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Eduardo Requena en estos días

Un día como hoy de 1976, el docente villamariense Eduardo Requena era secuestrado y desaparecido. Un guionista y productor televisivo, también nativo de esta ciudad, pide la palabra y fabrica con ella un homenaje

Escribe: Javier Morello (especial)

Hay que darle pata a la contrainformación,

del resto -que es muy duro y difícil- se

encargarán los trabajadores y el pueblo y

quizá en menos tiempo del que muchos creen.

Carta de Eduardo Requena, en 1976, poco tiempo antes

de su desaparición.

 

En estos días, en que un energúmeno propone con soltura obscena y repugnante desenfado la venta de órganos -un Incucai cuentapropista y libertario-, en estos días, cómo no recordar a Eduardo, que entregó enterito el cuerpo y el alma, luchando contra la oscuridad y el libre mercado del sálvese el que más tenga.

Eduardo, todo hay que decirlo, peleó y arriesgó y se jugó la vida sin esperar cobrar un peso, aunque los energúmenos no lo entiendan. Aunque planteen como si nada que hasta se puede vender un hijo. Porque de eso hablan los energúmenos en estos días.

En estos días en que uno lee que se suspenden juicios a represores, en estos días de presas y presos por luchar, que ya llevan demasiados años adentro, y de prófugos por robar que también llevan demasiado tiempo afuera, y de impunes protegidos por una justicia que es una máscara deforme de lo que debería ser.

En estos días, en que padecemos hambre de justicia. Y justicia como debe ser, no por arma propia, que es otro tema que vienen a proponernos en estos días. Vendamos hijos, vendamos cuerpos, compremos armas. Eso proponen en estos días.

El libre mercado de las bestias.

Todo se puede si se paga. Te doy mis hijos, dame una pistola, yo te cobro, vos pagame.

Y si hay una diferencia, ¿qué te doy, qué me das? Un riñón o mejor un corazón. El corazón como cambio. Como vuelto.

Y también, si hablamos de pagar, todo hay que decirlo, sus asesinos y torturadores pagaron. No era gratis la vida de ese profe, no era gratis su lucha, no era gratis lo que truncaron.

No repara la ausencia la justicia, pero ayuda a pensar que no fue vana la lucha.

En estos días, uno tiene que recordar que por la lucha de tantos, de su familia, de los organismos de derechos humanos, de sus amigos, de su pareja, Eduardo también nos enseña que la justicia es posible. Que la lucha vale, como dice mi amiga Sole, la alegría.

Ahí está CTERA, la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina, ahí están los sindicatos, ahí están tantos maestros y maestras, enseñando y defendiendo la educación. Sin Eduardo, si no hubiera existido, estos días serían bastante más espantosos.

Es claro que cuando digo Eduardo digo treinta mil. Aunque en estos días vengan los contadores a discutir números. Porque no pueden discutir nombres, ni historias, ni hechos. Porque quieren reducir a una planilla de Excel la realidad. Y porque quieren que no recordemos que ellos, justo ellos, son los peores con los números. Cada pronóstico mentido, cada proyección fallida, cada deuda macaneada, si no saben ni quieren saber cuántos argentinos pasan hambre o no llegan a las escuelas, mirá si van a querer contar cuántos fueron asesinados, presos, desaparecidos por luchar contra eso.

Cuentan mal los desaparecidos, restan diciendo que suman, dividen hablando de multiplicar. Esos, que supuestamente saben de números, y que en estos días tienen tanta cabida en algunos medios, en algunos sectores.

No saben contar y nos cuentan un cuento mal contado y con un final mentiroso.

En estos días, me alegra que los captores, los atormentadores de Eduardo están presos y bien presos.

En estos días en que mucho sindicalista se parece a un empresario, Eduardo sigue enseñando, junto a tantas y tantos, que una maestra, un profesor, son trabajadores.

Ese Eduardo que cuando terminaba una larga asamblea sabía que tenía por delante la hermosa y también agobiante tarea de corregir una prueba o preparar una clase. Y lo hacía, y por eso, quienes lo tuvieron frente al pizarrón lo recuerdan en estos días.

En estos días, Eduardo nos enseña que otro sindicalismo es posible.

En estos días de mezquindades políticas hay que escuchar a quienes escucharon a Eduardo, porque todavía nos llega su idea, su concepción de que no hay barreras, y que los consensos son importantes solo si se hacen a favor del pueblo y de la historia.

En estos días de frío, siempre pienso en el bar Miracles, siempre pienso en ese flaco medio pelado que entró y vio que ya todo estaba jugado y optó por lo que siempre había optado.

Porque al fin y al cabo, eso es lo que hacen los maestros: enseñar.

María Elena Walsh, hablando de la pena de muerte, elaboró una de las más claras metáforas en los primeros años de democracia: cada vez que se habla de ella, la humanidad retrocede en cuatro patas. Cada vez que se plantea volver atrás con los derechos conquistados, nos convertimos en

algo que no es humano. En estos días quieren que seamos algo que camina hacia atrás, en cuatro patas.

Algo que aúlla, que grita, que muerde. Que no pregunta, que no escucha.

En estos días quiero pensar que miles de argentinas y argentinos toman una tiza, el mouse de la compu, una cuchara de albañil, la herramienta que sea, y se “encargan” de este país, como decía Eduardo en su carta.

Algunos ni lo conocieron, otros sospechan su nombre y su huella. Quienes lo conocimos y quisimos, aún después de ese día irrevocable en el bar Miracles, no podemos evitar recordarlo en estos días.

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