turismo, tópicos tan banales en medio de las broncas latentes. Pero como también hacen falta (al alma, sobre todo), aquí vamos.

Hoy le toca a Reñaca. Una aldea pegada a Viña del Mar (centro-occidente de la hermana nación) y al eterno océano Pacífico, que en los inviernos es auténtica y autóctona, y en los veranos explota de visitantes que buscan saciar el calor y darle color a la temporada con la receta acostumbrada: balnearios varios, paradores musicales, hoteles y restaurantes a pleno (lo que incluye a barcitos humildes donde se sirven deliciosas empanadas de mariscos y otras delicias del mar).  

Pero no solo de aquellas mieles respira el poblado. A la vida de mero relax y chapuzón, le suma atractivos como las cercanas dunas de arena, el surf, las escapadas de compras a Viña y de tours arquitectónicos y culturales a la preciosa Valparaíso; y hasta un encuentro muy especial con los lobos marinos.  

 

Balnearios y una colonia única

El epicentro del asunto lo marcan una hermosa cintura de casi dos kilómetros de playa, bien defendidos por una costanera movida y brillante, sin grandes lujos y mucho sabor a clase media. En enero, con la llegada masiva de turistas argentinos, sobre todo de Mendoza y San Juan (a los cuyanos les queda mucho más a mano Reñaca que Mar del Plata, por ejemplo). En febrero, de la mano de los santiaguinos chilenos, para quienes la localidad está a tiro de piedra (1.050 kilómetros desde Villa María).

Allí, en esa extensa y bonita costa, se lucen un total de cinco paradores, cada uno con su número característico (el 1, el 2, el 3, el 4 y el 5). Cada uno con su estilo propio. El 4, por caso, es el más movido: el resto baja en concentraciones populares y el “punchi-punchi” de la música, y suma en tranquilidad.

Apenas separadas del gentío, en el norte de la costa aparecen playas pegadas a mogotes y a rocas. En una de ellas, junto a la avenida principal que también es ruta, habita una colonia de lobos marinos. Tan panchos los tipos y tipas, ahí tirados y enormes. Todo un espectáculo resulta observarlos y escucharlos, cerquita del centro como están. 


Siguiendo el norte

Tras ello, habrá que seguirle la huella a la citada ruta, y conectar entre curvas y postales del Pacífico con vecinas como Concón, Maitencillo, Zapallar y Papudo, por sólo nombrar los municipios más célebres.

De momento nos quedamos en la muy cercana Concón, que invita con más playas, más cerritos bajos a las espaldas y más atardeceres increíbles, y alicientes como el humedal que se besa con el río Aconcagua y las espectaculares dunas de arena.

Se trata de 22 hectáreas de resplandores dorados sobre las colinas inmediatas, ideales para el sandboard (como el snowboard, pero en la arena) o el mero jugar como niños. Antes o después, queda contemplar el horizonte. Ver a lo lejos a Valparaíso y sus lucecitas en las noches, un amor. Y todo el tiempo, al mar. Siempre, pero siempre, al mar.

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