Costumbres y tradiciones: lo nuevo es antiguo

Viaje hacia el ancestral concepto del "bienvivir"

En los pueblos costeros del sur de Brasil, sobre todo en el estado de Santa Catarina, existe una tradición que los inmigrantes azorianos heredaron de los indios guaraníes que habitaban la región. Se trata de la pesca de la tainha, un pez que se cría en aguas dulces (en el río de la Plata, por ejemplo) y en los meses de invierno sube a desovar a aguas saladas y más cálidas.

La pesca de la tainha es una pesca artesanal y comunitaria, en la que participa toda la comunidad, sin distinción de edad ni género, ya que hay que arrastrar hacia la playa las redes previamente lanzadas al mar desde una gran canoa, redes que cuando es buena la zafra vienen cargadas de peces; a veces hasta con 30 o 40 toneladas de tainha.

Todos los habitantes tienen un rol en esta pesca ancestral. Unos vigilan el mar durante las horas claras del día, para detectar cuándo se acerca un cardumen y entonces dan el aviso a la tripulación para que la canoa salga a realizar un cerco con las redes; cerco que puede tener, de punta a punta, unos 100 metros. Otros (generalmente seis personas) reman; hay quien va lanzando la red al agua mientras la canoa avanza y otra persona capitanea la canoa.

Pero también están los que tejen la redes, y quienes  preparan la comida para todos, y finalmente, los más, los que tiran con fuerza de las redes hacia la playa. Y, como dicen en aquellos pueblos costeros: “Todo el mundo come cuando se pesca en la playa”, pues el producto de la pesca se reparte entre todos los participantes. Si hubo pesca, nadie se vuelve a casa con las manos vacías.

Durante los meses de mayo y junio, se celebra una verdadera fiesta en las playas catarinenses. Y a pesar de que no siempre el resultado de esta pesca es rentable, los pueblos conservan la tradición, porque eso los mantiene unidos, conectados; porque sienten que son parte de una celebración comunitaria que les proporciona, si no utilidad o lucro, un fuerte capital identitario. La pesca artesanal y comunitaria de la tainha también es una fiesta.

“Ser cooperativista, o aspirar a serlo, es compromiso, es sentimiento, es amor, es atención, deseo de querer cambiar una situación que nos resulta desagradable o injusta. No cualquiera es digno de este don que existe gracias a la perseverancia de muchos. Por ello sostengo que: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Es algo realmente posible y fructífero si prevalece el trabajo colectivo coordinado, la libertad de opinión, y tantos valores necesarios que en tiempos modernos han desaparecido”, opina Giuliana, una estudiante del Manuel Belgrano.

El bien vivir

El cooperativismo se vincula entonces de manera sólida con un antiguo concepto de la vida misma en comunidad, muy arraigado en los pueblos originarios de América: el “bien vivir”.

La idea del "bien vivir" (Sumak Kawsay en lengua quechua o Suma Qamaña en lengua aimara) también podría traducirse como "vida en plenitud". Se trata de un concepto acuñado por los pueblos originarios de la región andina, que se apoya en una visión ética de una vida comunitaria digna y responsable, e implica una actitud de respeto por la vida y la naturaleza, y en estrecho contacto con la misma. Así entendida la naturaleza incluye tanto a las personas como a todos los seres vivos y deja de ser apenas un recurso o meramente un lugar para habitar.

Este concepto del "bien vivir" está presente también en la encíclica "Laudato sí" , publicada en 2015 por el Papa Francisco, mensaje que refiere al cuidado de la casa común.

"Los problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial; propongo que nos detengamos ahora a pensar en los distintos aspectos de una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales", decía Francisco en su comunicado. Y agregaba que "la visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad". Pocas líneas después completaba el Papa que "es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores. Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor los cuidan.

Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto de presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura".  

Pero volvamos al siglo XX, cambalache.

La sanción en 1926 de la primera Ley de Sociedades Cooperativas, como consecuencia de los reclamos surgidos de una serie de congresos provinciales y nacionales de cooperativas, abrió una nueva etapa que permitió la consolidación y desarrollo del movimiento cooperativo, que se amplió además al ámbito de los servicios públicos.

Ya en el siglo XXI, (verbigracia, hoy) podemos afirmar que  existen casi 30.000 cooperativas de diversa índole a lo largo y ancho de nuestro territorio, las que nuclean a más de 10 millones de asociados.

Entre ellos, se cuentan los integrantes de las cooperativas de trabajo, máximos exponentes de la economía autogestionada por los principales actores: los obreros.

 

Voces obreras de acá a la vuelta

Algunos, algunas, algunes de ellos, aportan sus voces desde distintos puntos de Villa María, donde se desarrollan cotidianamente sus actividades.  Experiencias de gente sencilla, de trabajo, que componen ese enorme patchwork tiene hoy 10 millones de partes en todo el país:

 “Como integrante de una cooperativa de mujeres conformada hace siete años, puedo decir que los principios y valores cooperativos permiten afrontar las peores tormentas. El apoyo mutuo, el compromiso compartido y la solidaridad nos ayudaron a atravesar los momentos más difíciles. Hoy en día hemos consolidado esos valores, lo que nos hace fuertes ante los contextos adversos”, testimonia Paola Villaruel de la Cooperativa “San Martín” Ltda.

“El cooperativismo es una parte muy importante en mi vida. Es lindo compartir con otras personas un fin o una actividad en común. Hay ciertos valores que deben ser considerados para que esto funcione: compañerismo, respeto, solidaridad, unión. Sin estos elementos sería muy difícil trabajar en conjunto.  Lo importante es que siempre hay diferentes ideas en una cooperativa, distintos puntos de vista que hacen que las decisiones se tomen entre todos, democráticamente”, señala Leonel Avendaño, de la Cooperativa “Nuevo Horizonte” Ltda.

“El cooperativismo tiene un significado enorme en nuestras vidas. Gracias a la cooperativa muchos pudimos acceder a una fuente laboral, pudimos tener un trabajo digno y satisfacer distintas necesidades. La cooperativa es nuestra empresa, la manejamos todos los asociados y depende de nosotros su continuidad en el tiempo”, cuenta Luis Hidalgo de la Cooperativa “Virgen de Lourdes” Ltda.

La primera experiencia cooperativa en el país fue la de Progreso Agrícola de Pigüé, fundada en 1898.  También en este período aparecen  algunas cooperativas de consumo como forma autogestiva de acceso a alimentos y otros bienes a mejores precios, aprovechando la economía de escala y suprimiendo los sobreprecios que aplicaban los intermediarios. En este período, 1905 más precisamente, se funda el Hogar Obrero, como una cooperativa de edificación y crédito, que buscaba brindar una solución a uno de los problemas más acuciantes de ese momento histórico. En 1920 además es creada en Bahía Blanca la Cooperativa Obrera, una cooperativa de consumo que hoy en día cuenta casi con 100 sucursales en varias provincias del centro y el sur del país y nuclea a más de un millón de asociados.

A partir de la segunda década del siglo XX el movimiento cooperativo comienza a expandirse y a consolidarse. En 1926 se sanciona la primera Ley de Cooperativas del país, lo que da cuenta del impulso que estaba tomando esta nueva forma de organización económica y social. En esta época, principalmente a partir de 1930, surgen numerosas cooperativas de provisión de servicios de electricidad en localidades del interior, marginadas al ser consideradas como no rentables por las grandes empresas proveedoras de dichos servicios. Nuevamente, se evidencia el importante rol que cumplen estas empresas en las localidades en las que están insertas, permitiendo el acceso a servicios esenciales para todas las comunidades.

Entre mediados de la década del 50 y del 60, surgieron importantes entidades que buscaban integrar a gran parte de las cooperativas del país. En el 56 se funda la “Confederación Intercooperativa Agropecuaria Cooperativa Limitada” (Coninagro), en el 58 el “Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos” (IMFC) y en el 62 la “Confederación Cooperativa de la República Argentina Limitada” (Cooperar). Estas articulaciones son el reflejo de un movimiento cooperativo cada vez más creciente que se fue constituyendo como un actor de peso en la vida económica del país.

“Llevadera es la labor, cuando muchos comparten la fatiga”

Ayudar. El diccionario define a esta palabra como “hacer algo de manera desinteresada para aliviar el trabajo a alguien (…)”. Eso hacen quienes conforman, y conformamos como promoción del año 2019, las cooperativas. Aliviamos (porque queremos, sentimos y nos preocupamos), por aquellas carencias, que tenemos la suerte de no pasar, pero que otros sí. Y nos necesitan, necesitan a alguien que los reconozca y se interesen por ellos”, dice Victoria,  estudiante de 6º año.

 

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