Cartas - Opiniones - Debates - Los lectores también escriben

Un chancho en el Coliseo romano

jueves, 23 de enero de 2020 · 11:36

Difícil que el chancho vuele,  solía decir mi tío Antonio, refiriéndose a aquellas situaciones que veía improbables de resolver. Esta metáfora de lo cotidiano tenía y tiene su razón de ser. En la naturaleza humana o animal nada está puesto al azar, a cada milímetro de nuestro cuerpo le costó 10 millones de años llegar a ser lo que somos.  Tan perfecta resultó la adaptación biológica, que incontables culturas indígenas ofrecían sacrificios humanos como tributo a los dioses para calmar la  ira de tanta perfección. En la mitología griega, el poderoso Zeus castigó a todos los que osaron desafiar su poder y copuló, mimetizándose en forma de nube, de árboles, de río, con todas las mujeres que lo  rechazaron.

Nuestra sociedad y el mundo  siguen pidiendo sacrificios humanos. Por referir los más recientes,  un avión con pasajeros ucranianos, derribado por error con un misil, implica una ofrenda a un dios difuso, contradictorio e implacable para lograr sus objetivos, siempre falsamente justificado por la fe. Miles de sacrificios humanos se cometen diariamente.

Sin ir tan lejos, el fuego fatuo de nuestro catálogo de sacrificios y aberraciones argentinas  se desarrollaba la semana pasada en nuestra hermana República de Uruguay.

Cuando el expresidente de  Uruguay, José Mujica, ante el comentario del actual presidente Luis Lacalle de invitar a  cien mil argentinos a vivir por esos lares, decía: “Para qué queremos a cien mil cag...”, se estaba adelantando a un hecho que horas después confirmaría tal apreciación. La lamentable noticia que ha dado vergonzosamente la vuelta al mundo de un chancho o cordero, o lo que sea, tirado desde un helicóptero, que remite, entre otras cosas y para nuestra generación, a un pasado de miedo no lejano, los vuelos de la muerte. 

No es futurismo el de Mujica, es el conocimiento de la filosofía de un arquetipo argentino  que le da identidad a pequeñas sociedades incapaces de modificar sus conductas, y son la expresión de la banalidad que se fija en la imagen de una pequeña sociedad cínica, superficial y hedonista del desprecio, que trata de recrear el antiguo circo romano donde la muerte entre humanos y animales era por humillación, cobardía, burlas o conveniencia. En un pulgar para arriba o para abajo, se definía la historia de la humanidad. 

Al animal en cuestión lo mataron dos veces, primero con un golpe en algún matadero y luego con algo más sofisticado que roza la perversión, la humillación y degradación del animal, que resulta ser un eslabón más del circuito de supervivencia que nos ha permitido desarrollar la inteligencia, la cultura y ser en la escala humana los más preparados para sobrevivir.

Estos grupos no aprenden por una sencilla razón, no sienten culpa de lo que realizan, por lo tanto no desarrollan la autocrítica ni un pensamiento reflexivo de autocontrol, piden disculpas, mientras piensan que fue un acto de legitimidad de sus valores. Se deben constantemente a su público, que son muchos, cómodamente sentados en las gradas del Coliseo romano esperando el comienzo del macabro espectáculo.

¿Sabrán estos ignorantes, en la estricta definición de la palabra, que nuestro antecesor, el primate original, era vegetariano y que tuvo que modificar su alimentación y su sistema digestivo al bajarse de los árboles? Comía solo frutas, para no extinguirse y disputar la comida en la llanura con los grandes carnívoros. ¿Sabrán estos lectores de revistas de espectáculos, que cada paso dado por la evolución humana y animal necesitó miles de años y de todos para ser logrado. Sabrán, como un pequeño ejemplo, que el camello desarrolló un tercer párpado fijo y transparente para convertirse en el medio más seguro para poblar las desoladas arenas del desierto sin quedarse ciego?

Hay quienes al horror lo llevan de por vida. Otros son hedonistas del horror, bailan sobre sus cenizas.

El hecho, considero, es un exabrupto social, una ruptura en términos humanitarios y de convivencia, y sobre todo lo que es imperdonable es la expresión de la soberbia, la lujuria del poder y la obscenidad del dinero en su más clara expresión. No caeremos en la simpleza demagógica de decir que la fastuosa ceremonia involucró a un animal que puede dar de comer a cien chicos y el agua de la pileta paliar la sed de miles de ellos. No apelaré a golpes bajos, pero es cierto. Como también es cierto decir que esa es la verdadera grieta, que la grieta es un nivel de conciencia distinto, una sensibilidad diferente sobre nuestras imperiosas necesidades, que la otra grieta, la política, la arreglaremos con el tiempo, encontrando un proyecto que nos identifique en común.

Estos grupos son los mismos que no comprenden el mensaje de la historia, empecinados en abonar la teoría que proclamaba Alfred Einstein: hay dos cosas que son infinitas, el universo y la estupidez humana,  son los mismos que cuando el sabio señala el cielo, miran su dedo, no el cielo.

Ernesto Fernández Núñez

Vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores

5
1
60%
Satisfacción
20%
Esperanza
20%
Bronca
0%
Tristeza
0%
Incertidumbre
0%
Indiferencia

Comentarios