Arroyo Cabral - De cómo y por qué llegó el tenis al pueblo a principios del siglo 20

Una pelota, un conflicto, una estación y un tal Mr. Burns

“Un buen día llegó al pueblo un nuevo jefe de estación: Mr. Burns”, y el deporte, la sociedad y el entretenimiento cambió para siempre en Arroyo Cabral
jueves, 5 de diciembre de 2024 · 07:58

Cada pueblo tiene su Historia, con mayúsculas, que no es otra cosa que la suma de muchas historias, con minúsculas, pero no por eso menos importantes, y que al final del día, como suele decirse, son el colorido de la Historia del pueblo.  Detrás (y por delante) de esas historias con minúsculas laten miles de personas, de apellidos, de recuerdos, de anécdotas, de glorias, a veces mínimas, y a veces no tanto, de victorias y amarguras, de amores y desamores.

Los italianos tienen un dicho: “tutto il mondo è paesse” (no hace falta traducción ¿verdad?), o como decía un santiagueño cuando le contaron sobre la ciudad de Buenos Aires: “Casas más, casas menos, igualito a mi Santiago”.

Arroyo Cabral tiene 128 años.

Arroyo Cabral debe tener 128 mil historias a lo largo de esos 128 años de existencia.

Arroyo Cabral tiene cientos de apellidos. Entre esos centenares de apellidos hay uno que quizá los memoriosos recuerden, porque fue bastante ilustre en el pueblo. El apellido era Hillar.

Esta historia que compartimos a continuación, la cuenta una Hillar, Martha, la hija de don Juan, que cuando todo lo que se relatará a continuación comenzó, solo era Juan Hillar, tal vez, inclusive, Juancito, porque era apenas un chico entre todos los chicos de Arroyo Cabral. Y como a todos los chicos, le gustaba jugar. Y de jugar viene este cuento.

 

Una pelotita, un conflicto, una estación y un inglés

 

“Corría el año 1918, año más, año menos.

Los ingleses eran dueños de los ferrocarriles y recorrían Argentina de punta a punta; eran el ‘Mercado Libre’ de entonces. Se elegía un producto en catálogos impresos que llegaban a los hogares, se pedían frutas y aceitunas a Mendoza, rosales a Río Negro, zapatos a Rosario; todo llegaba por ferrocarril o por Correo, a tiempo y en buenas condiciones.

En Arroyo Cabral, por entonces apenas un pueblito de la provincia de Córdoba, a 19 kilómetros de Villa María, vivían mis abuelos -oriundos de Siria y Líbano-, y sus ocho hijos. Mi  padre, Juan, era el menor.

Sus hermanos mayores y algunos amigos del pueblo formaban un equipo de fútbol, y los más chicos, entre ellos papá y su hermano Gabriel, también menor, no tenían cabida en esos partidos y solo tenían permitido mirar de afuera sin poder tocar la pelota.

Un buen día llegó  al pueblo un nuevo jefe de estación:  Mr. Burns, un inglés que tenía un hijo de la edad de Juan y Gabriel y se hicieron muy amigos. Luego de un tiempo, el Mr. captó la situación: su hijo pasó a formar parte de  los desplazados de la cancha de fútbol. Viendo esto, consoló  a la barrita de los excluidos:  ‘No se preocupen, les  conseguiré un juego que cuando los más grandes lo vean,  van a querer  jugarlo con ustedes’.

Después de un tiempito, Mr.  Burns le avisa a la barrita: ‘Chicos, vengan esta tarde a esperar  el tren de las 17 horas, llegará el juego que les prometí’.

Fueron los más chicos, se pararon en el andén todos en hilera, y, expectantes, vieron bajar de uno de los vagones del tren, entre otras cosas, una gran caja hecha de una hermosa madera (o por lo menos así la veían ellos).

Partió el tren y ahí nomás el jefe de la estación se puso a abrir la caja, y de adentro fue sacando la red y sus parantes, los flejes, raquetas y pelotas, las instrucciones para hacer la cancha de tenis y las reglas para jugarlo.

Así nació el tenis en Arroyo Cabral, un pueblito de 1500 habitantes casi perdido en la pampa cordobesa, copado de piamonteses, a 160 km de la ciudad de Córdoba capital.

Con el tiempo los futboleros se acercaron a negociar y muchos de ellos se anotaron  en la práctica del nuevo deporte. Se sumaron después otros vecinos, el juez de paz, el almacenero, y muchos más...

La primera cancha se hizo allí mismo, en el patio de tierra de los Burns, detrás de la estación de ferrocarril. La segunda, también de piso de tierra, ya dentro  del pueblo. Después, el Club Rivadavia construyó dos canchas de polvo de ladrillo.

Con el tiempo, toda la familia de Juan jugó tenis: su hermana, sus hermanos y sus novias;  luego, esposas. De allí en más, los descendientes de Juan, con mayor o menor suerte, jugaron  y siguen  jugando tenis. En el año 1944, la esposa de Juan, Agustina,  y  su compañero en dobles, cuyo nombre no recuerdo, salieron campeones provinciales. 

Actualmente, un bisnieto de nueve años y una bisnieta de 8 juegan en otros lugares de la provincia y lo hacen muy bien.

Es de destacar que el tenis reconoce una evolución y cambios de nombre durante varios siglos, pero tal como se reglamenta y se juega hoy, nace en Inglaterra, recién hacia fines de 1800, por lo que no deja de asombrar el corto tiempo que tardó en llegar a Arroyo Cabral”.  Martha Hillar

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