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Mi relato salvaje del 31 de diciembre

miércoles, 22 de enero de 2020 · 10:30

Esta denuncia pública la hago con más de una intención, la primera es contar el atropello que me tocó vivir la noche del 31 de diciembre; la segunda es para advertir a los demás y que este hecho, que a simple vista puede parecer sin demasiada importancia, pero que es lisa y llanamente un intento de estafa, no vuelva a suceder; la tercera es para saber si haciéndolo público pueden avizorarse una especie de “pasos a seguir” para castigar estas situaciones en las que el único que sale airoso es quien las provoca.

El 31 de diciembre por la noche fui al supermercado chino ubicado en la calle La Rioja 733, a comprar helado. A esa hora quedaban muy pocos -dos clases de palitos y uno en tacitas- que eran las más caras. Elegí los helados en tacitas y me llevé los últimos ocho que había, la lista de precios sobre la heladera marcaba que valían 60 pesos cada uno y en la caja me cobraron ese precio. Pagué con tarjeta de crédito eso y otras cosas que compré, acomodé todo prolijamente en una caja poniendo arriba los helados para que no se aplastaran, por supuesto, y me encaminé hacia el auto. Cuando iba a subir, sale una mujer china -supongo que propietaria del súper- corriendo y a los gritos, pidiéndome que vuelva, que ocurrió un error.

Sin imaginarme lo que se avecinaba, me acerco al ingreso del supermercado y me dice que los helados que me llevaba costaban 120 pesos, no 60 pesos. Siempre cargando la caja, la acompaño hasta la heladera y le muestro que el precio correcto eran 60 pesos, como respuesta arrancó la lista de precios, la rompió y dijo que estaba mal.

Le expliqué que en la caja me los habían cobrado a 60 pesos sin problemas, algo que obviamente ella no estaba dispuesta a entender. Cuando noté que la discusión se estaba tornando demasiado larga e inútil, di media vuelta y me fui. Nuevamente salió a la vereda a los gritos, pero esta vez me pedía que le pagara, como si yo le estuviera robando. Ante mi negativa, forcejeó intentando quitarme la caja, como no lo logró, mientras yo abría el auto para subirme, me sacó los helados que pudo.

A esa altura de los hechos, mis gritos prometiéndole -entre otras cosas- que iba a llamar a la Policía y que la iba a denunciar, eran muy superiores a los de ella, y no sé si fue eso o porque le surgió una pizca de conciencia, pero volvió con lo que me había quitado y me lo dio diciéndome que no había problema, que me llevara los helados, que 60 pesos estaban bien.

¿Después de todo ese escándalo, forcejeo y locura 60 pesos estaban bien? Fue lo más parecido a una escena de “Relatos salvajes” que he vivido. Toda esta situación se dio delante de otras personas que estaban comprando allí, y me imagino que más de una debe haber estado convencida de que la reacción de la mujer asiática se debía a que yo me había ido sin pagar.

Toda esa odisea terminó a las 22 y, a esa hora, a solo dos de brindar por un feliz año nuevo, lo único que quería era irme de ese lugar. Entre la furia y la incredulidad, ya ni siquiera me importaban los helados o si ponía algo de postre en la mesa familiar.

Aunque desde afuera el relato pueda parecer jocoso, la impotencia -que perdura hasta hoy- es mucha. A nadie le puede resultar grato que después de pagar le quiten la mercadería en la vereda del mismo comercio, exigiendo una cifra superior. Como dije antes, fue un intento de estafa, que no se concretó porque me puse firme en el “no”, pero ¿qué hubiera ocurrido si la que estaba en esa situación era una persona mayor, o un adolescente o alguien más indefenso?

Para no quedarme solo en la queja averigüé adónde denunciar a esta persona, lamentablemente, tendría que haber llamado en ese mismo momento a la Policía, lo que posiblemente hubiese implicado recibir el Año Nuevo en la comisaría. Ahora, en Defensa del Consumidor no, porque los helados ya no existen, y en una unidad judicial debería presentarme con testigos.

Marisa Oviedo

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