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Veinte años no es nada

Romeo Benzo opinó que el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la UE, recientemente suscripto, es positivo para la producción rural y agroindustrial de nuestra región

Tras dos décadas de arduas negociaciones diplomáticas y sucesivos impasses, el bloque liderado -hoy más que nunca- por Brasil y Argentina, logró firmar un importante acuerdo comercial, financiero y de inversiones con la Unión Europea (UE), en el marco del G-20.

El mérito de tan trascendental tratado radica en la especial singularidad del momento mundial: en medio de una verdadera grieta proteccionista entre China y Estados Unidos, tanto América del Sur como Europa valoran cooperar uno con el otro para escapar de aquella trampa a la que las somete este virtual G-20.

La realidad internacional marcó que el tren de la globalización hiciera una parada, y así mientras los grandes partícipes económicos se reacomodan en estas circunstancias, Argentina y Brasil aprovecharon para subirse al tren, con el beneplácito de las potencias de Europa, especialmente de Francia.

Ello explica la celeridad que tomó el diálogo en este último tramo, a partir de la decisión de Mauricio Macri apenas asumió, y de Jair Bolsonaro después, pero también de Angela Merkel y especialmente de Emmanuel Macrón, en una apuesta riesgosa, pero potencialmente muy benéfica, abriendo y usufructuando mercados de 800 millones de habitantes y un tercio de la economía mundial.

Más allá de los tecnicismos que deparará los verdaderos ganadores y perdedores de este desafío, incluso del ritmo de apertura (la desgravación arancelaria europea será inmediata y la sudamericana paulatina hasta 15 años), queda claro que para nuestro bloque y país en particular se trata de una gran oportunidad para colocar productos, para competir en "las ligas mayores", con estándares o exigencias mejores, para participar en clústeres o cadenas de valor de mucha productividad, para recibir cuantiosas inversiones, para aumentar el intercambio profesional y académico y hasta para acrecentar vínculos turísticos, culturales y artísticos.

Para nuestras empresas de la ciudad y región se abre una formidable ventana de oportunidad para la colocación de sus productos y modernización de sus plantas, tanto en los sectores alimenticios como los demás de la cadena industrial, así como la adaptación a un rigor inusual en materia medioambiental.

El desafío de transformación, al efecto de ver en plenitud la circulación de bienes y servicios con alto nivel transaccional, es de al menos 10 años. Es un ajuste gradual al modo de hacer comercio y de producción al tradicional que estamos acostumbrados.

En la medida que aumente la demanda y la posibilidad de importar productos de otro standard, implica un cambio en la cultura de este ejercicio. Por cierto, la economía de mercado y estas posibilidades implicarán nuevos postulados en la educación de nuestros jóvenes, ya que deberán prepararse para desafíos que implican las exigencias idiomáticas, modelos de comercialización, rigores y nuevos códigos de producción. Las orientaciones técnicas tendrán la impronta innovadora, y no estarán ausentes las capacitaciones e incentivos para una educación y cultura emprendedora.

Por todo ello, para nuestra alicaída economía -en tránsito lento de recuperación- y para nuestro Gobierno nacional -tantas veces exageradamente cuestionado, que así cumple con una de sus promesas de campaña- es una muy buena noticia.

Romeo Benzo, profesor adscripto de Política Internacional en la UNVM

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