Entrevista a Clara Zárate, la mujer que fue aislada por su familia y que pudo volver a su casa gracias a una orden judicial

“Mi hijo y mi nieta me mandaron a un infierno del que pude salir”

Fue enviada a un geriátrico pese a estar en buen estado de salud. La nieta se quedó a vivir en la casa de la abuela. Tuvo que intervenir la Justicia, que ordenó que Clara Zárate regresara a su casa. El proceso judicial sigue
domingo, 6 de junio de 2021 · 07:00

“Descuida, yo te cuido” es el título de una película en la que una abogada inescrupulosa interpretada por Rosamund Pike se aprovecha de personas mayores a las que interna en geriátricos para quedarse con sus pertenencias.

Cualquier parecido con la vida real es pura coincidencia.

En Villa María, en el barrio Trinitarios, Clara Mercedes Zárate (83) cuenta cómo regresó “del infierno”. Lo hizo junto a su hermana Norma (75), quien la “rescató” presentando la situación ante la Justicia.

 

La historia

Clara vivía sola en su casa de manera independiente y hasta hacía los mandados en una bicicleta eléctrica. Una siesta de enero tuvo un accidente por el cual, en un día de fuerte viento norte, su rodado se le cayó encima cuando ya estaba estacionada en la vereda de la casa. “Me dolían un poco las piernas y se me hincharon, así que le pedí a mi único hijo que me llevara al médico. Me contestó que no conseguía turno, y unos días después pudimos ir al doctor”, recordó la mujer.

Primero en el Hospital y después en un sanatorio, donde lo pasó muy mal. “En realidad, no puedo saber qué pasó porque me medicaron mucho”, planteó.

De allí, pasó directamente a un geriátrico. “Mi hijo me dijo que le diera la plata, el plazo fijo y que era mejor que estuviera ahí, porque me iban a cuidar. No se me ocurrió sospechar de mi hijo, así que le di todo lo que tenía. Me llevó a un lugar que era una pocilga, con una cámara séptica dentro, que largaba un olor a podrido todo el tiempo. Había mujeres y hombres y tenía un solo baño. Estuve un mes y lo único que saqué de bueno es que me dieron la primera dosis contra el COVID”.

La sacaron de allí, pero no para retornar a la casa, sino para ir a otro geriátrico. “Yo gritaba que no quería entrar, y de ese momento me queda grabada la cara de mi nieta, que estaba apoyada en el auto, riéndose ante esa situación”, dice la mujer, con una pena inmensa.

A cada tramo de la entrevista, queda claro que se expresa en un lenguaje correcto y que da muestras tanto de su lucidez intelectual, como de la movilidad que la hace independiente para cuidarse a pesar del achaque “por la hernia de disco” que sufre desde hace años.

 

Aislada

El 1 de marzo la dejaron allí, en ese geriátrico, casi sin visitas. “Mi nieta vino dos veces”, señaló. Una, fue cuando comenzaron los fríos. Ella no tenía teléfono y estaba casi sin ropa. Pidió por favor a las empleadas que se comunicaran con la familia para que le trajeran prendas de abrigo y así fue que llegó la nieta que le recriminó por ser “tan exigente”.

Durante dos meses y medio que estuvo en ese lugar bajó 11 kilos. “No era que no quería comer, era que estaba triste porque no podía ver a nadie, vivía llorando, y la comida no te cae bien si estás en ese estado”, dijo.

“Cuando finalmente me fui de ahí les agradecí a las empleadas, que dan lo mejor de sí, pero le mandé un mensaje a la dueña, diciéndole que explota a los viejos y explota a las trabajadoras”, planteó.

En ese punto de la charla, interviene Norma: “Yo no la podía ir a ver por orden del hijo de Clara. Reclamamos y la última vez nos atendió el novio de la nieta -al igual que ésta, de profesión abogado- diciéndole que no molestáramos. No sabía qué hacer. El hijo decía que ella estaba perdida, pero para mí no podía ser, si la pude ver en el primer geriátrico y estaba bien”.

Buscó el teléfono de una institución pidiendo ayuda y no la recibió. “Creo que las abogadas de ahí son amigas de la nieta”, razonó Norma.

Así que se decidió y fue a la Unidad Judicial, donde escucharon su planteo y delante de ella llamaron al geriátrico. “Pidieron por Clara, pero le constaron que ella no podía atender. En ese ínterin, debe ser que avisaron al hijo y la nieta. Ella nos llamó por teléfono amenazándonos. Por suerte estábamos ahí en la Policía y ellos se dieron cuenta de lo complicado de la situación”, informó.

En el geriátrico, Clara no sabía nada de cuánto la buscaba su hermana. “Estaba peor que en la cárcel, porque los presos tienen acceso a un teléfono, yo ni eso tenía. No podía hablar con nadie de afuera”, dijo.

Así pasaban los días y Clara seguía contra su voluntad en el geriátrico. Hasta que una tarde llegó un hombre buscándola. Era Sergio Vesco, quien es un reconocido neurólogo e iba a hacer una pericia para determinar si era verdad o no que estaba bien de salud.

“Lo primero que me preguntó es qué día era. Y yo le contesté: ‘Hoy es 11 de mayo, Día del Himno Nacional Argentino’. Se rió porque no sé si él conocía que era el Día del Himno”, recordó Clara.

También recibió la visita de técnicas del Polo de la Mujer, que verificaron la situación de ella en el geriátrico.

Con los informes positivos, la Justicia ordenó, por un lado, que Clara dejara el geriátrico para finalmente poder regresar a su casa del barrio Trinitarios. Y por el otro, que la nieta y su novio dejaran la casa de la abuela, en la que se instalaron después de enviarla al geriátrico.

En la orden judicial expresaron que sólo podían llevarse sus pertenencias personales y que no podían acercarse ni comunicarse con la abuela por el término de 10 meses.

“No sé por qué hicieron eso, porque dimos todo por ellos. Junto a mi marido le dimos todo a mi hijo y por mi nieta, no te puedo decir. La ayudábamos siempre, hasta saqué un crédito para pagarle un viaje a Río de Janeiro que quería ir. Mi marido, que era un hombre honesto y recto, me decía que no diéramos tanto, que mientras más le das, peor es”, recordó.

 

“No sé por qué me hicieron esto”, dice Clara en una entrevista realizada en su casa, de donde la sacaron para enviarla contra su voluntad a un geriátrico

El despojo

Clara tenía un rincón en la casa que más amaba. Está al lado del comedor e iluminado desde un ventanal que da al patio. Su máquina de coser, los tejidos, el televisor y una mesa de hierro y vidrio donde tomaba sus mates. Hoy la mesa no está más.

“También me llevaron cinco joggins, un chaleco blanco y otras prendas. Me dicen que mi nieta me vendió la ropa de invierno en una feria. También se llevaron las frazadas y las sábanas”, lamentó Clara.

Sobre la mesa del comedor tiene la vajilla que estaba en un modular que tampoco está. “Mi marido -es viuda desde hace ocho años- trabajaba en Seppey y cuando nos casamos, nos regalaron una batería de cocina de más de 100 piezas. Me llevaron algunas de esas piezas que cuidé toda la vida”, agregó.

“Y faltan otras cosas más que vamos viendo. Le pido a la Justicia que quiero las cosas de vuelta. Y si las vendieron, quiero la plata”, expresa, decidida.

“Cuando mi nieta vino a vivir acá con su novio, tiraron todas las fotos donde no estaban ellos. Por ejemplo, nosotros viajábamos mucho con los jubilados, junto a gente del barrio. Esas fotos, muchos de mis vecinos las rescataron de la basura”, agregó.

“Nunca pensé vivir esto. Le di todo a mi hijo, todo a mi nieta y me mandaron a vivir al infierno. Gracias a mis vecinas, que quiero como hijas y a mi hermana, su marido y mi sobrina, pude volver. Ahora quiero Justicia”, concluyó.

 

“Mi hijo me pidió toda la plata antes de llevarme al geriátrico. Cómo iba a dudar de él”, dijo Clara.

Clara Zárate tiene 83 años y es viuda. Trabajó en la empresa OCA y además se dedicó a la costura. Es madre de un hijo y tiene dos nietos.

 

Los derechos de los adultos mayores

En Argentina se aprobó en el año 2017 la Ley 27.360, por la cual se aprueban para nuestro país los postulados de la Convención Interamericana sobre Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, que fue adoptada por la Organización de los Estados Americanos (OEA) durante la 45º Asamblea General.

Entre los derechos garantizados para nuestros mayores está el de “la independencia y a la autonomía: se reconoce el derecho de la persona mayor a tomar decisiones, a desarrollar una vida autónoma e independiente, a elegir su lugar de residencia y dónde y con quién vivir”.

Por eso, el caso de Clara Zárate no es el de una abuela que se niega a ir a un geriátrico cuando no hay otra alternativa. Es una mujer cuya capacidad intelectual y motriz fue certificada por los profesionales, que decide vivir en su casa y no en un geriátrico.

Otro de los derechos consagrados en la Ley argentina es el de acceder a “la dignidad en la vejez”.  Gracias a la hermana y sus vecinas, que fueron a la Justicia, Clara vuelve a tener esa dignidad.

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