La democracia merece ser celebrada
Hace 40 años, la primavera regresaba con nuevos aires. En las calles se respiraba el agradable aroma de la libertad. Tras siete años de oscuridad, miedo, arterias con carros de asalto, detenciones políticas, desaparecidos, exiliados. Tras siete años de bocas cerradas, puños apretados, gritos silenciados, soldados arrojados al infierno de una guerra, estatización de la deuda privada. Tras siete años, el sol volvía a brillar, la esperanza renacía en los empedrados y las flores se abrían orgullosas ante el paso de la campaña electoral.
La primavera de 1983 traía en su mochila el ansiado bastón de la democracia. Los partidos políticos habían recuperado su identidad y sus sellos lucían, nuevamente, en boletas con las caras sonrientes de los candidatos.
Las urnas, ya sin polvo, esperaban ansiosas su presencia en el cuarto oscuro y el pueblo consultaba entusiasmado el padrón para poder ejercer el derecho a voto que le había sido vedado.
Hace cuarenta años, la ilusión volvía a instalarse en cada rincón de nuestra Patria. Los sueños salían de su letargo para encontrarse cara a cara con la Luna. Los cánticos de la militancia sonaban melodiosos en cada acto y la política retornaba al escenario como protagonista.
Con la democracia se come, se cura, se educa, expresaba el expresidente Raúl Alfonsín.
No todo fue tan simple. El gobierno del líder radical recibió el país con una deuda insostenible.
El 17 de noviembre de 1982 se llevaba a cabo la estatización de la deuda de los grandes grupos empresarios privados. Durante la presidencia de facto de Bignone, se estatizó la deuda privada por un monto aproximado de 15.000 millones de dólares.
La deuda, que dejó la Dictadura, era cerca de 70 por ciento del producto interno bruto (PIB), habían caído nuestros términos de intercambio y el país afrontaba una tasa real de interés de más de 20 por ciento anual. El precio del dólar que se necesitaba era incompatible con las condiciones internas de empleo y salario. El déficit fiscal se había disparado (en 1983, último año de la dictadura, el déficit fue de 15 por ciento del PIB), según las publicaciones de la época.
“Toda la gestión Alfonsín transcurrió bajo la cruz de una deuda impagable y sin que los países del norte dieran solución a un impacto negativo semejante. La Argentina no era el único país de América Latina con ese problema, pero sí en el que se manifestaba con más gravedad”, expresó el economista e historiador Pablo Gerchunoff en una entrevista que le realizaron años atrás.
La deuda, esa carga que nos persiguió durante años y nos sigue persiguiendo.
El dólar fue sufriendo minidevaluaciones, el acuerdo de precios no daba los resultados esperados y al final de su mandato la hiperinflación obligó al gobierno a entregar su mandato seis meses antes.
El juicio a las juntas militares fue uno de los grandes logros de la recuperación de la democracia y Nunca Más, el informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas se convirtió en un libro altamente valorado en el país y en el mundo.
Pocos dólares, muchos dolores
Pasaron cuarenta años y muchas cosas, pero la democracia sigue en pie. Los argentinos y argentinas vivimos la hiperinflación, la convertibilidad, las privatizaciones de las empresas públicas, el corralito, el corralón, el default, el helicóptero, el trueque, las persianas bajas, el trabajo perdido.
Sufrimos las condiciones del Fondo Monetario Internacional, salimos del Fondo y a los pocos años volvimos a caer en sus redes. Superamos todas las crisis, a los ponchazos, pero supimos cuidar la democracia.
En los últimos años, por si algo faltaba, llegó la nave de los siete pecados capitales con un octavo pasajero identificado como COVID-19. Un virus que afectó el mundo y dejó profundas heridas en una sociedad que venía soportando en sus espaldas las mayores cargas.
Encierro, falta de ingresos, muertes, enfrentamientos entre políticos, rebeldía, quema de barbijos, una oposición boicoteando las medidas, mientras la cruz de la deuda seguía y sigue clavada en el corazón del país.
¿Por qué puede sorprendernos que parte de la sociedad haya perdido la fe, el ansia, el guapear como dice el tango?
Cuarenta años después
La primavera de 2023 no tiene el aroma de hace cuarenta años. La falta de entusiasmo se percibe, se toca, se huele a cada paso. Más del 30% de los ciudadanos y ciudadanos no tienen interés en concurrir a las urnas, están molestos, decepcionados, agotados.
Hace cuarenta años escuchamos la misma cantata: la deuda, la inflación, el déficit fiscal, la remarcación de precios, los salarios que no alcanzan.
Hace cuarenta años, por no bucear más atrás en el tiempo, que escuchamos que la culpa la tiene Mengano, Zutano, Fulano. La culpa siempre la tiene el otro. Los mismos economistas que nos llevaron al padecimiento, siguen dando sus recetas como si no fueran responsables de nada.
¿Por qué puede sorprendernos que parte de la sociedad haya perdido el entusiasmo?
No tiene que sorprendernos y muchos menos enojarnos con quienes han visto esfumarse sus sueños en los caminos de la vida.
Tiene que ocuparnos, tiene que llevarnos a reflexionar, a entender, a trabajar para recuperar la confianza en el valor incalculable de la democracia.
Más allá de todas las falencias, vivimos en un país con educación libre y gratuita, salud pública, leyes laborales de avanzada, recuperación en manos del Estado de las principales empresas.
Vivimos en un país con un futuro promisorio, con riquezas naturales, recursos humanos muy valiosos y un pueblo que siempre ha dado muestras de solidaridad, de un espíritu pacífico y de templanza ante los obstáculos.
Estamos atravesando un momento complicado, en la ciudad, a pocos días de elegir un intendente, en el país, a menos de un mes de elegir un nuevo presidente.
A cuarenta años de haber recuperado la democracia, después de tanto dolor, intentemos agasajarla con el símbolo más preciado: nuestro voto.
Vayamos a las urnas, nos expresemos, apostemos de nuevo al futuro, a los sueños, a recuperar la fe, el ansia, el guapear.
Dejemos por unas horas, nuestras broncas, nuestras desilusiones, y hagamos valer nuestra voz, nuestro orgullo de ser argentinos y vivir en democracia.
En campaña
Eduardo recibió el apoyo de Juan
“Si hay una ciudad en Córdoba que en los últimos 20 años progresó mucho, tal vez mucho más que otras ciudades de la Provincia, fue Villa María”. Palabras del gobernador Juan Schiaretti en la sede del Club de los Abuelos.
Tal como anticipamos en nuestra edición de ayer, Schiaretti elogió el trabajo realizado por Accastello para transformar la ciudad durante sus tres mandatos como intendente.
“Villa María, progresó, despegó y pasó a ser, en número de habitantes, la tercera ciudad de Córdoba por la gran gestión que tuvo Eduardo Accastello”, destacó el mandatario provincial levantando la mano del candidato a intendente de Hacemos Unidos por Villa María.
El apoyo del gobernador y candidato a presidente, generó entusiasmo en el entorno del ministro de Industria que encara sus últimos días de campaña rumbo a las elecciones del 1 de octubre.
“Espero y deseo de corazón, querido Eduardo, que el pueblo de Villa María, que reconoce toda tu labor para que esta ciudad haya progresado tanto estos 20 años, lo reconozca con su voto el domingo que viene y te elija nuevamente Intendente”, concluyó el gobernador.
Primero Mauricio, ahora Patricia
El candidato a intendente de Juntos por el Cambio sigue recibiendo apoyo nacional.
Días atrás estuvo el expresidente Mauricio Macri acompañando al postulante local y el próximo jueves estará arribando a la ciudad, la candidata a presidenta Patricia Bullrich.
En su visita a Villa María, Mauricio indicó que con Capitani, “Villa María va a recuperar esa dinámica”. “Ustedes lo conocen, saben que su intencionalidad es ayudar a que la ciudad dé otro paso más adelante, mejorando todo lo que se pueda mejorar y sosteniendo lo que esté bien”.
Esta semana, será Patricia la que apoye al candidato de Juntos por el Cambio.
“Hablamos de las elecciones municipales y nos dio su acompañamiento para que podamos llegar. Para nosotros es importante”, indicó Capitani con respecto a la llegada de Bullrich.