A propósito de El Eternauta, la obra que devolvió a nuestros días al desaparecido Héctor Germán Oesterheld
“No salgas... Mirá por la ventana. Afuera está pasando algo raro...”
Mientras el exitazo de Netflix invade el mundo, una extraña nieve comienza a caer sobre Villa María...?Escribe: Javier Morello / Guionista, director y productor cinematográfico
?Cuando empezó la nevada, empezó en todos lados.
Podría haber sido en el 57, podría ser hoy, podría ser mañana.
Nevaba en pleno verano.
Y no nevaba solo en Beccar, el Conurbano, y la capital. Nevaba en Iruya, nevaba en Tolhuin, nevaba en Ausonia, en Villa Nueva, nevaba en Villa María...
Algunos, recordando aquella inusual precipitación blanca de 2007, salieron a la vereda. Querían probarla con la lengua, querían hacer guerritas de bolas de nieve, querían construir muñecos con narices de zanahoria, como en las pelis.
No llegaron a hacer dos metros caminando y cayeron, como en cámara lenta. Ni en Iruya, ni en el barrio porteño de Caballito, ni en Rosario, ni en Villa María sobrevivieron los entusiastas de ese primer momento.
En Villa María, Ezequiel, que es uno más entre decenas de personas que viven en la calle, y vio todo desde la entrada de la Galería Internacional, estaba a punto de salir a ver, pero cuando empezaron a desmoronarse los tipos y tipas que querían primerear el disfrute de la nieve; entonces, se quedó ahí. Con su manta vieja y sus cartones. Guarecido.
Lana y Zoe vivieron esa noche dos novedades: descubrieron que el mundo podía tener un final, apenas un minuto después de aprender que sus lenguas estaban hechas para entrelazarse. Las dos habían llegado a Villa María apenas hacía unos meses. Una, desde Venezuela; la otra, desde San Martín de los Andes. No sabían:
A) Que podían enamorarse de una chica.
B) Que podías morirte y el mundo a tu alrededor también.
Lana conocía la nieve y la extrañaba, Zoe la conoció esa noche, y la aterró.
El Campera, que tantas noches y días pasó a la intemperie y solo, se paró en la puerta de su nuevo hogar y, levantando la voz como pocas veces hace, no dejó que nadie saliera. Una vez más fue héroe. Hace unos años se había rescatado a sí mismo. Ahora salvó a sus semejantes.
A uno que labura en elDiario le gritó su tío desde la casa del al lado:
-¡No salgas, no salgas!, pero mirá por la ventana… Afuera está pasando algo.
-Recién llego del diario, tío - gritó el periodista-. Cerramos tarde porque estábamos esperando un alerta del Servicio Meteorológico que finalmente nunca llegó.
-Callate, no salgas, no vayas a abrir nada, pero mirá por la ventana.
El periodista mira por la ventana, quiere sacar fotos con el celular, pero el celular no funciona. Villa María se ve blanca y radiante, y luego descubre que esas manchas oscuras que jalonan veredas y calles son personas. Gente que parece dormir, mientras la nieve sigue cayendo.
Intenta entender lo que pasa. Sospecha. Se envuelve en plástico, saca una mano por una endija y ve que la nieve, la extraña nieve, no atraviesa las bolsas. Enseguida construye una especie de poncho gigante y, tras decirle a su esposa e hijas que no salgan por nada del mundo, corre al lugar al que siempre corre cuando pasan cosas: su lugar de trabajo.
Todavía quedan compañeras y compañeros que estaban a punto de salir, pero un raro instinto los retuvo con mates y cigarrillos.
Prueban el equipo de laRadio, para avisar a la población, pero toda electrónica parece haber muerto.
Mientras discuten cómo seguir, llegan otros trabajadores. Alguno ha construido con ingenio una “armadura” más prolija y segura que el poncho de nylon de nuestro amigo.
Rápidamente toman decisiones. Con un generador que funciona con el motor de un viejo camión Bedford, la rotativa parece andar más o menos bien.
Se acercan dos, tres canillitas con sus capas y capuchas amarillas, también llevados por el instinto de juntarse allí cuando “algo pasa”.
Con ingeniosos -y muy precarios, hasta graciosos- equipamientos, salen a la calle. Primero, a ver cómo están los seres queridos; luego, a cubrir la noticia: es lo que saben hacer. El Hospital Pasteur está funcionando. Los epidemiólogos han descubierto dolorosamente que nada se puede hacer con lo que ya han empezado a llamar “la nieve mortal”, salvo evitar el contacto.
Suena una sirena en la calle. Es que los vehículos con poca electrónica funcionan. Y algunas autobombas cumplen ese requisito de obsolescencia que demanda el museo del Cuartel. Parece que, una vez más, los Bomberos Voluntarios de Villa María honran el espíritu del Mula.
A muchos vecinos los tranquiliza ver a través de sus ventanas que los servidores públicos recorren las calles. Paran cada 20, 30 metros y a los gritos, con viejos megáfonos, tratan de explicar la situación. Sus trajes los protegen.
Un vecino de elDiario ha logrado comunicarse con la Fábrica de Pólvora gracias a que es radioaficionado y ahora, mediante cartulina y marcadores, le cuenta a la guardia periodística desde la ventana de enfrente:
“En la Fábrica se están juntando militares y trabajadores (entre ellos, mi sobrino, que es uno de los despedidos)”, dice el cartel. Con la mano hace la seña típica de “pará, pará”. Y escribe al dorso: “Están en contacto con Campo de Mayo”.
Parece que además de la nieve hay otras cosas: bichos como cascarudos enormes, extrañas luces que caen del cielo.
La ayuda está lejos.
Los Bomberos Voluntarios se suman a la iniciativa en la Fábrica. Los roles y los rangos se difuminan, pero han coincidido en llamar a la avanzada de rescate Columna Juan Carlos Mulinetti.
Excombatientes de Malvinas pusieron en marcha dos viejos colectivos de La Estrella, Línea 3, y fueron a montar guardia ante los monumentos de Villa María y Villa Nueva dedicados a los héroes de la guerra del Atlántico Sur.
A todas estas novedades las traen los “enviados especiales a la nieve”, como empiezan a llamarse en la Redacción.
La vieja insoladora funciona, hay papel vegetal suficiente para hacer una tirada de 16 páginas. Arman de apuro la tapa del día. Pero... “Che, hay que escribir a mano”. “Y bueno...”. Los canillitas más corajudos ya dijeron que saldrán a repartirlos.
Un vecino de unas cuadras más allá, Mendoza y Colabianchi, ya está tratando de convertir los modernos equipos de la FM en otros de onda corta, más vieja, que deberían funcionar. Para algo estudió en la Escuela del Trabajo.
Analizan cómo tratar la noticia, las recomendaciones, toman mate, fuman, discuten. Alguien solloza. Pero también hay risas, al fin y al cabo, es el armado del diario. Lo han hecho tantas veces...
Desde la gran puerta del galpón, rodeado de secretismo, un veterano cae con las primeras fotos. Las cámaras digitales no funcionan; los celulares, menos. Rescató de su casa una vieja Nikon, un par de rollos que no están vencidos y la edición especial tendrá algunas imágenes.
En cada casa, en cada escuela, en cada comedor comunitario, en los cafés del centro..., todos están armando su propia historia de heroísmo y de resistencia. Pero todos, todos, maestras, enfermeras, policías, jueces, dentistas, mecánicos dentales, modistas, estudiantes, empleados, patrones..., están esperando confiados en que, aunque sean cuatro páginas, elDario contará sus historias, los ayudará a entender qué pasa. Por más nevadas mortales que haya.
La nieve se acumula en los ojos del Cristo Redentor, en la araucaria de la plaza de la Catedral y en todas las otras plazas, en cada centro deportivo, en los patios de quienes tienen patio y en los gallineros de quienes tienen -tenían- gallinas; las casas más precarias y el shopping están cubiertos de la misma nieve. ¿El Anfiteatro? Se convierte rápido en un centro de ayuda. ¿El túnel recuperado de los Hermanos Seco?, otro más pequeño. La iglesia de a la vuelta de mi casa, y de a la vuelta de la tuya, los templos de toda religión reciben gente. Los que pueden escuchar la onda corta de la radio sospechan que vienen tiempos peores: se habla de cascarudos, de manos, de gurbos. elDiario, las radio viejas, nos van contando. Nos prepararemos. Resistiremos.