Atletismo

Guillermo Roldán, la leyen­­da que nació para vivir corriendo

Un día como hoy, en 1996, falleció el recordado atleta y dirigente. Querido y respetado por todos, su figura perdura en el recuerdo, cuando cae cada tarde y parece seguir corriendo por la costanera
domingo, 25 de octubre de 2020 · 08:10

Escribe Gustavo Ferradans

Durante años, cuando llegaba el final de la tarde, una figura movediza se convertía en parte del paisaje de la costanera villamariense. Un veterano atleta, con mirada profunda, entrenaba en solitario, yendo varias veces entre el polideportivo hasta el Monumento al Cristo Redentor. Con sus codos casi pegados a su cuerpo moreno y un pañuelo en uno de sus puños, sus piernas flacas, pero fibrosas sostenían un paso corto pero muy particular, como barriendo el pavimento a cada paso.

Para todos era Guillermo Roldán, y pocos conocían que su verdadero nombre era Ramón Servando Torres, aunque ése era solo para los trámites de rigor, porque para todos era simplemente “Don Guillermo”, o “El Negro”, según el grado de confianza.

Una cruel enfermedad lo sorprendió a mediados de 1996, y la desigual lucha terminó con su vida pocos meses después, la noche del 25 de octubre, hace hoy 24 años.

El Negro fue atleta y dirigente, uno de los fundadores de la Asociación Villamariense de Atletismo y también su presidente, entre 1982 (remplazó a Guillermo Evans) hasta su fallecimiento. Durante 63 temporadas se dedicó con pasión a ese deporte, recorriendo distintas provincias y varios países sudamericanos, que lo transformaron en una figura querida y respetada, apoyado en su particular humor. Su entrega al deporte fue ejemplo para varias generaciones de deportista locales, por su perseverancia y amor por el mismo.

También fue trabajador en la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos, durante 35 años, desempeñándose como técnico químico.

Había nacido el 25 de septiembre de 1919 en Villa Nueva; a los 6 años se vino a vivir a Villa María, pero a los 32 volvió a su ciudad de origen. Además de dedicarse al atletismo, jugó al fútbol en Central Argentino, y al básquetbol en el ya desaparecido Relámpago Basket Club. El atletismo lo atrapó con apenas 13 años y fueron innumerables las pruebas de pista y calle en las que participó, ganando, subiendo al podio o simplemente, llegando.

El Negro tuvo sus inicios en pista, en pruebas de medio fondo (800 y 1.500 metros) y luego pasó a las carreras de calle, donde se mantuvo hasta 1996, cuando le detectaron la enfermedad que derivó en su muerte.

En sus principios fue guiado por otra figura del atletismo de la ciudad: Juan Chiavassa, y compitió en esos tiempos con otros destacados como Pedro Requena o el craikense Tomás Palomeque.

Con 17 años, por el año 1936, participó de la Maratón de El Gráfico, y entre 800 atletas, llegó sexto, para sorpresas de muchos. En 1939, en Santa Fe le ganó a otros atletas de renombre como Delfor Cabrera, Eugenio Guiñez y Armando Senzini, todos ellos representantes olímpicos en Londres 1948. En 1940 ganó las pruebas de 800 y 1.500 metros en Montevideo, corriendo para Gimnasia y Esgrima de Rosario.

Ya como veterano, fue campeón provincial, argentino y sudamericano, en las distancias de 3.000, 5.000 y 10.000 metros. Además participó en competencias en Uruguay, Chile, Brasil, Paraguay y Venezuela. Su última carrera fue el 9 de junio de 1996, en Marcos Juárez, en la 6ta maratón con motivo del 35º aniversario de los bomberos de esa ciudad. Fue cuarto, en la categoría Veteranos “E”, de más de 60 años, a pocas semanas de cumplir los 77 años.

Pero sus logros fueron muchos más, quizás el más importante haya sido que fue amigos de todos. “Yo no tengo rivales, todos somos compañeros de sufrimiento” solía comentar.

Cuando alguien le preguntaba cómo era eso de su doble nombre (en los documentos era Ramón Torres y en cada carrera figuraba como Guillermo Roldán), ahí aparecía su chispa para responder “es que los negros famosos usamos dos nombres”. La historia real, la descubrió al momento de enrolarse al servicio militar. Guillermo Roldán no aparecía en ningún registro, y fue allí donde empezó a encontrarse con su verdadera historia, desempolvando historias del pasado, donde surgió el de Ramón Servando Torres, su real identidad.

Su ejemplo de perseverancia, capacidad y dignidad, lo convirtieron en una personalidad querida y respetada. Nunca tuvo un gesto descortés hacia un rival e hizo eterno su espíritu amateur. Con un trabajo silencioso sembró atletismo, y los entrenadores y dirigentes de la actualidad son frutos de esa cosecha.

Entrar a su casa era encontrarse con trofeos repartidos por todos los rincones “ya no tengo más lugar, algunos los regalo y otros, los menos importantes, tuve que tirarlos”, le comentó a este periodista en alguna ocasión. Es que las copas y trofeos invadían repisas, alacenas, roperos y se los podía encontrar hasta arriba de un aparador, o una heladera. De todas las formas y todos los tamaños.

Su memoria era privilegiada, recordaba marcas y registros de casi todos, sin importar si era conocido o un atleta casi ignoto, o un torneo local o internacional.

Alguna vez alguien se animó a calcular en números, la cantidad de kilómetros que recorrió, sumando entrenamientos y carreras y la cifra asombró por su extensión. Era semejante a dos vueltas y media alrededor de la tierra. Pero luego siguió entrenando y corriendo varias temporadas más.

Su pasión por el atletismo fue tan enorme que muchos recuerdan que hasta los 31 de diciembre, se iba a correr la prueba de “Los dos años”, en Río Cuarto y empezaba el año corriendo, lejos de su familia. 

Su humor era también una de sus mejores cualidades. “Esta noche hay fiesta negra”, señalaba con una sonrisa cuando invitaba a su cumpleaños. En más de una oportunidad su figura parecía elevarse por el reconocimiento de muchos. Años antes de su fallecimiento, participó de una fiesta anual del deporte y tuvo que recibir el premio de un atleta que estaba ausente. El aplauso fue en aumento, desde que se levantó de su silla y llegó al escenario improvisado, para recibir un premio, que encima no era para él; pero se llevó la mayor ovación de esa noche. Un reconocimiento a este veterano atleta, a esa “leyenda que corre”, como supieron llamarlo.

La noche del 25 de octubre de 1996 su corazón se apagó y pasó a la eternidad. Sin embargo su leyenda perdura y sigue apareciendo cada tarde, corriendo por la costanera, antes que empiece a caer el sol. 

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