24 de marzo - Más y mejores derechos

Memorias, legados y un trabajo que nos convoca

Por Natalia Magrín (*)

Ahí donde llega todo
y donde todo comienza
Canto que ha sido valiente
siempre será canción nueva

Víctor Jara, “Manifiesto”


Los últimos cuatro años nos han señalado, con lo siniestro que se puso en juego, cómo se disputan las memorias en este territorio en el que batallamos los sentidos, lo político y la política. El negacionismo imperante en los discursos y las políticas de Estado del último gobierno nacional que intentó conmover el 30 mil, puso en duda el terrorismo de Estado, trajo a la escena nuevamente la teoría de los dos demonios, desfinanció los sitios y programas de memorias, intentó reducir las condenas a los genocidas; nos encontró en la calle, en las universidades, en las organizaciones, otra vez -pero no del mismo modo-, dando cuenta de los desplazamientos, continuidades y discontinuidades en torno a las experiencias del pasado reciente. Pasado que va contorneando sus fronteras simbólicas a partir de las preguntas, las miradas, las escrituras, las escuchas que se hacen posibles en el presente.

En ese tejido, compuesto por diversos hilos y matices, nos interpela la pregunta por los legados simbólicos y las herencias históricas de aquel tiempo en este que habitamos. Cómo traducir esos legados en las apuestas del presente, cómo hacerlos consistir dándoles nuevas formas, cómo se van fijando -parcial, contingente y necesariamente- los sentidos desde los cuales armamos, gritamos, d-enunciamos nuestras demandas actuales articuladas a aquellos girones, fragmentos con los que nombramos el “pasado reciente”.

En las luchas de los organismos de derechos humanos podemos reconocer un saber hacer con los legados que, en cada momento histórico, fueron ligando a las demandas urgentes. Demandas que se inscriben en las tramas donde se sostiene el imperativo ético de la dignidad. Desafiando las leyes geométricas las Madres, y su Ronda en la Plaza, hicieron de lo circular un movimiento abierto, de desplazamiento incesante que se abre paso a lo largo del tiempo articulando otras demandas, otros fuera de escena. Una decisión que ha asumido el estatuto de un acto de justicia, un acto político que nombra y visibiliza en el espacio público los estragos del discurso capitalista en su versión neoliberal. Neoliberalismo que, en Latinoamérica, hizo su entrada con el horror de la desaparición forzada de personas, produciendo segregación, desocupación, hambre, pobreza, violencias que sostienen las distinciones entre ciudadanos/as y no ciudadanos/as, vidas desnudas, dice Giorgio Agamben, vidas precarias, dice Judith Butler, (des)vidas despojadas de los mantos que nos protegen jurídica y simbólicamente; profundizando las desigualdades, rompiendo los lazos, cancelando las heterogeneidades, intentando suturar la diferencia.

Hacer memoria sobre el pasado reciente, sobre la causa de los/as compañeros y compañeras desaparecidos/as, nos encuentra con las memorias de las experiencias políticas sobre las que el Plan Cóndor tendió sus redes, desplegó su oscuridad y propagó aquello que el recientemente asumido presidente de la Nación, Alberto Fernández, recordó en su discurso de asunción: los sótanos de la democracia. Sótanos que arman la arqueología de la miseria, la persecución y la muerte en Latinoamérica, comandada por los poderes del mercado, de la técnica y el capital.

Hacer memoria sobre el pasado reciente, sobre la causa de los compañeros y compañeras desaparecidos/as, nos encuentra con los ecos que retumban desde hace siglos sobre las violencias hacia los pueblos originarios, las mujeres, las disidencias sexuales, la pobreza que cala los huesos de este cuerpo social.

Hacer memoria sobre el pasado reciente, sobre la causa de los compañeros y compañeras desaparecidos/as, nos demanda hacer consistir los legados para configurar prácticas sociodiscursivas que sean condición de posibilidad para subvertir las lógicas aplastantes de lo digno, que hagan consistir al sujeto y sus experiencias fundantes, aquellas de los lazos sociales que nos constituyen, nos contienen, nos amparan.  Experiencias del presente que interpelan y convocan las tramas simbólicas, las herencias, exigiendo, a la vez, una ruptura. Un modo de franqueamiento para ir más allá de éstas, pero no sin éstas. La herencia de un legado que porta algo indescifrable, indecidible, imposible, contradictorio que (nos) implica en su resignificación y en el trabajo de invención. Allí, podemos decir, se inscribe el estatuto subversivo de las memorias y su potencial político instituyente que, entre lo imposible y la contingencia, es capaz de incidir en la producción de cortes a ese circuito ilimitado del discurso capitalista, aquel que, como orientaba Lacan, “deja de lado lo que llamaremos las cosas del amor”.

Hacer memoria para hacer posible la justicia social y aquel deseo de que reinen en el pueblo el amor y la igualdad.

Treinta mil compañeros/as desaparecidos y desaparecidas presentes, ahora y siempre.

 

(*) Lic. en Psicología. Doctoranda en Letras FFYH - UNC. Docente investigadora del IAPCS - UNVM. Miembro de la Red Territorios Clínicos de la Memoria (TECME)

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