'La dignidad nos la da el trabajo”

jueves, 2 de mayo de 2019 · 00:00
Opiniones - Cartas - Debates - A propósito del 1 de Mayo La frase con la que se titula este artículo fue pronunciada por el Papa Francisco. A partir de ella, el número dos de la Diócesis de Villa María enarbola un mensaje al pueblo trabajador Escribe: Presbítero licenciado Alberto A. Bustamante Vicario general Obispado de Villa María Queridos hermanos trabajadores: Muchas y convulsionadas aguas bajo el puente han pasado en los procesos históricos, políticos, sociales, económicos y en el impacto que la revolución científica-tecnológica-digital ha producido en el “mercado laboral”, desde aquella revuelta obrera en Chicago exigiendo la reducción de la jornada laboral de 12 o 16 horas a 8 horas. Revuelta obrera en la que fueron condenados a muerte cinco trabajadores conocidos como los Mártires de Chicago y que diera origen el 1 de Mayo de 1889 al Día del Trabajador. A su vez, en 1955 el Papa Pío XII, el 1 de mayo, en la fiesta de San José Obrero, Patrono de los trabajadores, en acto en el que pidió que “el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias” y “sea para todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo”. A pesar de la complejidad de los nuevos contextos y escenarios globales, regionales y nacionales que afectan a los procesos productivos y que se despliegan desde aquellas efemérides, la fe cristiana siempre quiere anunciar “el evangelio del trabajo” e insistir en la centralidad del trabajo como ordenador y pacificador de la vida personal, familiar y social. No hay ninguna posibilidad de poder desplegar un proyecto de vida sin trabajo. No hay paz social sin trabajo, no hay humanidad sin trabajo, la persona se destruye, se desmorona sin trabajo. El trabajo, considerado desde una sana doctrina social, es fuente de equilibrio y de progreso de un país. Sobreviene el desequilibrio cuando los que trabajan no son remunerados debidamente o cuando las fuentes de trabajo no son suficientes ni estables. “¡El trabajo nos da la dignidad! Quien trabaja es digno, tiene una dignidad especial, una dignidad de persona: el hombre y la mujer que trabajan son dignos. En cambio, los que no trabajan no tienen esta dignidad. Pero tantos son aquellos que quieren trabajar y no pueden. Esto es un peso para nuestra conciencia, porque cuando la sociedad está organizada de tal modo que no todos tienen la posibilidad de trabajar, de estar unidos por la dignidad del trabajo, esa sociedad no va bien: ¡no es justa! Va contra el mismo Dios, que ha querido que nuestra dignidad comience desde aquí. “La dignidad no nos la da el poder, el dinero, la cultura, ¡no! ¡La dignidad nos la da el trabajo!” (Papa Francisco, homilía 1 de Mayo de 2013). Las redes clientelistas de dádivas políticas que dinamitan la cultura del trabajo, la explotación, la falta de responsabilidad y de capacitación del obrero, el salario insuficiente, la timba financiera, la tecnocracia, el endiosamiento del mercado, el capitalismo global financiero, la economía sin ética, sin persona y sin pueblo, la falta de calidad educativa, siempre atentarán contra la posibilidad de acceso al trabajo, contra las condiciones para la generación de fuentes empleo y contra la posibilidad de inclusión en “los nuevos paradigmas laborales”. Es tal la complejidad del momento que, si en nuestra Patria queremos transitar procesos que lleven al pleno empleo, para no quedar en una retórica vacía de enunciados abstractos que nunca se hacen realidad, se requiere un gran acuerdo político y social entre todos los sectores para definir un proyecto de país que en diálogo e integración con el mundo y con Latinoamérica genere las condiciones para las posibilidades de acceder al trabajo digno. Para esto el Estado tiene una gran responsabilidad, no puede mirar para otro lado ni dejar al arbitrio del mercado. “El Estado como sujeto activo, eficaz y eficiente, como promotor y responsable primario del bien común, basado en los principios de subsidiariedad y solidaridad, tiene un rol fundamental e indelegable en la búsqueda del desarrollo integral, como articulador de intereses de los distintos sectores y actores sociales, fijando las reglas de juego que promuevan la cohesión social. Nuestro pueblo sabe que la única salida es el camino silencioso, pero constante y firme. El de proyectos claros, previsibles, que exigen continuidad y compromiso con todos los actores de la sociedad y con todos los argentinos” (cardenal Jorge Bergoglio). Al acercarme a ustedes con esta reflexión, queridos hermanos, quiero felicitar a todos los trabajadores en su día y pedir a San José Obrero sostenga, consuele y acompañe a tantos hermanos nuestros que padecen el dolor, las heridas y la angustia de la desocupación y toque el corazón y la inteligencia de quienes tienen la grave responsabilidad de encontrar caminos para generar la dignificación del trabajo.

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