Coronavirus - Opinión

Sobre la muerte en pandemia

sábado, 26 de junio de 2021 · 09:15

Escriben: Graciela Taquela y Jesús Chirino (Especial)

La declaración del estado de pandemia a nivel mundial que irrumpió en nuestra vida cotidiana fue algo del orden de lo impensable por lo inesperado. La primera reacción fue la de incertidumbre, no tener un dato seguro ni cuándo tendría su fin. Pero aún así, al principio parecía algo alejado: Wuhan, China, quedaba muy lejos.

Producida la expansión del virus por América Latina, en Argentina nos encuentra con una situación grave, ya estábamos en emergencia sanitaria dados los años de desinversión en la salud pública. Aunque a veces nos presentan avances tecnológicos y edilicios, éstos no aseguran una mejora en la calidad de salud de la población, al contrario, la aparición del COVID-19 ha revelado todas las fallas en el sistema.

 

El duelo

La situación actual de los protocolos que se instituyen para el velatorio implica una modificación importante del ritual: se ha pasado “el velar” a un procedimiento que dura dos horas y a cajón cerrado o no velar, lo cual necesariamente impacta en la elaboración del duelo pues dificulta la despedida del ser querido, no el duelo, que dura mucho más tiempo, sino la “aceptación” de que ha muerto. Observamos variadas reacciones emocionales ante la muerte de un ser querido: desde el llanto desconsolado hasta cierto embotamiento afectivo y no poder demostrar ninguna emoción.

A los miedos comunes en la infancia, que los niños pueden tolerar si tienen la compañía protectora de un adulto, se les han sumado los cambios en la vida cotidiana escolar y familiar, que necesitan ser acompañados especialmente en el caso de la muerte de un familiar, teniendo los adultos la doble tarea de explicar los cuidados en pandemia y la ausencia del ser querido.

 

Una mala comunicación

Decretadas las restricciones (abril 2020), y extendidas hasta el presente, por momentos la gente las ve como un “capricho” del Gobierno, no como una protección. Estas restricciones prolongadas, medidas sanitarias correctas pero insuficientes, sin información certera por parte de las autoridades acerca de cuándo terminan, se transforman en una situación ansiógena, de preocupación, de pregunta constante ¿qué es lo que nos va a pasar?

El miedo, el sufrimiento, los padecimientos, son reacciones esperables dentro de la normalidad y no debemos patologizar estas reacciones. Cuando el miedo no puede ser controlado aparece el pánico, que arrasa toda posibilidad de razonamiento, observándose situaciones en que se ha llegado a atacar a personal de salud por temor a ser contagiados.

La medida gubernamental de “guardar la distancia social” apuntó al corazón de nuestra identidad cultural. La interacción grupal, el abrazo, en los ámbitos familiar, escolar, laboral, etc., son parte imprescindible de nuestra comunicación cotidiana. Es muy importante que las autoridades tengan en claro cómo se comunica en una pandemia. No comprendemos por qué no han puesto en práctica todas las recomendaciones presentadas oportunamente (2020) por especialistas en salud mental.

Nuestra característica social y cultural es tocarnos, abrazarnos, a diferencia de otras culturas, y esta restricción y alejamiento obligatorio genera sentimientos de pérdida. Esto produjo una afectación en los vínculos, angustia por la soledad, profundos sentimientos de estar aislado. Quedan así afectados los sentimientos de pertenencia que son constitutivos de la identidad de las personas.

Una de las reacciones ante algo tan ajeno y desconocido que nos pone en riesgo de vida a todos, es justamente apuntalarse en la grupalidad, por esta razón se observa que las personas buscan reunirse más allá del número permitido de integrantes, para obtener un alivio momentáneo a la presión de la amenaza. Esto se ve en toda edad, pero especialmente en las reuniones de jóvenes, lo que erróneamente es llamado “fiesta clandestina” tergiversando el significado, cuando en realidad son fiestas “no permitidas por el riesgo de contagio de COVID-19” o “no autorizadas por el riesgo de contagio de COVID-19”. El empleo adecuado del lenguaje en la comunicación ayudaría a la mejor comprensión y autocuidado de la población.

La escalada en el número de muertes cuyas estadísticas muestran un aumento progresivo, está afectando a gran número de familias que atraviesan una situación que requiere un acompañamiento especializado del personal de salud y particularmente en los mensajes que emite el Estado.

La muerte, eso que les pasaba a otros, ha mostrado durante esta pandemia nuestra inferioridad real respecto de ella, y la certeza de que la muerte nos espera a todos va apareciendo como una amenaza cierta, no sólo una posibilidad. Haciéndose más que necesario el acompañamiento y contención.

Destacamos la importancia de los mensajes tranquilizadores, que puedan transmitir la idea de que es una situación de excepción, que la pérdida en lo inmediato de las actividades no permitidas es una medida sanitaria que debe cumplirse para evitar el daño. Y desde ya, las vacunas.

 

El personal de salud

La salud de la Argentina tiene prestigio en el mundo por su calidad profesional. Pero esto no se ve reflejado en lo que cobra un profesional, ni en la protección adecuada para poder realizar su trabajo relacionado con pacientes COVID: insumos, equipamiento, número adecuado de recurso humano para remplazar a los aislados por contagio.

En ocasiones desde el Estado mismo surge este desmedro, llegando al extremo en la provincia de Córdoba en que un médico fue acusado de “contagiar a sus pacientes” (Dr. Lucas Figueroa, médico, Saldán, Córdoba, 2020).

También la pandemia tuvo sus víctimas entre los profesionales de la salud que trabajaban en Unidades de Terapia Intensiva.

Ante un personal de salud agobiado, agotado, es oportuno recordar las recomendaciones del secretario general de la ONU hace un año (junio 2020): “A todos los países les pido prestar atención a la salud mental... hago un llamado a destinar partidas presupuestarias en la Argentina...”.

Al mismo tiempo que el personal en hospitales y clínicas atravesaba esta situación, y sin dejar sus puestos de trabajo, realizaron denuncias públicas sobre la falta de insumos para tratar pacientes (Buenos Aires).

También vimos una gran movilización de médicos que luego se configuró en Médicos Autoconvocados reclamando sus derechos. En Villa María, delegados gremiales hablaron de la necesidad de nombrar más personal y mejorar las situación de quienes trabajan en salud.

Si durante una crisis como la presente el Estado no se pone del lado de la población, sino que busca responsables entre las víctimas, esto que es una situación transitoria puede cristalizarse en una división que aleje cada vez más al Gobierno de la población.

 

Vuelta a “la normalidad”

Lo “transitorio” de la situación que atravesamos no significa que una vez finalizada se pueda regresar a las condiciones previas. Justamente las condiciones previas a esta crisis no permitieron afrontarla adecuadamente y se tradujeron en un enorme costo, en pérdida de vidas y en la pobre capacidad de respuesta a las necesidades de salud de la población.

La primera tarea a resolver es la de la activación o reactivación productiva. Las vivencias de no poder resolver la subsistencia es una situación que afecta a la autoestima y lleva a la desesperación y luego a la depresión, en el trabajador y en toda su familia.

Es en este panorama que de manera paradojal, o no tanto, asistimos al despliegue de discursos que presentan el pasado como utopía. Plantean trabajar para regresar a aquello que llaman “normalidad” o “nueva normalidad”, es decir, el retorno a algo parecido a la realidad anterior al surgimiento de la pandemia y al desarrollo de las medidas restrictivas. Estos planteos romantizan aquella “normalidad” disimulando, difuminando o ignorando importantes aspectos de la misma. Pero, quizás, uno de los efectos más importantes de esa romantización es el intento de desconexión entre la realidad actual y la anterior, entre el pasado y el presente. Ese quiebre de la continuidad de la realidad habilita desentenderse de análisis que desembocarían en cuestionamientos al sistema que genera la desigualdad social, destruye la naturaleza, promociona valores como el egoísmo y niega derechos elementales a grandes sectores sociales.

En los caminos planteados por estos discursos se pierde la posibilidad de analizar que no todo es el virus que nos ataca, que también debemos considerar, por ejemplo, cómo llegamos a tener un sistema de salud deteriorado o cuáles fueron las prioridades fijadas en las políticas públicas en los decenios anteriores. En concreto, estos discursos plantean la sustracción del carácter histórico de la realidad actual y, por lo mismo, inhibe la discusión de cómo llegamos hasta aquí. Esos planteos no ayudan al trabajo, necesario, de construir una realidad superadora tanto de la presente como la anterior.

 

Solidaridad

Más allá de las incumplidas promesas de felicidad por parte de la ciencia y la tecnología, en medio de la terrible situación que vivimos, la solidaridad, algo tan poco incentivado por nuestra forma de organización social, es de fundamental importancia a la hora de hacer frente a la situación actual. No se trata de algo nuevo, nuestra especie no podría haber llegado hasta aquí sin prácticas solidarias. Si bien no es un valor que tenga buena prensa, la pandemia resalta la necesidad de su práctica, lo que no debe estar desprendido del entendimiento de que aquello que va en su contra atenta contra el bienestar común.

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