9 de Julio - Tedeum en la Catedral
Iglesia: “Urge instalar la cultura del encuentro”
“No hay término medio: o somos ladrones de la dignidad humana y de la sociedad, o somos samaritanos”, consideró el vicario general de la Diócesis, Alberto Bustamante“Urge construir e instalar la cultura del encuentro; urge recuperar la alteridad”, consideró el sacerdote Alberto Bustamante, vicario general de la Diócesis de Villa María.
“Es muy triste ser huérfano de Patria. Y el proceso de esta orfandad en Argentina no es coyuntural, no es de ahora. Es un proceso que lleva décadas y va minando esa capacidad de encontrarnos; nos va encapsulando en esta orfandad”, advirtió, en la homilía del Tedeum del 9 de Julio, ayer a la mañana, en la iglesia Catedral.
Primero, analizó los acontecimientos históricos. Dijo que “cada vez que hacemos memoria de fechas históricas debemos distinguir el acontecimiento de los procesos. Esto es importante para no idealizar ni tener una mirada romántica ni angelical sobre el acontecimiento y sobre los hombres que lo protagonizaron. Evitamos así una innecesaria canonización laica sobre hombres y mujeres que aportaron sus pasiones, sus ideales, sus errores, sus corrupciones, sus búsquedas de los propios intereses, al proceso desatado, y que limitaron la posibilidad de ser una comunidad nacional”.
La Declaración de la Independencia “dio inicio a un proceso complejo, doloroso en nuestra historia, proceso inacabado hasta hoy”, apuntó. “A Tucumán no asistieron todos. Faltarán las provincias mesopotámicas (Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe), que adherían a la Liga de los Pueblos que lideraba Artigas”, precisó. “En lo aprobado quedó por definir la forma de gobierno y redactar una Constitución”, agregó, y contó que, en 1817, “el Congreso se trasladó a Buenos Aires con duras discusiones entre aquellos que pretendían un Poder Ejecutivo centralizado y fuerte, que llevó a que en el 1819 se sancionara una Constitución unitaria y centralista, que daba todo el poder a Buenos Aires y marginaba a las provincias”, las que “lo rechazaron enérgicamente”.
“El Congreso que en 1816 declaró la independencia se desmoronaba sin remedio y la amenaza de disolución del Gobierno central era un hecho. La región se sumía en una guerra civil entre Buenos Aires y el interior que demorará durante largas décadas la organización nacional. Largas décadas que incluyeron desgarradoras batallas, fusilamientos, descuartizamientos de caudillos del interior, con sus secuelas de marginación y pobreza”, relató.
Siguió: “Años después, con el aporte del beato Fray Mamerto Esquiú, se sancionará la Constitución Nacional, que integrará posiciones que aportarán, no sin tensiones, a la pacificación y organización del país. Cualquier parecido con lo que vivimos hoy no es mera coincidencia. Es fruto de una histórica mentalidad antinómica que nos hiere”.
Por eso, “también reconocemos los fratricidios en las luchas por ser Nación”.
“Se evita que la Patria se muera cuando cada argentino, cada dirigente, se pregunte: para quién me levanto, para quién vivo. O somos ladrones de la dignidad humana y de la sociedad, o somos samaritanos”.
País de desencuentros
“Alguien dijo alguna vez que la Argentina era el país de las oportunidades perdidas. La Argentina, ¿es un país de desencuentros? Si hubiera un Premio Nobel al desencuentro, ¿lo ganamos?”, se preguntó ante los asistentes a la Catedral. Y añadió que “esa pregunta no es fácil de responder, pero nos lleva a la convicción de que urge construir e instalar la cultura del encuentro; urge recuperar la alteridad y liberarnos de los autismos que clausuran la memoria histórica, que clausuran el compromiso comunitario del presente y que clausuran la capacidad de utopías hacia el futuro”.
“Esos autismos aprisionan y nos llevan a los desencuentros. ¿Somos el país de los desencuentros?”, interpeló.
Consideró “necesario distinguir entre país, Nación y Patria”, y tras definirlos, subrayó que “la Patria es el vivir la herencia de los padres. Patria viene de padres”.
En ese marco, destacó las diferencias sobre lesionar cada uno. “El país, como tantos países de otros continentes, si sufre una amputación o pierde una guerra, es capaz de rehacerse. Una Nación que pasa por crisis institucionales es capaz de reconstruirse, pero, si se pierde la Patria, es muy difícil recuperarse. El compromiso de patriotas que nos exige recuperar la alteridad en esta cultura del encuentro apunta a no perder la herencia recibida de la Patria”, marcó el cura. “Herencia preñada de humanismo cristiano, que nos hace descubrir que el abrazo es más razonable que el insulto”, declaró.
Entonces, leyó una poesía del autor norteño Jorge Dragone, “Se nos murió la Patria”.
Y analizó: “Es muy triste ser huérfano de Patria. Y el proceso de esta orfandad en Argentina no es coyuntural, no es de ahora. Es un proceso que lleva décadas y va minando esa capacidad de encontrarnos”.
“Vamos perdiendo la referencia de los padres, que nos es dada para hacerla crecer y llevarla adelante en utopías nuevas”, advirtió y evaluó que “será necesario recuperar la cultura samaritana que da el sentido a la existencia humana, ser para el otro”.
En este sentido, dijo que “se evita que la Patria se muera cuando cada argentino, cada dirigente, se pregunte ‘para quién me levanto, para quién vivo’”. “Para mí, para mis intereses, entonces me convierto en los asaltantes del camino y se dinamita la Patria; para el servicio, seré samaritano y se construye Nación para todos. No hay término medio, o somos ladrones de la dignidad humana y de la sociedad, o somos samaritanos”.