Liga Villamariense de fútbol

Atacantes goleadores, con un nombre para cada tiempo

Los estilos de los máximos artilleros locales se acoplaron a los cambios del fútbol en los últimos 30 años. Casos como el de Marín, el más contundente, rompieron el molde. ¿Cómo fueron los más consagrados con el paso de las décadas?
miércoles, 13 de mayo de 2020 · 09:31

Escribe: Juan Manuel Gorno

El fútbol era eso que pasaba alegremente todas las semanas hasta que la pandemia paró la pelota. Y en esta pausa de cancha, donde solamente ganó la incertidumbre, los aficionados empezaron a darle valor a esa mística dominguera que hoy se siente mucho más cuando no está.

En medio del parate, hasta hubo quienes se ocuparon de recordar viejos partidos televisados (como el caso del Club Alumni) y otros que directamente comparten fotos de personajes que hace tiempo colgaron los botines y las abdominales. Y en esta pausa prolongada también nos dimos cuenta cómo ha cambiado el fútbol en tal sentido que la evidencia más solvente se traduce en los habituales jugadores mejores pagos de un equipo: los goleadores.

De todos los estilos, nombres y raíces, los hubo siempre en el fútbol nuestro, eternizados en equipos campeones o simplemente en continuidad de torneos donde sus nombres eran ineludibles. No obstante, existe aquí una curiosidad asombrosa que no suele pasar en otras ligas: acorde el país fue mostrando un patrón de goleador en su selección, durante los últimos 30 años, el fútbol doméstico fue adoptando esa fisonomía también en sus máximos artilleros.

Hablemos entonces de estilos y no de cifras, aunque paradójicamente los goleadores trascendieron por estadísticas.

Un quiebre de “romperredes modelos” lo dio Marcelo Bielsa en el Mundial 2002, cuando debió optar entre Batistuta o Crespo para respetar su formato de juego colectivo.

Hubiese sido un sacrilegio para el Yrigoyen de Tío Pujio que más lejos llegó en su historia en su camino local y nacional, cinco años atrás. Esos planteles conducidos por el Cacho Peñaloza fueron un muestrario de delanteros que marcaron una década.

En apenas un par de años pasaron dos grandotes en cancha: Gabriel Adrián López y Enrique Juan Manuel Páez que, en su momento, supieron combinar con otros goleadores notables bien peculiares: Diego Marín y Carlos Fernández.

El Panadero y Quique tenían estilos poco armoniosos, pero eficaces, y supieron meter más goles que muchos. El primero fue siempre voluntad, esfuerzo, potencia; y el segundo era astucia pura, rachero, pícaro.

Claro que Fernández, un producto bien tiopujiense, era completamente distinto. Su aparición en el área llegaba generalmente por afuera, con traslado previo, velocidad, desfachatez. Un crack que difícilmente los “diablos de ruta 9” olviden.

 

De Marín da para un libro

Los estilos correspondían a un modelo nacional: un par de años después la selección argentina jugó el Mundial de Francia con centrodelanteros grandotes (Batistuta, Balbo y Crespo) y un rápido por afuera (el Piojo López), más Orteguita, que la rompía por donde fuera.

No obstante, en aquellos finales de los 90, el fútbol local fue una máquina de nutrir de goleadores a la ciudad y la región. De hecho, dos locales sobresalieron más en otras competencias como Edgar “Laucha” Brussa y Javier Carassai (máximo anotador en la Liga de Río Cuarto).

Ferrer y López (al centro, uno arriba del otro)

De exportación

Como muestra de esa cosecha gloriosa solo basta citar a los que trascendieron fronteras como Federico Ferrer, dueño de una potencia insoportable para los defensores y con la capacidad de llevarse por delante hasta el más guapo, llevando la pelota pegada al pie abierto, que casi la acompañaba en ritmo de marcha.

Quince años antes hubo un Búfalo Funes en el River campeón mundial 86; quizás aquí encontró un sucesor dichoso en nuestro fútbol con el Fede, considerado por muchos como uno de los mejores que dio Alumni.

Su participación en primera división corrió la misma suerte que la de Belgrano, con paso efímero, pero difícilmente eso cambie lo que disfrutaron los aficionados locales cuando el Toro fue también torero, coronándose en los equipos que jugó.

Casi contemporáneo a Ferrer, aunque más chico en edad, Víctor Rena también dejó su sello. Más alto y con mayor disciplina táctica, resultó fundamental para el último Alumni campeón en Córdoba y luego se sostuvo entre el fútbol de ascenso y el exterior, hasta despedirse prácticamente con la camiseta fortinera. El hincha siempre le agradeció la entrega, nada menos.

Rena supo compartir equipo con Enrique Sánchez en ese Alumni campeón y luego en General Paz Juniors. Uno por adentro y otro por afuera, tal como lo implementó en esos tiempos el propio Bielsa en el seleccionado.

Claro que el rubio centrodelantero no era de pura cepa fortinera, sino de las divisiones inferiores de Argentino, que por entonces marcó tendencia también con sus atacantes. Es que surgió de allí también Rodrigo Liendo, el Tanque, un pícaro de área de buena técnica que formó parte de los delanteros-figura de la década siguiente.

 

En el ranking

El más top no se encasilla en un estilo: Diego Marín, quien sigue siendo el máximo artillero de la historia de la Liga, era indescifrable por donde se lo mire. No fue alto ni bajo, tampoco demasiado rápido ni lento. Quizás le faltaba cuerpo para aguantar la pelota de espaldas al arco. Sin embargo, generalmente hacía todo bien. Sabía cuándo darse vuelta, aprovechaba su sentido notable de la ubicación y utilizaba como pocos el factor sorpresa en los últimos metros, donde su disparo a colocar era milimétrico.

Si los grandotes como el Pana eran la bomba o el tanque, si Fernández era una flecha y algunos otros los cañoneros, Marín era una ballesta, algo poco común, silencioso y admirablemente efectivo. Hasta Belgrano de Córdoba también se lo llevó un tiempo para ver de qué se trataba.

En una época gloriosa de Colón de Arroyo Cabral, ser Marín era incluso ser más que otros formidables que compartían equipos con él, distintos como Diego Valle, el Chopito Morales o Alejandro Velasco. Y ser Marín también significó ser más que uno de los delanteros goleadores más notables que aportó la denominada Región Norte del fútbol local: el “interminable” Richard Borgogno.

Histórico del humilde Silvio Pellico, “el Richard” parecía llegado de Europa. Su ADN se asemejaba al de un frío atacante alemán sobresaliendo por la blancura de sus piernas que, poco a poco, se tornaban rojas con la sangre fluyendo hacia el arco contrario. Siempre hacia el arco contrario, como debe ser.

Con buena elevación para el cabezazo, remate potente en la media distancia y movilidad certera para perfilarse en cada remate, el correcto Borgogno se hizo un nombre activo en la tabla de máximos artilleros durante los 90 y antes también. Fue uno de esos tipos imprescindibles del fútbol doméstico, aunque nunca haya podido dar una vuelta olímpica con el Canario.

Falucho Herrera

Otra raza

Cuando el nuevo siglo fue penetrando cada vez más y atrás quedaba la discusión de Batistuta o Crespo, la Selección entró en el período Pekerman y abundaron los jugadores más técnicos y de menor estatura.

Si bien al Mundial 2006 lo jugó también Julio Cruz, sobresalían los Aimar y los Saviola.

En nuestro fútbol, el ascendente Deportivo Argentino no se basaba previamente en esos preceptos, pero dio la coincidencia que, para esa época, había generado a dos atacantes goleadores que fueron fundamentales en sus tiempos: Facundo Basualdo, campeón local con el Lobo y decisivo en el Alem campeón provincial; y Carlos Falucho Herrera, máximo anotador de Alumni en los torneos nacionales.

De Basualdo hubo admiradores y detractores, pero difícilmente se pueda refutar su relevancia en aquel Alem histórico que dirigió Marcelo Alamo. Con cinco conquistas, ese flaco desgarbado, de tranco largo y técnica depurada, fue clave en un momento inolvidable. A su lado jugaba otro goleador furtivo, de menos estadística, pero igualmente relevante como César Rodríguez.

Años después, Basualdo también demostró que podía jugar en otro nivel cuando, con la camiseta de Alumni no se cansó de meterle goles a Gimnasia de Mendoza en la propia cancha del Lobo y por el Torneo Argentino A.

De todas maneras, si se trata de un torneo nacional y del Fortinero, lo de Falucho Herrera fue un idilio irrompible. Sus goles aparecieron en el ascenso, en la salvación continua de las promociones y hasta en el descenso, pero casi siempre estuvieron.

Si bien jugó en Rivadavia de Arroyo Cabral sin destacarse demasiado, Herrera terminó erigiéndose en uno de los mejores de los nuestros por la cantidad de historias alocadas que suscribió en Plaza Ocampo.

Sin ser un velocista ni un pesista, Falucho más bien es un cazador de oportunidades. Se acopla a cualquier compañero de ataque, yendo por afuera o por el centro, y no pierde esa pinta de artillero de tres cuartos de cancha en adelante, yendo con la lengua afuera, como saboreando el gol que está por venir.

También es muy querido en Huracán de Tres Arroyos, donde todos los compararon con Rodrigo Palacio.

 

Distintos, pero iguales

Mientras en la selección argentina no se llegó a definir un formato de delantero intocable hasta que apareció Messi, en el fútbol doméstico también hubo una sangría importante de artilleros que fueron destacados, pero sin llegar a plasmar grandes números.

Entre los fines del 90 y mediados de 2000, Jorge Medina, potrero y barrio al servicio de Alem; José Volmaro, rápido y punzante campeón con Playosa y Unión Central; Matías Bendazzi, de igual tamaño de importancia, desfachatado, mañoso y luchador en varios equipos; Claudio “Condorito” Bulgra, de velocidad supersónica y sobrada fibra; Diego Gobatto, de movimientos elegantes en las zonas más calientes de la cancha, y otros tantos fueron atacantes reconocidos que no pasaban desapercibidos (Bendazzi no dejó de serlo, incluso); sin embargo, esa década -más allá del significado de Herrera y Basualdo en diferentes circunstancias- terminó siendo la frutilla del postre de Marín, que se retiró con Colón hilvanando títulos.

De las tres coronas consecutivas que logró el Rojinegro después del Mundial de Alemania, Marín fue goleador en dos torneos. Después se retiró. A lo grande.

Esos locos bajitos

De 2010 a 2020, la selección tuvo a dos bajitos entre sus estandartes: Lionel Messi y el Kun Agüero, figuras mundiales que hicieron olvidar a aquellos gladiadores del área de otros tiempos.

Simultáneamente, los bajitos fueron quedando en el fútbol local como los grandes goleadores que aportaban algo más que una cifra, aunque uno de los pocos que no traicionaba aquello de los grandotes efectivos era Federico Depetris.

La irrupción de Universitario, campeón en 2011, dio el primer aviso con la figura de Matías Barbuio, un atacante que, sin ser un dotado en contextura física, siempre se las rebuscó para ser la pesadilla de los arcos contrarios.

Paralelamente, Argentino, el formador de Basualdo, Liendo, Rena y Herrera (entre otros como Cristian Fernández), se encontró con un regreso magnífico al club, un bajito que el Cholo Romero supo disfrutar en las divisiones inferiores: Claudio Díaz, simplemente, el Lanita.

Sería este diez del Lobo casi una excepción a la regla, ya que hablamos de delanteros goleadores, aunque su caso fue tan espléndido que, siendo un enganche definido, quedaba casi siempre al tope de la tabla de goleadores.

Propietario de una pegada increíble y con la inteligencia suficiente para pisar el área con el instinto preciso, Díaz fue amo y señor de las alegrías del fútbol doméstico durante un buen período. Después apareció otro bajito para discutir ese trono…

Ayrton Páez ya traía en la sangre la distinción de ser el hijo del Bocha, un fenómeno de otros tiempos que trascendió más allá de Ticino. Pero el pibe no se quedó en el apellido.

Si bien sus cualidades técnicas era elogiadas desde las inferiores, Ayrton explotó un año y no paró de sorprender en cada partido para devolver al Atlético a los primeros planos.

Llega al gol seguido no solo por su sentido de ubicación, sino porque cuando lleva la pelota imantada entre sus pies, imprime una velocidad que lo pone indefectiblemente de frente al arco.

Allí donde muchos quedan encerrados como una muralla que deben saltar para perfilar su gol, Páez se mueve como un arquitecto que conoce todos los vericuetos. Y si lo sabrá Talleres de Córdoba, que hasta hoy se lamenta no haberlo podido retener cuando descubrieron su papel de crack.

Quién sabe hoy cómo volverá Páez a las canchas cuando todo esto pase. También es una incógnita absoluta el nombre del delantero que se transformará en la figura de la nueva década del fútbol local.

La única certeza es que los cambios de encumbrados en el fútbol mundial fueron coincidentes con los nuestros. Allá la historia es abrumadora diariamente. Acá vale refrescarla, por el bien de los talentos que supimos disfrutar.

Más de
66%
Satisfacción
0%
Esperanza
0%
Bronca
0%
Tristeza
22%
Incertidumbre
11%
Indiferencia

Comentarios