Opinión - Sobrevolando la ciudad

El carancho, en los apuntes de un naturalista urbano

Suelo observarlos al atardecer, sobre las ramas altas de los pinos carolinas. Cuando suenan las campanas de la Catedral y las bandadas de los tordos giran frenéticas en las últimas horas de luz, antes de acomodarse para la noche. En cambio él, o ella, se impone con su casi medio metro de altura, el capuchón oscuro y el antifaz ocre sobre el pico curvo, lo que le confiere un aspecto de ceño fruncido. Barras pardas le cruzan el pecho y la cola termina en una banda negra. Mueve su cabeza en todas las direcciones. Parece vigilar desde las alturas cada movimiento. Incluido a mí, quien desde el suelo no logro distinguir su género.

También lo he visto acechar los nidos de las loras, en el gigantesco eucalipto del Parque de la Vida, y luego emprender la retirada, hostigado por los picotazos de los benteveos, que, como todos sabemos, tienen mal genio. Entonces él se eleva durante las radiantes siestas de otoño, sobrevuela en  amplios círculos a gran altura. Desde allí es inalcanzable para voladores más ágiles.

A través de los días, y mientras los observo en mis caminatas por la ciudad, descubro sus trayectos.  Los pájaros realizan “recorridos rituados”. Existe un trabajo maravilloso de Guido Buffo, el constructor del “Templo del Péndulo”, en los Quebrachitos, cerca de Unquillo. En su museo se hallan mapas del trazado y movimiento de diversas especies de aves.

En un espacio geográfico mensurado, mediante croquis que determinan el itinerario de cada especie, puede concluir que estos desplazamientos son repetitivos, es decir, ritualizados. Los mismos itinerarios cada día, como si dibujaran con tinta invisible el mapa de sus vuelos.

Los caranchos a veces me sorprenden desde el cielo con sus extraños “crac, crac…” , ese sonido de huesos rotos. Se ha visto que cazan en grupos y colaboran entre sí, generosos a la hora de repartirse la presa, su método de caza es muy diferente. En lugar de abalanzarse sobre su presa desde el aire, acecha y persigue a su víctima por tierra, a menudo con la ayuda de otros miembros de su especie. Al no poseer papilas gustativas puede ingerir todo tipo de carroña, hasta cadáveres putrefactos, razón por la cual, en los mitos camperos, se lo considera de mal agüero.

Desde tiempos inmemoriales, las aves simbolizan un lenguaje secreto y arcádico y este rapaz no escapa a un sinfín de leyendas y supersticiones. Leo en el libro “Todo lo que crece”, de Clara Obligado, esa relación entre pájaros y creencias; “los antiguos romanos leían el destino en el vuelo de los pájaros, los abrían en canal y consultaban en sus órganos qué sucedería mañana, en la etimología de muchas palabras ligadas con la adivinación está escondida la palabra “ave”. “Auspicio”, de avis spicio, hablo con los pájaros.

“Augur”, sacerdote que adivina el destino a través del vuelo de los pájaros. “Auríspice”, el que es capaz de descifrar el galimatías de sus entrañas. “Proclive”, pro clivia avis, de pájaro de mal agüero.”

El Caracara Plancus, según su nombre científico, de canto áspero y fuerte, es un ave llamativa y, por lo tanto, protagonista de numerosas leyendas. Para los quom, el carancho tuvo una participación importante en la creación del mundo. En esa época, las mujeres eran seres celestiales, estrellas  que bajaban cada tanto desde el cielo mediante cuerdas. Eran más poderosas que los hombres. El líder de ellos era justamente Chiquii, el carancho, con su vistoso poncho de colores, quien decidió tenderles una trampa a las mujeres-estrellas y, remontándose a lo alto, les cortó las cuerdas cuando bajaban, de modo que cayeron al suelo.  Según los relatos míticos del pueblo Toba, el carancho ocupa un lugar importante en distintos episodios. Anunciador de calamidades, o exterminador de maléficos espíritus, enseñó a los hombres a producir fuego, curar los enfermos y cazar.

 

Leyendas

Las leyendas sobre el carancho se extienden hasta las tribus del alto Xingú brasileño, en la profundidad de la Amazonia. En la cultura Wichi, los caciques o chamanes adoptaban el nombre de esta ave.  El carancho era también un héroe para los mbayás, los chiriguanos, los kaskihás y los guaicurúes, para quienes era su animal totémico. Los tupí-guaraníes lo consideraban un ave mágica, emparentada con el demonio Juraparí, y sus plumas pulverizadas podían transmitir magia. Los mbayás (que lo llamaban caminigo) se ataban las plumas a la altura de las sienes, aunque también usaban las alas para fines más prácticos, como para abanicarse y avivar el fuego.  Una leyenda guaraní refiere la lucha entre las águilas, gavilanes y halcones por un lado, y los caranchos, jotes, chimangos y tordos por el otro. Los primeros vencieron y, como los caranchos estuvieron mucho tiempo prisioneros, engrillados de a dos, una vez libres,  se acostumbraron a andar así, ayuntados por el campo. También aparece en varios cuentos mapuches. En tanto que los selknam, al igual que otras etnias, hacían con sus plumas los tocados ceremoniales, porque les otorgaban un poder mágico. Según creencias de estos pueblos sureños, cuando pasaba por arriba de los toldos gritando, anunciaba el  mal tiempo y las nevadas, era uno de los “doctores del viento”.

En la cultura popular argentina, tanto en las letras de payadores y tangueros, al carancho se lo presenta como señal de mal agüero u oportunista mal habido. El genial Guillermo Enrique Hudson los describió: “El carancho de patas cortas, el rey de los cóndores y buitres pequeños, el señor de las pampas, el más astuto y peligroso ladrón de los campos. El nombre quechua ‘carancho’ se le ha aplicado en todas partes y lo explica todo: es un ladrón astuto, un verdadero ratero. Además de una cabeza rapaz, su rostro tiene una expresión cómica e inteligente, que no deja duda alguna de su astucia.”

Refugiados en la ciudad por la devastación ecológica de nuestros campos, hoy los caranchos rayan los cielos de del paisaje urbano  y conviven con palomas y chimangos. ¿Qué nuevos augurios traerán sus caminos por el aire? ¿Qué signos ocultos dibujan sus alas?

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