Coronavirus - Los lectores también escriben

¡Yo, culpable!

domingo, 3 de enero de 2021 · 08:30

Escribe Miguel Andreis
Especial para El Diario

La intención de este escrito es describir lo que sucede si en realidad te toca ser contagiado de Covid-19, dentro de una de sus fases más riesgosas, la de la neumonía bilateral...

Este flagelo no te vuelve mártir ni héroe, te transforma en víctima. Cualquier caminante, de un minuto a otro puede ser un portador y desde ese momento y por un largo espacio de tiempo, su vida, si es que el destino así lo quiere, ya no será igual.

Desconozco por cuánto tiempo. ¿Tres o cinco meses? No se sabe. No obstante, los protocolos en los que la ciencia está trabajando hablan de un año de control pos-alta. En lo personal, jamás soñé atravesar tremendo calvario. Siempre pensé que esto les pasaba a los otros.

Por ello y por mi inconsciencia, no fui un ciudadano aplicado en cuanto al uso del barbijo y del distanciamiento. Suena extraño en un país como el nuestro, donde la culpa siempre es el otro, asumir la propia. Es mi vivencia y mi obligación moral y ética; la vivencia de alguien que subestimó la capacidad de daño de este virus...

Jueves 26/12. Es la 1.15 de la madrugada (comienzo con la narrativa. No podía hacerla si no es de noche).

 

¡El enloquecedor temor a la muerte!

El 29 de octubre comencé a no sentirme bien. Fiebre y un malestar que no dejaba parte de la anatomía sin punzar. Mis pensamientos comenzaban a ser inmanejables. El viernes 30, afortunadamente, ingresa en mi vida el doctor Pedro Trecco, director de la Asistencia Pública e integrante del COE Regional. El había tratado de comunicarse conmigo no menos de tres veces. No nos conocíamos personalmente. Recién nos vimos 20 días después (agrego que me había expresado periodísticamente en no menos de tres ocasiones definiendo mi posicionamiento crítico sobre la funcionalidad del COE).

Edgardo Munch, director del Grupo Radial Centro, donde me desempeño, es amigo del galeno, pero además estaba en permanente en contacto con él.

Entonces en un WhatsApp, donde el cardiólogo muy amablemente me dice: “Hola, Miguel, sé lo que está ocurriendo. Urgente, hacete un hisopado en la Asistencia y avísame. Si querés te envió una ambulancia...”. Agradecí, tomé un remís y allá fui. Fue rápido. El personal actuante, médicas y enfermeras, lo hicieron con calidez y prontitud.

El “positivo” llegó en menos de 10 minutos. Recibí algunas instrucciones: la toma de temperatura, reposo, aislamiento y algún antitérmico. Le comunico de lo sucedido al médico. Regreso a mi casa, le digo a mi esposa, Susana, que estemos en piezas separadas. Ella no tenía síntoma alguno. Su mirada sobre este flagelo era diferente a la mía (ella fue por años bioquímica).

La temperatura no bajaba y el cuerpo parecía estar fuera de punto, desconfigurado, emitiendo un extraño bufido que golpeaba las vísceras.

A la mañana me pongo en contacto con el Dr. Trecco y le explico. Me pide que vaya urgente para el Hospital Pasteur. Le remarco que mi cobertura de PAMI está en la Clínica de la Cañada. Y replica: “Bien, yo hablo con el doctor Darío Quinodoz (director del establecimiento privado). Tranquilo, que primero te harán una TAC para saber el estado de los pulmones y algunos estudios más... Andá para el sanatorio que te espera la doctora Guzmán”. Así de expeditivo. Así de rápido. Algo comenzaba a ser distinto en mí.

 

¡Apenas dos manchitas en los pulmones!

En pocos minutos paso por la tomografía computada y me hacen laboratorio. Pregunto sobre el resultado, hasta que una joven me responde que “se ven dos manchas pequeñas en los pulmones...”. Me retiro del lugar algo más tranquilo. La idea era quedarme en cama en mi casa, como lo hacía la gran mayoría. Por el momento, Susana no mostraba los síntomas que le llegarían después.

En el medio, quedan dos o tres mensajes de parte del Dr. Trecco. Ya estaba al tanto del resultado de la tomografía. Había preguntado reiteradamente. A estos mensajes los guardo como un disparador a la reacción de un testarudo (yo).

- “Buen día, Miguel. Fijate hoy cómo te sentís y me avisás; más vale internación precoz que andar corriendo más tarde”.

- “Dr., me dicen que apenas son dos manchitas en el pulmón”.

- “No se trata de dos manchitas, son algo más que eso. Mucho más. La internación es lo aconsejable en forma inmediata... Usaremos el ibuprofeno inhalado y posiblemente plasma y...”.

Ya no leí más. En minutos estaba en la clínica. Y describo tal contexto porque de no haberle hecho caso al profesional, hoy no estaría escribiendo esta experiencia. No persigo otro fin con este relato, que les pueda servir de ejemplo a los miles de tercos y obstinados -como quien teclea- sobre lo que no hay que hacer. Con que uno solo lo comprenda y asuma, el objetivo estará logrado. Me consta que otros que adoptaron mi insólita tozudez no salieron del trance...

 

El miedo...

No sé si fue la tercera o cuarta noche donde la “guerra” se volvió de una crueldad inusitada. Los pinchazos y las canalizaciones comienzan, desde muy temprano. Medicamentos a granel y brazos que van tomando un color borravino.

Comencé a percibir algo absolutamente desconocido para mí: la insubordinación del pánico. La pérdida del manejo de la cabeza. El tocarse las mandíbulas y percibir del modo en que te vibra el rostro. No sabía si era la fiebre o esos bichitos repugnantes que no paraban de zumbar dentro de mí. El miedo a la muerte es indescifrable.

El cuerpo pierde todos sus parámetros. Ni la diabetes tiene sus valores normales, ni el hígado o los riñones. Tus órganos se retuercen. Sentía en mi entrecejo, casi en la platea de los ojos, caras de bichos raros que me espiaban. Pedí un Clonagin con desesperación. Si llegaba el fin, que me tomara dormido. Las imágenes de los tuyos o cercanos que ya no están, desfilan incansablemente en tus pupilas. Rostros y nombres de los que se fueron antes, como brazas que se asientan en la frente.

 

La cabeza salió de cabales

El ahogo es algo físico y, mucho más, psíquico. Con el ibuprofeno te riegan los pulmones. Podría decirse que se trata de un invento cordobés. La aplicación ronda los 10/14 minutos. No hay notorios síntomas de mejoría (al menos en mi caso), aunque si no me lo hubieran dado, muy posiblemente los resultados habrían sido diferentes. La noche se vuelve terrorífica entre la fiebre y sus efectos colaterales. No recuerdo si aquel paroxismo de presunción a la muerte descansa en algún momento. Creería que no. A todo esto, Susana ya había sido internada en la misma pieza donde estaba yo. Si bien lo mío era complicado, ella lo estaba más aún.

Tal vez su lejano pasado de fumadora le pasó alguna factura. Observar que su oxímetro no levantaba, se volvía desesperante.

 

“A mí no me va a tocar...”

En los nueves meses de cuarentena, si bien no participamos de alguna fiesta especial, jamás dejé de ir a visitar a mis nietos. No siempre usé el tapabocas, solo para ir de compras o compartir la mesa de café con los amigos. A todos ellos les pido mil disculpas por no respetar su uso. Yo era uno de los que creía que esto siempre les toca a los demás. Casi que actué en rebelión ante las medidas que se tomaban desde las más altas esferas del poder nacional, provincial y municipal. Me molestaba la creación de un Estado casi policíaco. Los encierros. Las consecuencias de las que tanto hablé. Equivoqué mi accionar. Ya era tarde. Una cosa eran las medidas que adoptaban casi inconsultamente, y otra, lo que hacían los profesionales de la salud apostados en las primeras trincheras de lucha.

Pude ver de cerca la lucha de médicos y enfermeras. Incansables. Incondicionales. Profesionales de la salud que forman parte de un tironear por la vida, algo que se observa a cada instante. Están comprometidos.

La pulmonía bilateral no solo es cruenta, sino que se vuelve un puñal que está detenido en tu garganta. El esfuerzo para que entre el oxígeno es titánico. Los ojos se vuelven rojos.

No podría decir con precisión cuánto duró esta agonía que uno la suponía como la antesala al final definitivo; fueron 15 días de internación para ambos. Más el reposo en casa...

Todos los días llegaba uno o dos mensajes del Dr. Trecco. Recién por entonces tuve noción racional de lo que había acontecido con mi férrea, absurda e impertinente negación.

 

Las estadísticas

Ante la pregunta de por qué tanta desigualdad de síntomas, un profesional describe que “sobre 100 personas contagiadas, 85 no tendrán una sintomatología grave; perderán el gusto y el olfato, dolores de cuerpo como una fuerte gripe, y otras variantes que en una semana o menos de 10 días desaparecerán... con algunas secuelas que en dos o tres meses se irán.

Un 13% de los padecientes -donde nos encontraríamos nosotros- casi con seguridad ingresará en una neumonía bilateral, donde los desórdenes y complicaciones toman todo el organismo. Se podrán apreciar la pérdida de los glóbulos rojos y varios efectos concatenados. La descomposición es minuto a minuto.

En general, estas propagaciones conllevan una alta carga viral. La cabeza pesada y abstracta, las órdenes no te responden, todo parece moverse en cámara lenta. Algo similar sucede con los movimientos del cuerpo. Nos aclaran que esos síntomas pueden durar meses. El equilibrio perdió espacio... Hablar y no recordar nombres y apellidos se vuelve casi común. Muy seguramente no acontece con todos de igual manera. Y, por último, el 3% restante tiene el peor final...”.

Después de casi 15 días de internación nos enviaron a nuestra casa. Nos entregaron un informe de 25 páginas con cada uno de los estudios que nos hicieron. Allí se indican día por día análisis, TAC, mediciones que se nos hicieron. Esto nos permite comprender la dimensión de los cambios de valores fisiológicos y lo que implican. Nada está dentro de su normalidad. Es un relato en números sobre lo que es transitar la cornisa del adiós definitivo.

Ya finalizando este largo escrito, no puedo dejar de reflexionar sobre la importancia de hacerles caso a los profesionales y científicos. Usemos el barbijo hasta que nos toque ser vacunados. Mantengamos el distanciamiento. Si yo hubiese hecho caso, quizás no hubiese pasado por una experiencia tan infernal como ignominiosa.

Un agradecimiento a todos los médicos y enfermeras. Y deseo cerrar con algo interior: antes sí cuestionaba las vacunas, no me importaban demasiado. Ahora, después de lo vivido y observado, me molesta terriblemente cuando se las quiere usar políticamente. De un lado u otro.

Seguramente, quienes apelan a tan miserable acción nunca supieron lo que son esos bichitos en tu cabeza como dándote el último adiós...

No olvido que cualquier científico, cualquiera, está dotado de infinitamente más conocimientos que aquellos que tenemos la responsabilidad de comunicar.

Cuídense. No sean tercos como yo.

Gracias en nombre de Susana y mío

 

19
6
23%
Satisfacción
51%
Esperanza
10%
Bronca
2%
Tristeza
6%
Incertidumbre
6%
Indiferencia

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