154 años - Villa María "de boliche en boliche"

“Mozo, traiga otra vuelta”

No es difícil imaginar que justo al mismo tiempo, sino antes, de que plantaran los primeros durmientes y colocaran sobre ellos los rieles para que el “pata ‘e fierro” atravesara la incipiente Villa que llevaría nombre de mujer; antes incluso de que se terminara de edificar la anglosajona estructura de la Estación de trenes, ya se había construido y estaba en pleno funcionamiento el primer boliche, pulpería, bar -o como le guste llamarlo- de la ciudad. Si no, ¿adónde iban a ir a escanciar el merecido periflú después de la ardua jornada aquellos obreros venidos de diversos confines para empezar a hacer grande la ciudad? Así que a los flemáticos ingenieros y arquitectos británicos no les quedó otra que agregarle un bar a la estación (aunque no estaba previsto) para no quedar atrás. Es decir que, desde su fundación más o menos mítica, en Villa María, ir de boliche en boliche fue moneda corriente. Y a una moneda corriente (o arraigada costumbre) le alcanza y sobra con unos jóvenes 154 años para convertirse en tradición, en rasgo distintivo, y trade mark cultural. Quien diga lo contrario, es que no conoce la esencia misma de esta hija del riel y del río; del agua y el acero; de lo líquido y lo sólido, que por obra y gracia del milagro cotidiano de la concordia y la amistad, se transforman en vino o café la una, en lomito o papas fritas el otro, y así vamos tirando: si hay miseria que no se note, si hay gaseosa que sea Chinchibira, y “mozo, traiga otra vuelta que de acá no se mueve nadie, aunque vengan degollando”.

Y es que los boliches (inclúyanse en el género bares, restoranes, bailables, pubs, casas de té y demás variantes que ofrece el vasto universo de la gastronomía) concentran y guardan el numen mismo del saber popular y la repentización hecha poesía y tradición oral, concentran pequeñas anécdotas o episodios, trazos impresionistas del costumbrismo, postales del alma humana, que no llegarán nunca a la letra de molde ni al celuloide, pero que sin embargo son la inspiración de poetas, novelistas y realizadores del séptimo arte.

Verbigracia 1: Reunión en Chamaco, una de esas tardes largas en que la siesta de chupina se prolonga morosamente alrededor de tres tristes cortados para otros tantos tres tristes estudiantes secundarios, secos como galleta marinera. Aparece el Ñoqui, que tampoco fue ido al colegio. Se sienta sin saludar y a la vez que toma uno de los pocillos y se lo lleva a la boca, dice, a modo de retórica pregunta: “Dame un traguito de cortado”, y tras beber la mitad del exiguo contenido del pocillo, mientras lo deja de nuevo en el correspondiente platito, agrega: “¡Ah! ¡Qué sed que tenía!”.

Verbigracia 2: Kreo. Sábado a la noche. Invierno, en aquellos años en que estaban de moda los pulóveres gordos y las chicas salían abrigadas porque era invierno. El Mono viene caminando por entre los sillones con una ginebra con Coca en la mano. Se acerca a un amigo y le dice al oído: “Creo que me enganché una mina”, y baja sus ojos hacia la cintura, guiando hacia allí la mirada de su cuate. Efectivamente, con la gran hebilla de su cinturón había enganchado un punto de una tricota roja y, descuidadamente, había tirado de la lana un par de metros, destejiendo la prenda. Al mismo tiempo que el compinche sonreía por la ocurrencia, se escuchó el “paf” de la cachetada que la damnificada le propinaba al Mono, al tiempo que le decía: “¡Ay, estúpido, fíjate por dónde caminás!”.

Sería imposible nombrarlos a todos. La historia es larga y las inauguraciones y cierres, cambios de dueños o razón social, abundantes. No obstante, de la mano y de la pluma de algunos parroquianos duchos en la materia, iremos desgranando recuerdos y estampas de algunos de los locales más recordados y en ellos vaya nuestro homenaje a todos y cada uno de los trabajadores y miembros de la pléyade que transita el extenso valle de la gastronomía, por otra parte, tan sufrida en estos tiempos de COVID. Alguien debería bautizar un trago como COVID tonic o algo parecido para exorcizar la pandemia (sugerencia de la casa).

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