El 27 de septiembre de 1965 arribó a Villa María proveniente desde Italia

Hace 55 años el padre Hugo Salvato llegaba para empezar a ser leyenda

El hombre de corazón de pan, como lo definió el historiador Rubén Rüedi, se instaló en Villa María para comenzar a dejar su legado de lucha a favor de los más humildes. Veinte años después fundó en Villa Nueva la Comunidad Joven para la Gran Comunidad
domingo, 27 de septiembre de 2020 · 07:00

Con su bolso lleno de fe y amor hacia el prójimo, especialmente para aquellas personas más humildes, hace 55 años llegó a Villa María el padre Hugo Salvato, sinónimo de solidaridad tanto para la ciudad como para Villa Nueva, donde creó la que, quizás, fue su mayor obra de bien hacia los más necesitados.

Según escribió el reconocido historiados Rubén Rüedi, el misionero pasionista Hugo Paolo Salvato nació en Pieve di Curtarolo, provincia de Padova, Italia, el 4 de febrero de 1933.

El 27 de septiembre de 1965 llegó a la ciudad de Villa María y desde su primer día por estas latitudes comenzó un proceso de profundas transformaciones sociales.

A pesar de su dificultoso castellano, habló el mismo lenguaje de la gente asumiendo actitudes de vida identificadas con el padecimiento del pueblo humilde.

En 1985 fundó la Comunidad Joven para la Gran Comunidad en una quinta de extramuros de Villa Nueva, desde donde impulsó la creación de 14 centros de solidaridad en barrios humildes, a los que personalmente atendía. 

En su modesta casita de un solo ambiente vivió hasta el viernes 17 de marzo de 2006, cuando pasó a la eternidad dejando un rastro indeleble de amor al prójimo en toda la comunidad de Villa María y Villa Nueva.

 

En la pluma de Rüedi

“El misionero llegó para innovar y desde su primer día en la tierra ctalamochitana comenzó un vertiginoso proceso de transformaciones”, escribió Rüedi, historiador y amigo personal de Salvato, al contar su historia publicada en un suplemento especial de El Diario en el año 2006, cuando dejó la tierra para encontrarse con su Dios.

La historia escrita por Rüedi resaltó el fenómeno que fue el padre Hugo en Villa María. “Los hijos de las familias representativas, por su buena condición económica, se confundían con los hijos de las familias obreras en las tropas de scouts que el padre Hugo había formado recién llegado a Villa María”. 

 

Junto a los postergados

En octubre de 1968 el padre Hugo Salvato se hizo cargo de la Parroquia de Nuestra Señora de Lourdes, en barrio Ameghino, donde puso en marcha el primer movimiento solidario genuino de la ciudad. 

“La Villa María opulenta y recientemente centenaria empezaba a reconocer su pobreza. El misionero sacudía la realidad desempolvando desde el olvido la postergación social de uno de los barrios más poblados y humildes de la otrora estancia de los Ferreira. Allí estaban las necesidades básicas insatisfechas. Y la ciudad mostró, con relativo orgullo, su primer comedor comunitario que cobijó a más de cien chicos con ganas de comer”, escribió el historiador local.

En la capilla de Lourdes, Salvato logró tender puentes con la clase media que eligió el mencionado templo para las uniones matrimoniales y los bautismos.

“La obra del padre Hugo trascendía a toda la región y muchos curas de pueblos vecinos se referenciaban en ella. Pero la jerarquía eclesiástica de la Diócesis percibió que perdía protagonismo y comenzaron los recelos”, contó Rüedi.

 

El misionero

Más allá de sus diferencias con la cúpula eclesiástica, el padre Hugo no abandonó su espíritu misionero.

“Como un arquitecto de almas, pero humilde como un albañil, ladrillo a ladrillo comenzó a construir lo que sería la Comunidad Joven para la Gran Comunidad. No estuvo solo; silenciosa y anónimamente hubo quienes le acercaron una mesa, una puerta, un árbol, alguna carga de arena o simplemente los brazos y el solar de barrio San Antonio comenzó a tomar forma de pequeño paraíso terrenal.

Así levantó la capilla, que llevaría el nombre de San Ignacio por ser el 31 de julio, día de este Santo, cuando el padre Hugo puso, literalmente, el primer ladrillo de su nueva obra en 1985.

Así construyó toda la infraestructura necesaria para albergar prioritariamente a los niños en situación de riesgo mientras él siguió morando en la original casita de un solo ambiente”, reflejó la historia de Rüedi.

 

Reconocimiento

La llegada de monseñor Roberto Rodríguez a la Diócesis fue el bálsamo que el alma de Salvato estaba necesitando para aliviar su dolor.

“El obispo hizo un buen análisis de la realidad de su feudo religioso y actuó en consecuencia”, remarcó Rüedi.

Efectivamente, Rodríguez fue el encargado de informarle que la Iglesia reconocía en él a un sacerdote abnegado en la comunión con Cristo. Su obra sería reconocida oficialmente y legalizados sus servicios religiosos”.

Uno de los momentos de mayor emoción para el sacerdote y para las dos comunidades que conocieron su alma de pastor.

 

No jugaba al truco

El 7 de octubre de 2019, en un aniversario de Villa Nueva, este medio contó que allá por la década de 2000, una tarde un joven quiso invitar a Hugo Salvato a jugar al truco, ante lo que el padre contestó: “No juego al truco, socio. En el truco se miente”, redondeó el eclesiástico con una seriedad que apartaba toda posibilidad de que lo dicho fuera un chiste.

En ese mismo artículo, relatamos que una vez había nacido la idea de formar un equipo de fútbol representativo de la Iglesia San Ignacio para una competencia futbolística.

Así, en el fondo, atrás de la vivienda de Salvato, dirigidos por uno más grande, los pequeños entrenaban y corrían detrás del cuero; alguno aprovechó para invitar a su noviecita para que contemple sus dotes deportivos.

Pero el césped no estaba en las mejores condiciones. La pelota se frenaba, el sol pegaba fuerte y el técnico aparecido para la ocasión se sacaba su gorra de vez en cuando para quitarse el sudor con el revés del brazo.

Los niños, la diferencia de edad, los roces, los reproches y la competencia misma -que poco tuvo de entrenamiento- fueron generando un vértigo que terminó a algunos con bronca y, obviamente, los insultos o “las malas palabras” empezaron a ir y volver de boca en boca.

El resultado estaba cantado: todos afuera, suspendido el encuentro y el equipo que jamás debutó.

Sí. Era cuestión de principios, y el hombre de corazón de pan, como dijo alguna vez Rubén Rüedi, lo tenía bien en claro.

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