La iniciativa se desarrolla desde hace un mes y medio

La cárcel vibra a fuerza de Zumba

Después de cuatro años de insistencia, Marisa Carrillo ofrece esta disciplina a las internas del Servicio Penitenciario local, con un objetivo más profundo que solo hacerlas bailar
jueves, 30 de mayo de 2019 · 08:20

Escribe Damián Stupenengo
De nuestra Redacción

Durante cuatro años, Marisa Carrillo intentó llevar sus clases de Zumba al interior del Servicio Penitenciario Nº 5 de Villa María. Hace un mes y medio lo consiguió, lo que se enmarca como un hecho inédito, ya que, según aseguró la instructora, esto no se replica en ninguna cárcel de la provincia “y creo que tampoco en el país”, lanzó.

La experiencia de estar invadiendo de música, colores y contagiando movimientos el patio del edificio ubicado en el barrio Belgrano ha superado sus expectativas, tanto por la respuesta de las mujeres privadas de su libertad, como también por lo que ha generado en su persona la experiencia.

 

Insistencia

“En marzo de 2015 hice unas capacitaciones en Orlando y ahí veía un montón de guardiacárceles y militares. Había uno que daba clases en las guerrillas y me despertó el interés de darles clases a las internas. En junio de ese año presenté el primer proyecto, pero no tuve respuesta ese año”, contó Marisa sobre cómo es que nació la idea.

Presentó otra nota en 2016, y nada. En 2017, y tampoco. Otra vez en 2018 y siguió esperando una respuesta positiva que recién llegó este año. “Siempre lo presentaba entre febrero y marzo y con alguna modificación con respecto al anterior. Por ejemplo, en el primero había propuesta darle a las internas y a las empleadas, en otro darle a las internas e internos, y lo fui modificando hasta que aceptaran uno porque no iba a parar hasta conseguir un sí”, explicó.

Este año propuso darle Zumba solo a las internas y cuando la sorprendió el llamado de Mercedes Pereyra, subdirectora del establecimiento, no pudo contener el llanto. Finalmente había logrado romper los barrotes para entrar a llevar por primera vez una actividad como esta a las internas, todo con el visto bueno del Ministerio de Justicia de la Provincia. “No es lo mismo que me hubieran aprobado el proyecto enseguida, me llevó cuatro años de insistencia”, argumentó sobre sus lágrimas, ahora borradas por una inmensa sonrisa.

“Me dijeron que sí, pero bajo observación, viendo qué aceptación tenían”, aclaró quien desarrolla la propuesta sin recibir un peso a cambio, pero con otras gratificaciones que llenan mucho más que el dinero.

 

Positivo

“Ellas tienen muchos talleres entonces hubo que acomodar horarios”, relató Marisa, quien asiste los lunes y viernes a la siesta al edificio inaugurado en 1937. Llega con su ropa colorida, su parlante y una bocina que hace sonar en plena siesta para convocar a las mujeres que quieran sumarse.

“Como hay otros talleres pensé que iba a tener 10 o 15 en cada clase, pero me sorprendió que estoy teniendo más de 30 y cada vez que voy dejan de hacer todo lo que están haciendo para sumarse. No se lo quieren perder. Muchas veces llego y ya están ahí. Las oficiales me cuentan que preguntan durante todo el día si ese día voy a ir. Ruegan que no llueva porque lo hacemos en el patio para que no se suspenda, y si se suspende piden que se reprograme”, describió.

-¿Qué querés dejar en cada clase?

-La subdirectora en su momento me preguntó por qué en la cárcel, pudiendo dar en los gimnasios o en cualquier lugar. El tema es que siempre pienso qué van a hacer las chicas después del encierro, y Zumba es una actividad para la que no hace falta estudio universitario, no hace falta una capacitación de muchos años, y es una muy buena salida laboral para la que se lo plantee a futuro. Me parece que eso es algo que atrapó también a Mercedes. Al margen de que quedan relajadas, tienen otra clase de humor, y que es la primera vez que tienen una actividad física entre tantos talleres.

-¿Y qué te llevás vos después de cada visita?

-La sensación que me deja es la misma que cuando di Zumba en el Hogar de Ancianos. No te querés ir. El abuelo te agarra de la mano y te pide un ratito más, una canción más. Y acá pasa lo mismo, me piden que hagamos una más, que no termine, te piden temas. La última clase llevé tres pulseras e hice un sorteo para que se queden con un regalo. Trato que no se depriman, que no decaigan, que tengan otros pensamientos, y que piensen que cuando salgan tienen un montón de posibilidades buenas, que tengan otra óptica de las cosas. Intento que al menos por un rato tengan una mejor calidad de vida.

Lo que Marisa intenta también es dejarles un mensaje. “No sé por qué están ahí, pero los otros días les dije: hay muchas personas que están afuera, que son libres y se sienten presas de un montón de cosas. Ustedes están adentro, aprendamos a ser libres de alguna manera. Les propuse cerrar los ojos, bailar, pensar que estamos en una playa. Y todas se sintieron muy bien. Juego mucho con eso”, contó.

El mes y medio de experiencia la ha dejado más que conforme. “No me imaginaba lo que está pasando, pensaba otra cosa, que iba a ser mucho más limitado. El servicio penitenciario de acá me lo hizo mucho más fácil, muy ameno, creí que iba a tener limitaciones”, sostuvo al respecto.

De hecho, se anima a pensar un poco más allá de nuestra ciudad. “La idea es seguir, que llegue a todos, que todos vean el cambio que puede generar esta actividad. Que vean que hay un montón de cosas para hacer; es algo nuevo, pero quizás si esta experiencia funciona, se abren otras puertas”, consideró Marisa ante la ilusión de que en otros servicios penitenciarios se pueda replicar la iniciativa.

 

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