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Acerca del maltrato psicológico en el seno de las parejas

jueves, 9 de noviembre de 2023 · 08:12

El maltrato psicológico en la pareja pasa muchas veces desapercibido, porque no deja huellas aparentes, como sucede en el maltrato físico. Este hecho lo hace tremendamente peligroso para quienes lo sufrimos, ya que la mayoría de las veces, las víctimas -en este caso yo-, somos conscientes de que estamos siendo maltratadas.

Las consecuencias del maltrato psicológico son muy graves, porque dan lugar a la desestructuración y a la devastación del equilibrio emocional de la persona que lo sufre.

Cuando tomamos conciencia de que estamos sufriendo, tengamos la voluntad de reaccionar y hacer frente a esta problemática.

Al sufrir el maltrato me sentía deprimida, sin saber qué me estaba pasando. Empezaré terapia, para ver si puedo liberarme. Sé que no va a ser fácil. Pero me he propuesto lograrlo.

Estoy en un proceso judicial en el que, creo, encontraré la salida.

He sufrido maltrato psicológico en la pareja y lo puedo definir como una conducta perversa y destructiva que ejerce un miembro hacia el otro. En desigualdad de condiciones, con abuso de poder y tratando de anularme a través de la manipulación. Yo he sufrido cambios externos, como tristeza, inseguridad, pérdida de peso, problemas de salud... Dejé de ser yo. Dejé de comportarme como lo hacía. Perdí espontaneidad. El cambio fue muy progresivo y trataba de disimularlo, por vergüenza o temor a que los otros noten algo.

La violencia me la ejercían buscando el aislamiento, la manipulación, mentiras y una actitud victimista. Ese perverso sembraba la desconfianza; la dominación y control me tenía paralizada en la confusión, asustada y desconcertada, lo que me hacía más manipulable.

Sufrí insinuaciones que me generaron inseguridad. Lenguaje sarcástico e irónico. Silencios interminables. Chantaje emocional. Uso de la mentira sin mostrar resquicio de duda y con toda convicción para rebatir cualquier tema.

Acusaciones y proyecciones de mis defectos. Caras y gestos de desprecio. Descalificaciones personales, comentarios despreciativos, humillaciones en público y en privado e instrumentalización del sexo como premio y castigo.

Esta comunicación sádica, mantenida en el tiempo, empezó por paralizarme y me acabó anulando, manteniéndome en un estado de alerta, en un estrés constante que empezó a materializarse en mi cuerpo.

Mi cuerpo parecía que se consumía, descuidé mi aspecto y dejé de arreglarme. Empecé a somatizar con trastornos de la alimentación, contracturas, trastornos del sueño, crisis de ansiedad, el estado de ánimo bajo e incluso depresión.

Mi agresor detectaba que estaba con la guardia baja y se mostraba cariñoso, quitando importancia a lo ocurrido, pidiendo perdón; pero más desde el victimismo y el chantaje emocional que desde el arrepentimiento del error, generando un nuevo sentimiento de culpa en mí, por no haber entendido y tomar las cosas demasiado en serio.

Dudaba cada día de mí. Y mi desequilibrio y crisis de identidad cada vez me dejaba más anulada y no podía confiar en mi propio criterio. No podía compartirlo, porque nadie me lo creería. O bien lo quería proteger, debido a que, en el fondo, no podía ver y afrontar lo que estaba sucediendo.

Para el perverso narcisista, yo no existía, no me escuchaba, con el fin de anularme. Esta táctica va cobrando fuerza y sin ser consciente fui interiorizando esta creencia.

Cualquier problema era mi responsabilidad e incluso aquellas dificultades que no eran de la pareja. Me hacía sentir culpable a través de silencios y malas caras. Utilizaba la insinuación de manera que no me podía defender, me generaba inseguridad y, de esa manera, mermaba mi autoestima. Mostraba interés por terceras personas para generarme inseguridad y celos.

Uno de los mecanismos más empleados por el perverso narcisista es la proyección, mediante la cual señalaba su propio defecto en mi persona.

No asumía su responsabilidad y me confundía sobre manera. Llegué a creer que era yo la que gritaba, la que faltaba el respeto y provocaba la discusión. El uso de la mentira de manera fría y descarada me dejaba desconcertada y no sabía cómo reaccionar. Me llevaba al desconcierto y a paralizarme.

Su reacción era bastante paranoide. El uso de los silencios como castigo era tremendamente violento. Estaba horas, incluso días, sin dirigirme la palabra y yo no entendía lo que pasaba.

Lo más dañino y perverso de esto era que no permitía hablar de lo ocurrido.

No me daba la posibilidad de entender qué había hecho mal.

Y yo trataba de acceder a él, escribiéndole cartas o notas, que en la mayoría de las ocasiones ni siquiera leía. Al principio era todo adulación, luego, la falta de apoyo, reconocimiento y valorización. Y los mensajes descalificativos hacen posible y difícil de sobrellevar una vida en paz.

Me paralizaba; mi autoestima estaba por el suelo. Sentí ansiedad, miedo y terror. Todo eso me llevó a estar en alerta constante y con crisis de identidad.

Él trataba de imponer su poder y dominación, provocándome el desconcierto y la indefensión. Quedaba con un enorme sentimiento de culpa. El control y los insultos estaban a la orden del día.

El maltrato psicológico es el paso previo al maltrato físico, que llegó cuando me veía manejable y sumisa. El perverso narcisista era un seductor. Me estudiaba para poder desarmarme en forma progresiva. Para sentir que me tenía en sus redes y así poseerme como un trofeo.

Su ego se alimentaba para poderme destruir.

El perverso narcisista tenía falta de empatía, necesidad y la envidia, ante las cualidades de los demás, de las que carecía. No soportaba que le dijera de su propia falta de cualidades. Tenía sobreestimación, necesidad de admiración propia, fantasía de éxito y de poder. Se creía especial con respecto a los demás. Se creía con derecho a un trato especial. Y pensaba que se le debía todo. Explota a los demás para lograr sus fines. Carece de empatía y capacidad de ponerse en el lugar del otro. Es envidioso y se cree envidiado. Es arrogante y prepotente. Le hacía creer a todos que era encantador e inteligente. Hablaba de mi desequilibrio e insinuaba que él era quien sufría el maltrato debido a los cambios de humor e inestabilidad mía.

No me di cuenta de la tortura que pasaba con esa persona tóxica. Es un experto en jugar con ventajas, nunca pude imaginar tanta perversión, mala intención y egoísmo; no podía concebir tanta maldad, lo que me ocasionaba una parálisis total.

He podido reconocerlo, para poder liberarme.

María Fernanda Amaya
DNI 17671077

 

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