Las calles - Dora Zárate

Homenaje a la querida vecina de Villa Aurora

­El nombre de la calle fue impuesto por Ordenanza Nº 6.724, del 27 de noviembre de 2013, durante la Intendencia de Eduardo Accastello
domingo, 8 de junio de 2025 · 07:48

Dora Elena Britos de Zárate, más conocida como Dorita Zárate, nació el 31 de julio de 1944 (aunque en su documento figuraba otra fecha), en Alto Alegre. Era la cuarta hija de José Britos y Sara Oliva.

La calle, de solo cien metros de extensión, nace en Tucumán y termina en Gervasio Posadas, en barrio Lamadrid

En una sesión que el Concejo Deliberante llevó adelante en el barrio Lamadrid se aprobó un proyecto de ordenanza para designar con su nombre a la arteria ubicada dentro del loteo donde estaban las canchas de Alumni y el club de fútbol infantil El Santo.

La petición había sido efectuada por la Comisión Directiva del Centro Vecinal del sector, en reconocimiento a la trayectoria que tuvo “Dorita” como presidenta de la entidad desde 1997 a 2012, ya que durante su gestión logró servicios básicos como agua y cloacas, además de cordón cuneta y asfalto.

La respetada y querida vecina, cuando asumió por primera vez la Presidencia del Centro Vecinal de su barrio, en 1997

ElDiario en las Calles pudo contactarse con familiares de la querida vecina que relataron lo siguiente: “Su infancia transcurrió, si se puede decir, en esos parajes pobres y desolados”.

Dorita, en el acto simbólico del terreno donde se construirá la iglesia Santa Lucía, en su querido barrio Lamadrid

“A los seis años tuvo que dejar el colegio para ir a trabajar: el hambre y las necesidades eran más grandes en la familia. Así comenzó a ejercer el único oficio que desempeñó hasta casi el final de su vida: empleada doméstica. Sus años de infancia robada se prolongaron en esas tierras, hasta la adolescencia, cuando decidió tomar sus pocas pertenencias y mudarse a Villa María, para continuar con esas mismas labores”, comentaron.

“A sus veintitantos años conoció a su compañero de vida y lucha social, el Leoncio, un joven santiagueño que había llegado a estas tierras villamarienses”.

Y agregaron: “Juntos comenzaron a construir no solo una familia, sino también una estructura donde el sentir comunitario era fundamental. A esa familia de dos se sumaron sus hijas, Valeria y Nadia, y juntos decidieron que su hogar, su lugar en el mundo, sería en la famosa Villa Aurora, hoy barrio General Lamadrid, ya que en ese espacio geográfico se concentraban las pasiones más grandes del Leoncio: su amado Club Alumni.

Dorita se dedicó al trabajo y a la crianza de sus hijas, pero siempre sentía que algo le faltaba para completarla. Y eso era la militancia social y política, por lo cual comenzó a participar activamente en un comedor del barrio San Nicolás, dependiente de la iglesia Lourdes. Su niña interior sentía que tenía la obligación de proteger a esas infancias que ella nunca logró transitar. Ese ímpetu por los demás, por la comunidad, lo sembró también en sus hijas, enseñándoles que la educación era la única riqueza que podía dejarles.

Amaba tanto ese pedazo de tierra que era su barrio que de a poco empezó a involucrarse en las actividades del Centro Vecinal. Un día, envalentonada por sus seres queridos y por la vecindad, decidió postularse como presidenta, convirtiéndose en la primera mujer en ejercer ese cargo, desde 1997 hasta 2012.

Al barrio le faltaban muchas cosas, pero con ese corazón inmenso (que terminó siendo su peor enemigo), Dorita trabajó y luchó para que todas las cuadras tuvieran los servicios públicos esenciales: pavimento, agua, cloacas, iluminación, espacios recreativos, y también realizó un trabajo social con impronta solidaria. Aquellas y aquellos desprotegidos del sistema encontraban en Dorita una protectora, que siempre buscaba llevarles la dignidad que se les negaba. Su bandera era inflexible: la Justicia Social.

Ese gran corazón terminó por cansarse un día frío de junio; exactamente, a las 13.15 del jueves 6 del año 2013. Su legado persiste aún en todos y todas quienes luchan por una realidad mejor, sin egoísmos individuales.  Y como escribió alguien el día de su partida: Cuando Dorita te saludaba con un ‘hola, compañero’, uno sentía una profunda distinción y, a la vez, el compromiso de estar a la altura de esa trayectoria militante, que desde la generosidad, la sencillez y la laboriosidad supo ganarse el amor y el respeto de los suyos.

Cuando te abrazaba, uno sentía el amor de aquellos que luchan de manera inclaudicable por un mundo más justo. ¡Hasta siempre, querida compañera! Nos queda tu sonrisa criolla, que en algún lugar del corazón sigue iluminando los sueños que nos unieron”, concluyó una de sus hijas.

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