Lenguaje inclusivo - Un debate que tiene al discurso como objeto de deseo

“Lo que se estaría negando es que el lenguaje configura mundos”

Fabiana Martínez es docente de semiótica y habló sobre las pugnas por el sentido, a partir de la prohibición dispuesta por el Gobierno porteño en las escuelas. Se refirió, así, a lo que significa el cuestionamiento de la terminación binaria del lenguaje
domingo, 19 de junio de 2022 · 08:30

Escribe Fran Gerarduzzi DE NUESTRA REDACCION 

 

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires prohibió el uso del lenguaje inclusivo en todos los niveles de las escuelas porteñas: la medida, de la administración de Juntos por el Cambio, se conoció el jueves 9 de junio a través de una resolución firmada por la ministra de Educación, Soledad Acuña. Ahora no se pueden emplear letras como la “e” y la “x”, o el símbolo “@”, en los materiales con los que trabajan los docentes ni en los que se les entrega a los estudiantes ni en los documentos administrativos de los colegios. No quieren “chiques” ni “todxs”, por ejemplo, porque los últimos exámenes de comprensión lectora mostraron que “hubo un retroceso de al menos cuatro años”. Ese es el argumento. Entonces, Acuña, hace poco más de una semana, intentó explicarse mejor. Dijo: “Cuando empezamos a incorporar palabras distorsionadas o formas distorsionadas del uso de la lengua, generan trabas. Por eso, vamos a ordenar el uso del lenguaje dentro de las escuelas”. Para ellos se trata de eso: de orden.

Un lunes a la noche de mediados de este mes, Fabiana Martínez, 56 años y docente de semiótica, dice por teléfono que todos estamos discutiendo sobre lenguaje inclusivo, pero que tal vez antes, mucho antes, podríamos discutir otra cosa: la manera en la que concebimos el lenguaje. “Cuando desde un lugar del poder se prohíbe determinada forma lingüística, hay una concepción muy simple del lenguaje”, comenta. Es la concepción del realismo: esa según la cual el lenguaje “sería una calco de la realidad, una ventana al mundo, un reflejo, la réplica de algo real que está ahí”. La otra concepción es la del lenguaje como construccionismo, como una manera de construir formas de denominar al mundo, de conocerlo: es una apuesta política e ideológica. En las operaciones de prohibición establecidas por el gobierno porteño, dice Martínez, “lo que estaría en juego es la disputa con ciertas formas de ver el mundo; lo que se estaría negando es que el lenguaje configura mundos, mundos que, incluso, van mucho más allá de la voluntad del poder porque nadie es dueño del sentido”. Y explica: “Digamos que, tradicionalmente, el lenguaje estaría vinculado a una estructura binaria femenino/masculino con un predominio y un énfasis jerarquizado de lo masculino: el lenguaje inclusivo vendría a desnaturalizar todo eso, que social, económica y políticamente ha implicado un montón de subordinaciones del polo de lo femenino y, concretamente, de los colectivos de mujeres”. Así, el lenguaje inclusivo propone otra lectura del sistema de las posiciones de género. Un lingüista ruso ya había hablado sobre el tema: se llamaba Valentín Nikoláievich Volóshinov, vivió entre 1895 y 1936, y decía que el lenguaje es una arena de lucha, de maneras de categorizar y entender el mundo.

El lenguaje inclusivo, además, dice Martínez, se vincula con el reconocimiento de las demandas sexogenéricas de los últimos 10, 15 años en Argentina. Y dice que, cuando a una concepción compleja del lenguaje –o sea, con un rol político, cognitivo, interpretativo, social y colectivo- se lo intenta prohibir desde el poder –desde un Ministerio, desde una función ejecutiva, no importa-, se le está oponiendo una concepción simplista que piensa que si se elimina la operación lingüística, se elimina el problema de la desnaturalización del patriarcado que es, en definitiva, lo que está molestando: esa huella que ha dejado la lucha por el reconocimiento de derechos que tienen que ver con el feminismo y los activismos trans y disidentes, y otras disidencias sexogenéricas.

 

El cuestionamiento de lo instituido

Hay un señor belga-canadiense que se llama Marc Angenot y él supo decir, en términos generales, que el discurso social está regulado, que hay unos límites de lo decible que corresponden a ciertas épocas y que esa es la manera en la que conocemos el mundo: por eso decía también, como síntesis, que el lenguaje es una gnoseología. Martínez habla de Angenot para decir que primero hay que entender “qué condiciones histórico-políticas hacen posible el lenguaje inclusivo”. Son esas condiciones las que hacen que algo nuevo sea decible. Pensemos, por ejemplo, en las leyes: en el matrimonio igualitario, en la despenalización del aborto, en la educación sexual integral, en la identidad de género, en el cupo trans.

“Y este cuestionamiento de la terminación binaria del lenguaje, marcada por las vocales que remiten a lo femenino y a lo masculino, va de la mano del crecimiento y de la legitimación y del reconocimiento que hay de demandas de género que tienen que ver con cuestionar un sistema instituido que es el androcéntrico patriarcal. Entonces, el lenguaje inclusivo es la huella en el lenguaje de una disidencia”, explica. Es una forma de desobedecer el mandato, de mostrar otros modos posibles de definir el género y de cuestionar, al mismo tiempo, el género: de decir que no es algo que estaría dado naturalmente, sino que el género es una construcción sociocultural “que puede ser impugnada y pueden aparecer nuevas formas de vivir la condición del género que a su vez se define como muy identitaria en la posmodernidad”.

La ministra de Educación, Soledad Acuña, dijo que “las palabras distorsionadas generan trabas”

El lenguaje inclusivo está en los usos políticos “pero no se ha inscripto a nivel de la norma, no es universal”. Todavía hay una pugna por el sentido y Larreta trata de restringirlo, de volver no decible un lenguaje que empezó a ser aceptable, que se fue haciendo verosímil y que “traduce una densa transformación política y social”: el modo en el que vivimos el género. “Es el mismo límite que tienen los activismos: ni desde una norma lo podemos prohibir, ni desde una propuesta política, lo podés volver universal. Está siempre en esa tensión entre lo que es decible y no lo decible. Y lo que hace Larreta es intentar correr ese límite porque lo decible establece los límites de lo pensable también. Y me parece que corriendo el límite está diciendo cosas sobre algo que no es el lenguaje: está diciendo ‘acá hay un orden natural de las cosas, donde hay femenino y masculino y esto no se puede tocar’”, dice Martínez.

 

Los prejuicios

Acuña dijo que las formas distorsionadas del uso de la lengua generan trabas. Martínez dice que ese argumento es una construcción del discurso del poder para desacreditar el uso del lenguaje inclusivo. “Los niños que crezcan en el lenguaje inclusivo lo van a naturalizar y lo van a tomar como norma. El problema son las generaciones como la mía o la tuya, que han crecido con una norma y ahora asumen esto como una huella de una posición política. Entonces, hay problemas porque no llega a ser universal. Y no sabemos si se va a inscribir en la norma. Es algo que solo se puede saber a futuro”, comenta.

Quizás el lenguaje inclusivo se inscriba, como decía Angenot, en determinadas topografías –en determinadas zonas sociales- y, luego, la comunidad entera no se apropie. Puede suceder y, en ese caso, nunca se inscribirá en el sistema de la lengua, de la que habla el semiólogo suizo Ferdinand de Saussure. “Porque los cambios se dan así, conjugando sociedad y tiempo”, dice Martínez. Y ahora –por ahora-, es minoritario el grupo que utiliza.

 

Inclusión y exclusión

Escuché que ser inclusivo es que en un bar, por ejemplo, haya un menú en braille para los ciegos. Escuché que ser inclusivo, por ejemplo, es saber lengua de señas. Es cierto. No digo que no. Sin embargo, pienso en esto que dice Martínez: “La vigencia de la exclusión en unas áreas no es argumento para impugnar la demanda de inclusión en otras”. Es decir, las demandas sexogenéricas establecen un tipo de inclusión que refiere, exclusivamente, al sistema de género y a las exclusiones de género que han estado “muy articuladas con el desarrollo capitalista”. Y en una sociedad existen “múltiples sistemas de exclusión”: las demandas están fragmentadas y, por ahora, no hay ningún movimiento que sea capaz de expresar todas las inclusiones posibles: la económica, la educativa, en salud. Sería lo deseable, por supuesto, que hubiera disidencias y luchas en todos los campos. No creo que nadie lo discuta y el problema, menciona Martínez, es que las instituciones funcionan para la normalidad y no para aquellos con otras características. El problema es el paradigma de la normalidad.

 

El discurso, un objeto de deseo

Martínez dice, además, que el lenguaje es ese instrumento “a través del cual se lucha por el poder y no lo que viene después del poder”. Por eso, acá, en este terreno -y como en tantos otros-, lo que se discuten son concepciones, sentidos, formas de ver el mundo que ponen en evidencia que “el discurso es un objeto de deseo” porque a la vez, como decía el filósofo francés Michel Foucault, es un objeto de poder.

Acá, en este campo de lucha, hay una confrontación de actores políticos: los actores del neoliberalismo conservador y los actores del activismo de género, cada uno con una concepción distinta de lenguaje. No sabemos cuál triunfará. No sabemos si alguna, de hecho, se impondrá, precisamente por eso, porque el lenguaje es futuro, es vida, es la sociedad misma, es ingobernable, es -como decía otro semiótico que se llamaba Charles Peirce- “semiosis ilimitada”, infinita, es un proceso, algo que no termina, que sigue y seguirá, independientemente de.

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